Una foto de la visita que la presidenta hizo al CEP la muestra bromeando, rodeada por los empresarios, como si ella y ellos fueran viejos amigos. Los empresarios la rodean. La presidenta organiza su gestualidad en torno a ellos.Esa foto expuso visualmente la estructura más íntima de la sociedad chilena. El discreto encanto de la riqueza, capaz de atraer a quienes ejercen el poder del Estado. Fue casi el gobierno en pleno el que acudió a reunirse con ese grupo de personas que no están igualadas ni por el linaje ni por el saber, sino por el dinero y su oposición al gobierno.No tiene nada de malo que un gobierno de centroizquierda, comprometido con la igualdad, se reúna con un grupo de empresarios ricos, incluso si son opositores férreos. Eso es parte de la democracia.El problema es hacerlo consintiendo una puesta en escena que se asemeja simbólicamente a prosternarse. Antes de autorizar la visita y las fotos de la presidenta, los asesores debieran haber releído esas páginas en las que Habermas describe la publicidad representativa o feudal: los actos mediante los cuales se escenifica ?el aura del poder?. Eso fue el encuentro de la presidenta en el CEP: una forma de escenificar el aura del poder, solo que en este caso se trató del poder de los anfitriones, y no de la invitada.Los infidentes relatan que la presidenta explicó al auditorio que uno de los objetivos del programa gubernamental era ?disminuir la distancia entre las élites y la ciudadanía?. La frase es sorprendente. El esfuerzo por disminuir la distancia entre las élites y la ciudadanía resulta absurdo si comienza contribuyendo a que las élites sigan ejecutando las prácticas que les ayudan a ser lo que son: élites.Y es que el discreto encanto de la burguesía consiste en eso: esa distancia que a punta de sonrisas parece achicarse, esa familiaridad que parece cercanía, pero que es simple condescendencia.


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