Aunque no lo parezca, larga es la historia de la diplomacia económica.Desde que era simplemente de naturaleza comercial en los siglos XIV y XV, tiempos en que venecianos y genoveses buscaban dominar el Mediterráneo o la Liga Hanseática el intercambio de mercaderías en el norte de Europa, hasta los tiempos presentes en donde todo el planeta es el campo de juego y toca materias tan diversas como las inversiones, el cambio de divisas, los derechos de propiedad intelectual, las innovaciones tecnológicas o la energía, lo económico en general forma parte casi indispensable de toda negociación entre Estados. Tanto por la fuerza como por las tratativas pacíficas, la diplomacia económica ha estado presente durante siglos. No obstante, en el último es que ella ha cobrado mayor vigencia y significación, empujada por la intensificación de la interdependencia global.Cuando oímos la palabra diplomacia siempre la vinculamos a las relaciones eminentemente políticas. Sin embargo, la diplomacia política siempre ha protegido y/o servido a las economías domésticas.En la actualidad, como nunca antes, no son solo los asuntos de la dinámica del poder los que deben ser atendidos por las cancillerías del mundo. Si bien estas tienen una indudable y crucial importancia en los nexos internacionales, los de naturaleza crematística son imprescindibles en las agendas de negociación entre países.Así las cosas, en la globalización que nos ha tocado vivir están mezcladas todas las dimensiones del intercambio internacional. Bien sea en los conflictos como en los consensos, en la guerra o en la paz, en las alianzas y las enemistades, en la cooperación o en el alejamiento, en la integración o las separaciones, en los compromisos o las controversias, las distintas facetas del ?relacionamiento? llevan la impronta de lo económico.En este ámbito, las épocas han tenido sus prioridades.En este comienzo de siglo el tema más recurrente es la profundización de la apertura de las economías nacionales. Nadie desea quedarse al margen de las grandes corrientes mercantiles que se han venido imponiendo.Tanto el Atlántico como el Pacífico se han convertido en dos inmensos espacios geográficos en cuyas dinámicas se está jugando el destino de la economía mundial futura. Es allí donde la diplomacia económica del siglo XXI está teniendo un papel crucial y determinante.Un grupo de Estados de distintos tamaños y desarrollos, de variopintas visiones, ha llegado o está llegando a acuerdos de gran peso y significación, partiendo todo de una perspectiva pragmática, alejados de los dogmas ideológicos, los prejuicios políticos y los resentimientos históricos, pensando principalmente en el bienestar de sus ciudadanos y dejando atrás los conflictos estériles.Los países pequeños y medianos que están aprovechando esta oportunidad de entrar en arreglos globales saben que de haberse mantenido apartados de ellos, sus problemas sociales y económicos se incrementarían y prolongarían en el tiempo.Es lamentable que aún haya gobernantes y pueblos aferrados a mitos paralizantes y miradas anacrónicas, y que por causa de estos estén desdeñando posibilidades de crecer y desarrollarse.Una acertada política exterior necesariamente hoy debe contar con objetivos económicos que coadyuven al crecimiento y desarrollo de los países.La diplomacia económica es el medio idóneo para alcanzar con eficacia aquellos propósitos. Para ello se requiere de diplomáticos pragmáticos que comprendan a cabalidad el mundo de la economía y las finanzas mundiales, de modo que sepan escoger las mejores y más convenientes alternativas para sus pueblos.@ENouelV


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