En estos días me atrapé en un juego divertidamente peligroso. Manejaba por la autopista y venía pensando en una tarea que debía completar. Tenía varios días posponiendo la tarea, indeciso de cómo proceder. Mientras circulaba por la vía despejada, bajo un cielo azul sin nubes, comencé a repasar de nuevo mis opciones. A los pocos minutos ya consideraba los escenarios futuros y varios de ellos lucían catastróficos. Comencé a preocuparme más de la cuenta. Sentí la sudoración en las manos.Al salir de la autopista me topé con un semáforo en rojo. Me detuve y presté atención a mi respiración ligeramente entrecortada y con los hombros tensos. Tomé una cucharada de mi propia medicina e inhale profundamente para luego dejar salir el aire en una larga exhalación. Repetí la dosis hasta que la luz cambió a verde. De nuevo estaba presente en mi cuerpo y proseguí un tanto más calmado.Y entonces el escenario catastrófico entró de nuevo en escena.En esta oportunidad, en lugar de repetir la película, me hice dos preguntas: ¿Es real lo que estoy pensando? ¿Qué tan terrible es en realidad? De pronto, como un perro rabioso al que le enseñas un palo, el escenario perdió su poder catastrófico. Me di cuenta de que estaba metido en un círculo de «terribilización» inútil, repitiendo la misma historia en mi cabeza para crear una centrífuga que me había hecho perder el balance. Solté el tema hasta llegar a mi destino e hice lo más indicado. En lugar de preocuparme, decidí ocuparme del asunto.El peor de los escenarios es, por lo general, irreal y menos terrible de lo que pensamos. El grado superlativo corre por cuenta nuestra, al rumiarlo una y otra vez sin darnos cuenta, alimentando una posibilidad que difícilmente llegue a concretarse. Y de llegar a hacerlo, probablemente no sea tan terrible como lo imaginamos.Así son los juegos de la mente, nos meten en una montaña rusa que sentimos a cuerpo entero cuando nada está sucediendo en el momento. Basta que el escenario catastrófico asome la cabeza para que reaccionemos con angustia, miedo, rabia o parálisis.¿Cómo romper el juego? Recordando que nuestras emociones son reales, pero nuestros pensamientos no lo son necesariamente. ¿A qué me refiero? A que el impacto emocional que desata el escenario catastrófico es una reacción natural de la mente ante un estímulo (los pensamientos) que aún no se ha materializado y probablemente no lo haga jamás.Estas dos preguntas te ayudarán a desmantelar esos escenarios: ¿Es real esto que estoy pensando? ¿Es realmente tan terrible, o estoy magnificando lo peor? Claro que cuando estamos en medio del ciclo de «terribilización» no es tan fácil soltar la pregunta, mucho menos vislumbrar la respuesta. Es aquí donde necesitas una práctica física o mental que te conecte con el presente y te ayude a soltar ese futuro que te aturde. Desde una caminata solitaria hasta sentarte unos minutos a meditar, elige cualquiera que te permita conectar con tu mundo interior.Una vez que tengas respuestas pasa de la preocupación a la acción. Si se trata de tomar algunas decisiones, hazlo poniendo tu atención en los recursos que tienes a mano. Si es algo que está más allá de tu alcance, recuerda que no tienes control sobre el mundo y las personas que lo habitan. Pero no olvides que sí tienes un inmenso poder sobre alguien: tú. Usa ese poder conscientemente para sacarte del círculo de «terribilización» y meterte en un espacio de acción creadora.


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