Ejido, estado Mérida, 1928 ? Caracas, 1996. Narrador, diplomático, promotor de proyectos culturales (Galería de Arte Nacional, Biblioteca Ayacucho, CELARG), rara avis de nuestra literatura, sin lugar a dudas una de las figuras más atractivas de la dinámica cultural de la segunda mitad del siglo XX venezolano. Elegante y de gustos refinados, Trejo encarna la clásica figura del gentleman. Muy joven se traslada a Caracas desde su provincia natal, participando activamente en la vida intelectual de la época, vinculándose con los grupos Sardio y Contrapunto.La obra de Oswaldo Trejo se centró exclusivamente en la narrativa: cuentos y novelas que constituyen un corpus por demás original, y coherente dentro de sus audaces propuestas, que la crítica pareciera no haber podido asimilar relegándolo al campo de lo hermético, y en parte quizá porque el autor en su afán de innovar y experimentar a contracorriente de lo establecido, se adelantó varias décadas a su época. Como cuentista, Trejo publicó en sus inicios Los cuatro pies (1948) y Escuchando al idiota (1949), un par de libros que mostraban a un escritor precoz con ciertas influencias derivadas del surrealismo y del conocimiento de las vanguardias europeas de posguerra. Luego siguieron otros libros, entre los que destacamos Depósito de seres (1966) y Al trajo, trejo, troja, trujo, treja, traje, trejo (1980), en los cuales nuestro autor confirma y reafirma sus dotes de narrador singular, sin parentesco alguno con sus contemporáneos y predecesores. Sus relatos constituyen piezas únicas, vinculadas al absurdo de Kafka y con algunos toques espectrales y fantásticos. Y se nos ocurre que también a la melancolía de unos seres extraviados en un planeta ajeno y hostil.La evolución de Oswaldo Trejo como novelista podría servir para ilustrar un caso extrañísimo de desdoblamiento. Su primera novela, También los hombres son ciudades (1962) es probablemente junto a Viaje al amanecer (1943) de su coterráneo Mariano Picón Salas, uno de los más preciosos relatos escrito en nuestro país acerca del lar nativo, en ambos casos refiriéndose a los Andes merideños. El paisaje esplendoroso, la evocación de la infancia como paraíso perdido, la nostalgia por el viaje inminente, el uso de un lenguaje pulcro, preciso y cantarino que pareciera reflejar el habla nativa y el rumor de los ríos de montaña, son algunos de los atributos de esta breve novela que merecería una mirada más atenta por parte de críticos y lectores.En 1967, Trejo publica Andén lejano, que en nada recuerda el tono delicado y poético de su novela inicial, como si se tratara de autores radicalmente diferentes. En esta novedosa narración, probablemente la apuesta más arriesgada de un escritor venezolano, solo comparable a las propuestas de Samuel Beckett a partir de Molloy (1951), el extrañamiento de los personajes, atrapados en un ambiente de ensoñación, sometidos a una especie de tour de force, alcanza límites inesperados. Y por su parte, el lenguaje, ese instrumento sobre el cual Trejo ha ejercido siempre un dominio admirable, exprimiéndolo hasta obtener de él los jugos más insólitos, reclama su lugar, es decir, se erige en protagonista.Precisamente el lenguaje, en su forma más expedita, la verbal, va colonizando y a veces corroyendo la obra posterior del gran escritor Oswaldo Trejo, comenzando con Textos de un texto con Teresas (1975), hasta su última novela, Metástasis del verbo (1990), llegando las más de las veces a empañar los intentos de expresión, o exigiendo quizá la presencia de un sólido y audaz lector.De la manera que sea, Trejo, él mismo convertido en un personaje entrañable y encantador, nada hermético por cierto, dado a la amistad, gran conversador, culto sin ostentación, dueño de un finísimo humor, nos ha legado relatos memorables, como el espectral, inquietante y sugestivo que ofrecemos a los lectores de esta antología. 


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