El adefesio jurídico a través del que este inconstitucional tsj ?así, con las ya habituales minúsculas que le corresponden? osó declarar ?inconstitucional? una ley de amnistía que, además de ajustarse a todos los estándares internacionales en materia de derechos humanos ?como bien lo certificó la propia instancia de la Organización de las Naciones Unidas dedicada a tales asuntos?, sobrepuja en legitimidad a aquel recurso que permitió la excarcelación de quienes en 1992 intentaron por cruentos medios romper el hilo constitucional, no es, ciertamente, sorpresivo, pero ya es hora de que la mayoría opositora del Poder Legislativo, con un decidido respaldo popular, empiece a hacer aquello con lo que debió comenzar su actividad parlamentaria, esto es, sanear los poderes públicos derivados a fin de allanar el camino de la necesaria transformación del Ejecutivo.Claro que, como este servidor viene afirmando desde hace tiempo, cualquier iniciativa en ese sentido no prosperará si una ciudadanía contada en millones, y a un tiempo, no ejerce en las calles del país la pacífica y constitucional presión requerida para que se respete su voluntad y, en consecuencia, se acaten sus mandatos; un tipo de presión, por cierto, que no debería ser anatematizada por los que en las propias filas opositoras se dicen defensores de tal voluntad, máxime porque 17 años de mofas y desconocimientos la convierten en la única de las constitucionales y pacíficas opciones capaz de permitir el desmantelamiento de la dictatorial mafia narcocomunista que hoy agobia al país.Es preocupante, por tanto, el que de manera inoportuna ?por no decir criminal? algunos actores dentro del seno de la oposición pretendan minimizar ahora la importancia del papel que en esta coyuntura le toca jugar a un mayoritario segmento ?civil y militar? del pueblo venezolano, sobre todo porque mientras más tiempo transcurra antes de una colectiva y definitiva acción emancipadora, mayores serán las dimensiones del genocidio perpetrado por la mencionada mafia y menores las posibilidades de que dicha acción se desarrolle en los deseados términos pacíficos por los que muchos, entre ellos quien esta columna escribe, hacen votos.Debe terminarse de reconocer que regímenes del mismo talante del que hoy ocasiona la muerte de decenas de neonatos en Venezuela, sin que ello perturbe en lo más mínimo a sus desalmados miembros, no cejan en sus delictivos empeños totalitarios de forma voluntaria, por lo que la mancomunada presión ciudadana para deponerlos no solo es necesaria sino que constituye la más genuina expresión de los pueblos que reivindican sus derechos humanos.De aceptar el hombre lo contrario, infames regímenes como el de Milosevic no habrían llegado a su fin.


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