La guerra declarada por el presidente de Francia, François Hollande, contra el Estado Islámico (o ?Daesh? o ?ISIS?) debe unir en un solo haz de voluntades no solo al Occidente y Rusia, sino a la totalidad de las culturas no islámicas así como también a la vasta comunidad musulmana moderada y civilizada.Desde los años treinta del siglo XX, cuando surgió el nazismo de Hitler, el mundo no ha contemplado un totalitarismo tan atroz y reaccionario como lo es el fascismo yihadista que, luego de ensangrentar el Medio Oriente, acaba de atacar salvajemente al pueblo francés. El yihadismo, como el nazi-fascismo de antaño, demuestra la supervivencia de la barbarie y del horror atávico en medio de culturas como la cristiana y la musulmana que, en su aspecto global, son admirables y representan grandes pasos en el avance histórico y la elevación espiritual de la humanidad. El cristianismo, religión de amor, quedó disminuido por la Inquisición y por fascismos que se decían ?cristianos?, y el islam, que en los medievales califatos de Damasco, Bagdad y Al-Andalus dio muestras de brillo intelectual y amplia tolerancia, hoy debe defenderse del oprobio que le ocasiona el terrorismo yihadista.Aunque se ha formado un vasto consenso internacional en cuanto a la necesidad de una guerra concertada contra el EI, reinan las dudas acerca de cómo llevarla a cabo. En breves términos, las corrientes ?duras?, sobre todo de derecha, concebirán las operaciones de guerra en términos casi únicamente militares y represivos, en tanto que los más reflexivos y progresistas entienden desde ya, que ese grande y largo combate no puede ser ganado por el mero uso de las armas, sino que requiere una estrategia multiforme y estructural.Obviamente la guerra debe tener por teatros tanto Siria e Irak como también el interior de cada país del mundo. No solo se trata de derrotar a las unidades armadas que operan en las tierras del Levante, sino también, y ante todo, de descubrir y reprimir exitosamente a los terroristas islámicos en el interior de las naciones occidentales y del mundo. Esta última tarea, de ser llevada a cabo en forma xenófoba y violadora de derechos humanos, le haría el juego al EI en vez de debilitarlo, ya que causaría ira y amargura en el ánimo de la comunidad musulmana residente y le daría nuevos simpatizantes al extremismo. Asimismo, una represión interna brutal debilitaría o negaría los valores democráticos y ofrecería un triunfo ideológico al universo totalitario del cual forma parte el yihadismo. Por otra parte, en el teatro de guerra del Medio Oriente, sería negativa una campaña militar enteramente conducida por occidentales, rusos y eventualmente chinos, pues esto ofendería la sensibilidad de pueblos largamente oprimidos por el colonialismo y podría llevar nuevos contingentes a las filas del EI. Es indispensable un protagonismo creciente de factores musulmanes enemigos del yihadismo. Entre ellos se encuentran Irán y Turquía. Debe definirse el papel de las monarquías del Golfo, en cuyo seno actúan factores feudal-plutocráticos que en secreto financian y sostienen al yihadismo sunita. Convendría sustituir la dictadura de Al-Asad, que por lo menos tiene la virtud de ser laicista, por transición negociada y no por salida brusca.Asimismo, si el mundo civilizado quiere derrotar al fascismo yihadista, es indispensable un gran programa de asistencia multilateral, controlado por la ONU, para el desarrollo económico y social del Medio Oriente y sus habitantes más humildes. De esa manera el Occidente comenzaría a cambiar su imagen, de imperio materialista y voraz, a fuente de valores respetables, y ganaría mayor credibilidad ante los pueblos del mundo [email protected] 


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