«¿Cómo está la familia?» es una de las preguntas más comunes en el primer minuto de intercambio entre conocidos. Es un gesto de educación que suele venir de manera automática y, también, es una forma de demostrar aprecio hacia la persona que tenemos enfrente. La respuesta muchas veces está igualmente programada: «bien», «ahí vamos», «cada uno en lo suyo», «creciendo» o cualquier otra frase que mantenga la conversación encaminada, pero sin entrar en mayores detalles.Sin embargo, tú y yo sabemos que cuando de familia se trata, siempre hay mucho más que contar.»La familia es una de las últimas fronteras del desarrollo espiritual», escribe Jack Kornfield en su libro Después del éxtasis, la colada. La frase refleja la tensión y oportunidades de liberación que existen en las relaciones parentales. Trabajarlas de manera consciente para reconocerlas, respetarlas y sanarlas es un camino de paz y crecimiento.»No podemos escapar al historial familiar y las heridas que nos infligen», dice Kornfield. «La familia es un espejo. En nuestras parejas, nuestros amantes, nuestros padres e hijos encontramos nuestras necesidades, esperanzas y miedos escritos en gran formato. Las relaciones íntimas alcanzan y tocan nuestra historia sin anestesia. Las heridas que llevamos, el anhelo que sentimos por ser nutridos, están allí sobre la mesa. Y todo esto necesita ser respetado».Al trabajar con diferentes personas encuentro de forma cada vez más evidente que la maraña de las relaciones familiares termina por nublar la imagen que cada quien tiene de la realidad y de sí mismo. Esto es algo que también me ocurre a mí. Como hijo y hermano ha sido un trabajo fascinante descubrir y entender mi espacio en la relación para integrarlo a mi experiencia presente. Como padre y esposo, pongo mi atención en las relaciones que construyo a cada instante con mis hijas y mi esposa para observar cómo surgen los patrones aprendidos en el pasado y cómo se manifiesta el amor en la cotidianidad. Tomar conciencia de todos los niveles y energías que se mueven en una familia es asombroso. Sin duda, cada una de las relaciones es una puerta de acceso para conocer mejor nuestra condición humana.»Necesitamos encontrar la libertad de nuestro propio espíritu y descubrir que nuestra historia familiar no es lo que somos realmente», nos enseña Kornfield. Claro que es más fácil decirlo que hacerlo. Para quienes han crecido en familias rodeadas de conflictos, pérdidas, falta de amor y rencor, sanar esas historias es un trabajo arduo, pero necesario, porque de otra manera el peso se hace cada vez mayor. Ignorar lo que sucede no ayuda. Estas cosas que no se quedan bajo la alfombra.Para alcanzar esa libertad de espíritu hay que trabajar el respeto, la tolerancia, el perdón y la capacidad de ver la belleza en los corazones de los parientes más allá de nuestras expectativas. Esto significa amarlos por quienes son, no por quienes quisiéramos que fueran. Así se abre un espacio donde podemos practicar nuestro amor a cada instante y, para hacerlo, no tienes que ser un santo o un ser elevado, porque como escribe Kornfield: «Los sacrificios de una familia son iguales a los de cualquier monasterio exigente, ofreciendo el mismo entrenamiento en renuncia, paciencia, constancia y generosidad».En otras palabras: si te internas con un corazón abierto y sabio en esta frontera del crecimiento humano y el desarrollo espiritual, podrás responder a la pregunta de «¿cómo está la familia?» reconociendo todo lo grande, complejo, maravilloso y difícil que existe en este universo de relaciones. Lo harás sin sentirte enmarañado por las historias y seguramente sintiendo mayor libertad y amor.


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