El fundamentalismo puede ser un lugar muy cómodo. Para un fundamentalista el mundo es blanco o negro, sin cabida para las ambigüedades, las medias tintas o los grises. Rígido y seguro de sí mismo, el fundamentalista juzga y actúa según los dictámenes de su creencia. De su lado siempre está la verdad; del otro, la mentira. Quienes le acompañan están en lo correcto. Los otros, los equivocados, son personas a las que toca convertir, tolerar (más o menos) o expulsar.¿Cuál es la comodidad en todo esto? La seguridad de moverse en un terreno de líneas delimitadas, razones supremas y acciones predeterminadas. La cartilla del dogma, la ideología o el sistema de creencias lo explica todo y, mejor aún, promete resultados satisfactorios. Vivir así es limitante, claro está, pero elimina el trabajo de explorar, cuestionar, crecer y adaptarse a los demás. Porque abrirse al mundo en toda su complejidad no es fácil. Se requiere de una conciencia despierta y un corazón sabio, capaz de discernir y conectar.En su discurso ante el Congreso de Estados Unidos, el papa Francisco hizo referencia a estas barreras mentales que causan dolor y separación entre los seres humanos. «Se requiere un delicado balance para combatir la violencia perpetrada bajo el nombre de una religión, una ideología o un sistema económico y, al mismo tiempo, proteger las libertades religiosas, las libertades intelectuales y las libertades individuales. Pero hay otra tentación de la cual especialmente debemos protegernos: el reduccionismo simplista que divide la realidad entre buenos y malos o, si me permiten, entre justos y pecadores».Entre defender nuestros ideales y respetar las diferencias existe siempre una tensión. ¿Cómo resolverla? El papa lo hace con un llamado a la conciencia: «El mundo contemporáneo, con sus heridas que sangran en tantos hermanos nuestros, nos convoca a enfrentar todas las polarizaciones que pretenden dividirlo en dos bandos. Sabemos que en el afán de querer liberarnos del enemigo exterior podemos caer en la tentación de ir alimentando al enemigo interior. Copiar el odio y la violencia del tirano y del asesino es la mejor manera de ocupar su lugar».En vez de imponer, la invitación del papa es a cooperar. En vez de aferrarnos a nuestras creencias, Francisco invita a conocer, entender y practicar la empatía. «Nuestra respuesta debe ser de esperanza y sanación, de paz y justicia. Se nos pide convocar el coraje y la inteligencia para resolver los actuales problemas geopolíticos y económicos. Debemos avanzar juntos, como uno, en un renovado espíritu de fraternidad y solidaridad».Francisco sabe que lo dice como la cabeza de una institución que ha cometido las peores atrocidades en nombre de Dios. Y se lo dice a una nación polarizada y con un pasado lleno de sombras. Sin embargo, esto no resta sabiduría a sus palabras. Al contrario, reconocer los errores abre espacios para la luz. Su invitación es a mirarnos honestamente y a responder a la pregunta: «¿Trato a los demás como quisiera que ellos me trataran a mí?».La regla de oro es una guía clara para la vida. También lo es la ley del karma. Tratar a los demás como quisiéramos ser tratados es tan importante como entender que nuestras acciones y pensamientos en el presente condicionan nuestra vida futura. Si sembramos tormentas, cosecharemos tempestades. Pero si sembramos amor.Para seguir con los refranes, es más fácil ver la paja en el ojo ajeno que ver la viga en el nuestro. Esto es muy cierto con los fundamentalismos, porque desde la comodidad que nos brindan es mucho más fácil juzgar a todo el mundo. Lo difícil y fascinante, el reto más elevado, es ver todo aquello que nos une como seres humanos.


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