La Habana, 1945 ? Mérida, 1988. Polígrafo, poeta, ensayista, crítico de cine y literatura, antólogo, traductor, editor, narrador y uno de los más apasionados estudiosos de la literatura venezolana. Luego de su salida de Cuba a los dieciocho años, vivió durante un lustro en España, interno en un monasterio donde estuvo a punto de hacerse monje. Pudo más su vocación por la literatura, y así después de haber publicado un primer libro de poemas en Granada (Mi voz de veinte años, 1966) y ganado un concurso de poesía en Sevilla en 1967 por No se hagan ilusiones, publicado tres años después en Caracas, abandonó su existencia monástica dedicándose al duro oficio de escritor que se convirtió en su razón de vida. Vivió un tiempo en Francia y Bélgica, realizando diversos trabajos de divulgación cultural en la prensa y la radio. Una primera estancia en Venezuela (1968) se recuerda por sus polémicas críticas literarias publicadas en un diario capitalino que recogería más tarde en Proceso a la narrativa venezolana (1975). Poco después se establece definitivamente en nuestro país que lo acoge como a un hijo pródigo. De su acendrada vocación por nuestras letras quedaron docenas y docenas de artículos críticos, reseñas y ensayos, dispersos en revistas y publicaciones periódicas, algunos recogidos en libros, entre los cuales resultan indispensables por su vigencia y pertinencia dos memorables antologías: Poesía en el espejo (1995), una inédita y original aproximación, no exenta de cierta polémica, a la poesía escrita por mujeres, y El gesto de narrar (1998), una cuidadosa recopilación de la más reciente y novedosa narrativa venezolana. La contribución de Julio Miranda a nuestra literatura se puede dimensionar en la opinión del eminente crítico Oscar Rodríguez Ortiz: ??él solo constituye todo un capítulo de la historia de la crítica literaria en Venezuela?.A pesar de que la memoria de nuestro país es frágil y quebradiza, por no hablar de ingratitud, pienso que otra contribución, para nada menor, de Miranda al conocimiento de la cultura de su país de elección fue el inmenso caudal representado por las centenares de páginas que con dedicación maniática consagró al estudio y comprensión de nuestro cine. Desde En off. Cine y narrativa en Venezuela (1982) hasta Cine de papel (1996), con una decena de libros más, la voracidad analítica de Miranda, su mirada perspicaz y nada complaciente y su profunda honradez, un atributo por demás escaso en estos tiempos, nos han legado algo más que una serie de documentos sobre cine: una nueva manera de vernos a nosotros mismos.Julio se veía a sí mismo como poeta, y así también lo recordamos, desde uno de sus poemarios iniciales, experimental, audaz, contestatario, Maquillando el cadáver de la revolución (1977) hasta el lirismo y la madurez con atisbos de sabiduría de Máquina del tiempo (1997), pasando por Anotaciones de otoño (1987), a mi juicio su mejor libro, donde el esplendor expresivo aflora impulsado por el desconsuelo. En fin, un total de quince libros, algunos espléndidos, como para desmentir el juguetón, por lúdico, título de uno de ellos: Así cualquiera puede ser poeta (1991).A pesar de que el primer libro de narrativa de Julio Miranda es la novela corta Casa de Cuba (1990), que para un escritor prematuro y torrencial se podría considerar como la manifestación de una vocación tardía, muchos cuentos suyos, algunos brevísimos ubicados en la mini-ficción, aparecieron en publicaciones periódicas de las décadas anteriores. Casa de Cuba y un par de novelas inéditas, Una ciudad con nombre de mujer y Agua por todas partes, integrando una trilogía, serán editadas póstumamente en 2006 en un volumen con el título de la última. Al descubrir una nueva manera de expresarse, Miranda escribe tres libros de cuentos: El guardián del museo (1992), Sobrevivientes (1993) y Luna de Italia (1996). Relatos que abordan temas cotidianos, ligados a conflictos existenciales, encuentros y desencuentros, el amor pasión, lo femenino como impulso vital, la ciudad hostil, la experiencia del viajero, el insomnio, la amistad, la traición, la ansiedad, la alegría de vivir. Como diría un personaje de Samuel Beckett: ?Así se pasa la vida?. Ofrezco al lector, como muestra de los dotes del Julio Miranda narrador ?Sin respuesta?, un cuento que en una primera lectura, y también en las posteriores, me produjo un gran impacto: por la violencia que nos amenaza con pesadillas semejantes, y en este caso particular por el inesperado final. 


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