La mejor novela detectivesca o el mejor filme policial sería aquel en el que Philip Marlowe o Sam Spade decubren la identidad del asesino por el sonido de sus pasos. Podemos alterar nuestra fisonomía, someternos a intervenciones quirúrgicas que alteren o modifiquen nuestros rostros, cambiar incluso de sexo, dejar de ser hombre y transformarnos en mujer, pero los pies siguen siendo los del hombre y el cambio de sexo no altera para nada la manera de caminar o el sonido de los pasos. Los invidentes son expertos en reconocer el sexo de quien se acerca con solo escuchar su modo de andar y el rumor de sus pisadas. Cada quien camina a su propio ritmo: algunos de prisa; otros, con apacible lentitud. José Ignacio Cabrujas hablaba del ritmo de Santa Rita y se preguntaba ¿qué prisa podría tener una monja como ella en el convento agustino de Santa María Magdalena, en Cascia, con unas abejas que depositaban miel en sus labios?Hay pasos largos y los hay cortos. Y así vamos por el mundo; así iniciamos y proseguimos la travesía como peregrinos o simples caminantes por caminos que remontan montañas o bajan hacia la fertilidad de los valles y es como si cumpliéramos un esfuerzo de superación, o de desprendimiento solo por el hecho de llegar al lugar que nos propusimos como meta e, incluso, si nos sentimos perdidos en el laberinto, estaríamos seguros de encontrar el camino de salida o, mejor aún, de llegar a su centro porque es como alcanzar el prodigio de los enigmas y regocijarnos cuando nos cobijamos a la sombra de sus ensoñaciones.Se dice que un místico árabe fue sometido a escarnio y martirio porque propuso que la peregrinación a La Meca podía sustituirse por una búsqueda interior. No le fue bien, ¡pero tenía razón porque de eso se trata! De caminar hacia adentro, descubrir que nuestro espíritu puede ser un lugar extenso, desolado y yermo o contrariamente, un iluminado hechizo vegetal y extraviar los pasos o acertar en la encrucijada eligiendo el camino correcto que podría ayudarnos a descubrir el lugar donde permanece oculto el tesoro que somos.Los militares no caminan; marchan; desfilan rígidos, a un mismo paso; un ritmo disciplinado, obligado, idéntico. Los nazis, a paso de ganso.Velozmente, si se trata de los bersaglieri italianos que corren obligatoriamente a 130 pasos por minuto lo que despierta cierta fascinación verlos desfilar. Una admiración que Víctor Hugo desdeñaba con mordaz aspereza por haber sufrido la rigurosa condición militar de su padre nombrado comandante general cuando el niño ya había escrito en un cuaderno escolar que quería ser ?Chateaubriand o nada?; y en lugar de marchar, prefirió seguir el camino que lo convirtió en el autor de Los miserables.Unicef y Mabe, una conocida empresa de electrodomésticos, anuncian una caminata de 5 kilómetros, en Chacao, para promover el derecho de los niños, niñas y adolescentes de vivir en un ambiente libre de violencia.Los regímenes militares no avanzan porque en lugar de caminar hacia sí mismos prefieren marchar en tumulto, en colectivos desacertados hacia ninguna parte y, en el caso concreto venezolano, hacia el desastre impulsados por una ciega estampida por los acantilados de su propia desventura, arrastrando ahora no a los venezolanos sino a los colombianos de la frontera como si en su inevitable caída asumiera la criminal violencia de la Gestapo o el paso de ganso con el que marcharon los horrores del nazismo hacia los campos de concentración.No nos mueve la obligación militar sino la búsqueda de nuestro propio discurrir, el ánimo de encontrarnos, ¡de ser! Porque caminar puede significar conocer, estudiar, viajar hacia los más recónditos lugares de nuestro propio universo. Marchar, por el contrario, consiste en llegar a ninguna parte en el patio del cuartel. Tampoco la muerte marcha jadeante junto a uno. Camina a nuestro paso segura de que, llegado el momento, Átropos, la señora de nuestro destino, usará las tijeras que cortarán el hilo de nuestra vida y abrirá ante nosotros el despejado camino que habrá de llevarnos a la eternidad.


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