El gran tema de las guerras es que nunca se libran solo en el campo de batalla, siempre tan lejano. Los soldados traen la guerra consigo a casa, con lo cual el conflicto, por extraño que sea el enemigo, termina siempre cosechando víctimas en casa. El cine americano tiene una larga tradición sobre el tema. Pensemos en los veteranos victoriosos de Los mejores años de nuestras vidas de William Wyler en 1946, o en los derrotados que vuelven de Vietnam en Volviendo a casa, de Hal Ashby en 1978. Pero estas heridas han empezado a aflorar con singular virulencia desde Afganistán e Irak, (Zona de miedo en 2008, o la más reciente El francotirador de Clint Eastwood). En todas ellas la trama se aleja del terreno para hablar sobre el regreso y, más específicamente, sobre la imposibilidad de sustraerse de la guerra y la necesidad terrible de volver a ella. Porque se la lleva dentro.El título original de esta Máxima precisión es más revelador, Una buena matanza, porque el tema mismo de la película tiene que ver con la muerte, por supuesto, pero de una forma mucho más siniestra con la forma lejana que esa muerte y esa guerra adoptan. Los protagonistas son los técnicos encargados de manejar los drones, esos artefactos voladores no tripulados, capaces de liquidar blancos con al menos dos características sobresalientes desde el punto de vista del arte de la guerra: la precisión y la invulnerabilidad. O dicho en palabras menos elegantes, el guerrero moderno de una megapotencia ha optimizado al máximo su letalidad al tiempo que mediatiza o elimina sus escrúpulos morales. Porque la guerra moderna ha abandonado el territorio geográfico para entrar en el territorio de la imagen, de hecho, se nos dice, los manejadores de drones son reclutados entre los programadores de videojuegos y su puesto, dice un cartel, está fuera del territorio americano, al menos imaginariamente. Porque el soldado tradicional, marchaba a la guerra con su equipo y su presencia, en tanto que los protagonistas de la película solo manejan la tecnología, ganando en impunidad, lo que pierden en vulnerabilidad. Por supuesto, hay tropas en el suelo, y la responsabilidad de ellos es protegerlas, cuidar sus flancos, prevenir emboscadas y minimizar los daños colaterales.La guerra es lejana, pero la base está, increíblemente en Las Vegas, Nevada, ese bocado de tierra que el mal gusto le robó al desierto y ese juego entre el desierto afgano y el desierto americano será un contrapunto en la película. Porque ambos son espacios descarnados, enemigos del hombre, solo que en uno habita el enemigo culturalmente desconocido, mientras que el otro ha sido domado por la cultura del entretenimiento, el ocio y la frivolidad. Y entre ambos hay medio planeta que, sin embargo, puede ser cubierto por la tecnología.Uno podría pensar en un filme de acción, en el que brillan todos los clichés del género, pero la mejor sorpresa es que estamos ante una película cerebral, pausada, en la que cuentan mucho más los protagonistas y sus penas a cuestas que las acciones espectaculares que la tecnología permitiría. Porque en el fondo estos guerreros fríos, letales y tan precisos son seres que en esa profesión terrible pueden desnudar su humanidad. Porque por lejano que sea el conflicto hay una cercanía que la tecnología no logra eliminar y que va minando la conciencia del protagonista, precisamente porque, con su poder, la tecnología genera a la vez impunidad y culpa.Es un libreto inteligentísimo que acorrala a sus actores en situaciones que no permiten una salida airosa. Pueden intentar el alcohol, la violencia doméstica, el cliché belicista (después de todo hubo un 11 de septiembre y una causa justa) pero la búsqueda de la redención es imposible en los términos en que el conflicto está planteado. Por eso la solución pasa por la misma violencia, apenas camuflada o agravada por la justicia tomada en manos del operador, a espaldas de sus jefes, aunque intuya que esa no es una solución y mucho menos una redención.Es un filme valioso, que no deja de tener sus zonas oscuras y discutibles. Después de todo los malos, malos no son los torturados operadores de drones sino los fríos tecnócratas de la CIA que los dirigen. Pero es uno de los filmes que mejor describen los conflictos bélicos en el mundo actual, mostrando que la guerra en el fondo, y al decir de Henry Miller, es el acto obsceno por excelencia. Máxima precisión (A good kill). USA. 2015. Director Andrew Niccol. Con Ethan Hawke, January Jones, Jake Abel, Bruce Greenwood.


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