En una columna hablaba de dejar a mis hijas mi colección de vinilos. Un lector me sugirió: ?Lo que deberías dejarles es la lista de canciones, ya que están todas en la web vía streaming?. Si bien escucho música por Internet, sigo apegado al CD. La información que trae el booklet de un CD (o la contratapa de un disco) me ayuda a convertir un puñado de temas en una obra. Y la obra me habla de un autor. En cambio, la forma en que hoy se consume música tiende a disolver la figura del autor para organizar el paño a partir de un elemento que multiplica la oferta pero iguala el modo en que se expresa la demanda: la canción, que es una forma exquisita, en la que arte y oficio se conjugan para dar a luz piezas de tres minutos que conectan con la emoción. La novela Playlist, las canciones de mi muerte, la autora, Michelle Falkoff, organiza la trama alrededor de 27 temas que el protagonista deja en un pendrive a modo de último mensaje que permite dilucidar el enigma de su suicidio. La sugerencia del lector me anima a ensayar mi propia lista de canciones, que en mi caso serán aquellas que me han ayudado a vivir. Empiezo por ?Hejira?, de Joni Mitchell, que enseña que la vida es viaje, tránsito, y que hace falta desprendimiento para vivirla. Sigo con ?Isis?, de Bob Dylan, inagotable historia edificada sobre tres acordes, el violín de Scarlet Rivera y, claro, la voz de Dylan. Elijo ?Into the Mystic?, de Van Morrison, porque me eleva, lo mismo que ?On Hyndford Street?, tema recitado en el que el irlandés invoca su infancia. De los Beatles me quedo con ?Things we Said Today?, que dice que algún día recordaremos las cosas que dijimos hoy. Incluyo ?Thunder Road?, de Springsteen, porque me recuerda que nunca es tarde. También ?London, London?, de Caetano Veloso, una aceptación del paso de las estaciones escrita por un joven de 29 años. Y ?Muchacha, ojos de papel?, de Spinetta, un milagro.


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