Es hasta comprensible que después de haber arrastrado tantas frustraciones y decepciones políticas, viejos militantes de izquierda se entusiasmaran con el golpista barinés  y decidieran seguirlo, por aquello de ?no quería morirme sin haber visto…?; es posible incluso que hayan decidido aprovechar la viveza del Comandante de llamar a esto revolución, porque así se les abría la posibilidad de llamarse a sí mismos revolucionarios. Pero es tan hermético el silencio que han guardado ante tantas cosas, que obliga a preguntar qué se hicieron, dónde han estado y están, y en caso de ir a decir algo qué dirían, todos esos respetados, admirados y por tanto atentamente escuchados o muy leídos amigos de reconocida agudeza crítica, que antes, de solo ver el más mínimo asomo de unas charreteras en los asuntos públicos, se mandaban con la organización de foros o conferencias, o la publicación de un concienzudo y encendido ensayo, acerca de los peligros y daños del militarismo; mientras que, desde hace rato, nada se les oye decir de la avasallante militarización del país.Silencio inexplicable a la vista de tal saturación castrense de nuestra vida ciudadana, y la cual va desde los ascensos en las altas jerarquías de la institución armada, y la entrega de miles de millones de bolívares a oficiales, para manejarlos con toda libertad y aparente permisividad contralora de no detallar cuentas; hasta el regreso de golpistas, con rangos y correspondientes sueldos reconocidos, y la adquisición de costoso armamento; pasando por la designación de uniformados en puestos claves de la administración pública, la incorporación masiva de reservistas asalariados, la instrucción militar dentro de los programas de estudio en escuelas y liceos, la profusión de desfiles militares con cualquier pretexto y las muchas e interminables cadenas de radio y televisión, para mostrar los ascensos hasta del último oficial cuya lealtad el régimen desea asegurarse por vía del agradecimiento.En todo caso, qué clase de revolución puede ser esta en la que los diversos poderes de la República están ajustados al elemental y pérfido criterio de la gavilla gobernante, y dedicados a obedecer sus instrucciones; en la que lejos de plantearse o percibirse alguna preocupación por el desarrollo cultural y político de las llamadas masas bolivarianas que la apoyan, se procura inducirlas a tomas de tierras, buhonería y xenofobia, haciendo de ellas bandas  para la presión y el amedrentamiento de los opositores al gobierno; dándose absurdas situaciones en las que ante algún exabrupto oficial y las calificadas opiniones adversas de documentados conocedores de los acuerdos internacionales de obligatorio cumplimiento, firmados por Venezuela, venga un miembro de la mafia dirigente, ignorante de lo que dice y hace, y las tilde de ?alharaca?; consecuente con la idea de que la política no sea de cara al pueblo, ni con explicaciones verdaderas y claras, sino a base de versiones pueriles de los hechos; haciéndose perceptible un desbordamiento cada vez mayor y más acelerado de la corrupción, con funcionarios gubernamentales de manifiesta vocación delictiva, ávidos saqueadores, en goce de una garantizada impunidad.Es el nuestro un extraordinario país y con un noble pueblo, por lo cual me permito insistir en expresar esta sentida aspiración: no más ignorantes en ejercicio del poder, un alto a la brutalidad represiva, y cese del fenómeno degenerativo de la moral personal y colectiva. Está más que justificado luchar por alcanzar, volver a tener y lograr mantener ante el mundo, la naturaleza e imagen de una nación democrática, abanderada en el cultivo de valores fundamentales jurídicos y de dignidad.


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