Ya pasada la avalancha mediática de la  visita del papa por países de nuestro continente, podemos devolverle nuestra mirada a los problemas que acosan todos los días a esta Venezuela desfigurada por la perversidad del régimen. Hora de enfrentar la realidad de unas elecciones parlamentarias que han reactivado un sistema electoral diseñado por un autócrata militar para beneficio exclusivo de esa autocracia, con la asesoría foránea de un autócrata comunista devenido en tirano. La estrategia consistió en utilizar las herramientas más visibles de la democracia para secuestrarla y hacerla desaparecer, de allí que el nuevo régimen con lenguaje ampuloso, retórico, populista, y lleno de inútiles y perniciosas consignas, hiciera de los procesos electorales no solo el arma para lograr la tan ansiada perpetuidad en el poder de todo régimen totalitario, sino el certificado de buena conducta para ser exhibido en caso de reclamos y marcadas impertinencias de observadores y organismos internacionales, creados para velar por la salud de la democracia y de gobiernos democráticos que osen hacer apuntes sobre el desempeño autocrático que siempre el régimen acusará de injerencista. Cada vez que se avecina un proceso electoral se redoblan el verbo furioso del régimen, la irracionalidad represora, las amenazas haciendo un dúo desafinado con las promesas siempre incumplidas, las guerras sucias, y la más colosal demostración de cómo las riendas de ese proceso las maneja con todas las fuerza imaginables un régimen con vocación totalitaria, con todo el poder del Estado y de unas instituciones a su exclusivo servicio, todo lo cual genera estados de ánimo en los electores muy parecidos a los que genera la hipocondría, enfermedad que lesiona la psique y debilita toda acción, que es insomne por naturaleza, que toma por igual los espacios de la conciencia, como de la subconciencia, que es agresiva y recurrente y suele desestabilizar las visiones más claras y pulverizar toda voluntad, débil o incierta.Durante estos diecisiete años el régimen logró trasmitir utilizando todo el poder en sus manos, una idea de invencibilidad y en cada campaña se hizo acompañar con sus abusos de poder, las complicidades y las impudicias del Poder Electoral partiéndole el alma a la  ley y a la Constitución, siempre con el respaldo del TSJ y la contribución del Ministerio Público a la hora de penalizar a la disidencia y dejar sentir los estruendos de los juicios penales, apoyados en acusaciones calumniosas y sin pruebas, los colectivos, motorizados o no, en acción, con sus granadas, sus  pistolas, su grosera prepotencia, sembrando el caos y el miedo para que la otra parte, o sea, la ciudadanía, herida por tanto despropósito, cada vez más indignada y numerosa, se mantenga al margen de la calle, de la protesta abierta y decidida y del reclamo justo de sus derechos. Que hablen, dice el régimen, que vociferen todo lo que quieran, que vayan a llorar para donde les dé la gana, pero eso de salir a la calle a gritar, a reclamar derechos, a denunciar atropellos y a pedir libertad, ni de vaina. A ese león enjaulado hay que controlarle el rugido y reducirle sus derechos y aspiraciones, hacerlos cada vez más pobres y dependientes. Y eso es lo que ha comenzado a sentirse ante la inminencia de unas elecciones, que si bien no son el fin del mundo, abren la posibilidad de un paso más para entrar en un período de transición que nos vaya devolviendo a la democracia. Ahora cuando el régimen siente que eso que señalan las encuestas no es un truco, que la inmensa arrechera nacional que ha de expresarse el 6 de diciembre es más que cierta, que aquel encantamiento creado por un discurso falso no pasó de ser un espejismo y ya no funciona y algo que es mucho peor, que quienes detentan tan malamente el poder han descubierto que ese semidiós que fabricaron a punta de un vergonzante culto a la personalidad, cada día está más muerto y no hace milagros y es que no puede hacerlos quien produjo todo esto que hoy asfixia a un entero país.Hasta ahora al régimen le había bastado repetir las promesas, aplicar el poder represivo, intensificar la mentira en la propaganda, pegar cuatro gritos para amedrentar, inventar enemigos donde no los hay, todas falsas maniobras con las que, sin embargo, habían logrado sorprender la buena fe de una población temerosa e incauta. Pero hay algo en esta oportunidad que a este proceso electoral para las parlamentarias lo hace diferente y casi irreconocible porque por primera vez, en estos años que parecen siglos, lo que está marcando el paso y el ritmo de los acontecimientos es la palabra CAMBIO, así escrita con mayúsculas y en negritas para que no haya confusión. Cambio de rumbo, cambio de lenguaje, cambio de actores, cambio de estilo, porque sencillamente al régimen le explotó en su cara una crisis creada por sus desaciertos, que nadie en su sano juicio puede aguantar. La gente dice a diario y por todas partes: Ya no más mentiras, no a los presos políticos, no al desabastecimiento, no al costo de la vida, no al bolívar empobrecido, no a la inflación, no a la impunidad, no a los abusos de poder, no a los dakazos,  no al engaño continuado, no al fraude perpetuo, a la ineficiencia y a la corrupción. Pareciera que finalmente el pueblo ha comenzado a quitarse la venda de los ojos y lo que está viendo es todo lo contrario de lo que la voz de una retórica hueca y mentirosa, repetitiva y sin aliento creador, le había contado. Por eso el régimen trata desesperadamente de cerrar todo resquicio de libertad, creando situaciones artificiales que podrían permitirle un intento de fuga, y hasta evadirse del juicio popular suspendiendo las elecciones o aplicando nuevas formas de fraude con los estados de excepción, y amenazando con incendiar el país y convertir a Venezuela nuevamente y por enésima vez en un cuartel. A esta hora lo que se percibe, y está claramente pintada en el aire, es que la arrechera ciudadana se agiganta cada día, poniendo a prueba a todo el liderazgo nacional, incluido el que milita en la oposición organizada en la MUD, que tendrá que demostrar si está o no a la altura de tan grave circunstancia.La verdad es que la del 6-D es una fecha que marca o bien una aberrante    permanencia en los infiernos de las penurias decretado por el desparpajo y la impudicia de eso que se hace llamar ?revolución?, o un despegue, con muchas turbulencias incluidas, hacia la democracia y la libertad.a pregunta esencial que está en el aire no se la hacen los que asisten a la Asamblea General de la ONU en Nueva York, sino los electores que acudirán a las urnas el próximo 6 de diciembre y estarían dispuestos a hacer la más definitiva de las colas en procura de una mejor calidad de vida: ¿Con este gobierno estamos mejor o peor? ¿Qué cree usted respetado lector?


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