Algunos analistas y comentaristas consideran que se está cerrando el llamado ciclo de los neopopulismos autoritarios en la región latinoamericana. Puede ser. Es un tema sugerente, sobre todo en el dominio del periodismo.Lo que sí es cierto es que la derrota de la hegemonía K en Argentina, y el desplome popular del gobierno de Dilma Rousseff en Brasil, marcan una pauta de cambio. También lo marca, sin duda, el declive del régimen imperante en Venezuela, la supuesta ?revolución bolivariana?, acaso el símbolo más representativo de la forma más extrema, despótica y depredadora de tal corriente política en el siglo XXI.¿Hacia dónde va el cambio? Es prematuro afirmarlo con precisión. Pareciera que los cambios se fundamentan más en el rechazo a lo presente, que en la esperanza por un futuro identificado o acotado de manera clara. Pero algo es algo. Hasta podría hablarse de una ?amplia perspectiva de cambio?, orientada más hacia el centro, hacia la reivindicación de las instituciones, hacia la alternancia gubernativa y hacia modelos más establecidos de desarrollo social de mercado. Los neopopulismos autoritarios, o las ?democracias totalitarias?, o las neodictaduras o dictaduras disfrazadas de democracias, concepto aplicable, en particular, al régimen bolivarista, al orteguista de Nicaragua, al de Evo Morales en Bolivia, y en buena medida al de Correa en Ecuador, parece que conocieron mejores tiempos. Ojalá sea así. Ojalá que ese personalismo tan pernicioso vaya quedando atrás. Pero solo el paso del tiempo lo dirá con relativa seguridad.Nicaragua, Bolivia y Ecuador necesitan una apertura política, y Venezuela necesita una reconstrucción desde los cimientos mismos de la república, el Estado, la democracia y la economía. Los casos de Brasil y Argentina son distintos en el sentido de que los gobiernos populistas no destruyeron la institucionalidad anterior, sino que, modificando muchos elementos, han operado dentro de márgenes tensados de la misma. En Venezuela y los otros países del Alba, las instituciones fueron conformadas al continuismo del jefe en el poder. Con o sin constituyente.El tema tampoco se puede ver en blanco y negro, porque las realidades nacionales tienen sus propias connotaciones, a veces contradictorias entre sí. Sin embargo, la hegemonía bolivarista de Venezuela fue trochando una ruta de concentración de poder político, económico, social y comunicacional, que fue seguido en otros Estados latinoamericanos.Desde luego que con la asesoría y aprovechamiento de los hermanos Castro Ruz. Una ?revolución? tal y como la empujaron ellos hace casi 60 años no se podría calcar, pero sí se podía y se pudo adelantar paso a paso, manipulando las formas de la democracia y disimulando, hasta cierto punto, la vocación despótica de la ?neorrevolución?. La bonanza de los precios internacionales del petróleo y otras materias primas ayudó mucho en impulsar esos proyectos de dominación.Pero esa ruta ya no es la vía despejada de años atrás. Al contrario. Puede llegar a convertirse en una calle ciega, como de hecho ya lo es para Venezuela. En todo caso, hay tiempos de cambio en América Latina. Esperemos que para mejor, y así lo serían si los cambios se orientaran hacia la democracia política, la justicia social, la modernización económica y la transparencia administrativa. Espero que no sea demasiado pedir. [email protected]


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