Me motiva escribir este artículo un incidente menor, vecinal: una propietaria arrancó de una acera un árbol sembrado por un grupo de vecinos con vocación ambientalista que quieren rescatar el espíritu inicial de la construcción de la urbanización, hace 50 años, que era el de darle prioridad a los árboles. En otras palabras es lo que hoy se denomina desarrollo sostenible, que no es otra cosa que podamos construir, pero dando el mayor espacio posible a la naturaleza.Aquí en Venezuela tenemos la mayor deuda ambiental que nos podamos imaginar. Esto es insensibilidad tanto del gobierno como de la mayoría de los ciudadanos. Nos damos golpes de pecho ante la comunidad internacional, hablamos de salvar el planeta, de la lucha contra la desertificación del norte de África, de la responsabilidad de los países desarrollados contaminantes, y hasta tenemos un ministerio definido como eco-socialista, y, sin embargo, la falta de acción es tan evidente que asusta.El ecocidio, término que tiene su origen en la guerra de Vietnam, se define como cualquier destrucción ambiental. Principalmente, se comete de la mano del hombre o indirectamente a través de la contaminación que destruye flora y fauna imposible de sanar en el tiempo. Algunos especialistas tienen conceptos más amplios y técnicos que no abordaremos en este corto espacio.Solo recientemente escuchábamos las denuncias de Valentina Quintero sobre el deterioro de la región de Guyana derivado del proceso de minería ilegal; o las denuncias de ambientalistas desde el Zulia, donde fueron arrancados en 2014 muchos árboles de las calles de Maracaibo, lo que ha generado un impacto que se percibe en la de por sí ya calurosa ciudad.Es la contaminación del agua, del aire, el deterioro de la calidad de vida.Igual pasa en Caracas ante las narices de autoridades nacionales y locales se talan árboles para nuevos desarrollos habitacionales.A escala mundial la propensión de la nueva arquitectura  es a diseñar espacios respetando los ecosistemas; en la nuestra, borrón y cuenta nueva.


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