Cuando en la campaña electoral predomina el silencio de los políticos y la polémica carece de contenido ideológico, la democracia se distorsiona. La democracia no consiste únicamente en el elemental acto de elegir gobernantes por medio del voto. Esa jornada, ciertamente fundamental, es simplemente uno de los muchos y complejos pasos que integran el sistema electoral en una democracia. El acto de contar los votos para reconocer la soberanía de la voluntad popular, medida por la suma mayoritaria de los votantes, es un hecho que reconoce la escogencia que los electores ejercen seleccionando a quien o quienes se acercan más a sus aspiraciones de convivencia en paz y prosperidad. Solo los alienados votarían por una representación que signifique una vida desafortunada, llena de carencias, entre ellas, la más elemental, la felicidad. Con el mutismo del discurso político, el contraste de ideas ha sido vilmente sustituido por la amenazante siembra del terror y del miedo. Por eso la demagogia de la minoría puede hacer creer que es capaz de resolver los escollos con los valores de un sistema que de democrático solo tiene la apariencia y se encuentra en decadencia. La existencia de problemas en el país con las reservas petroleras más grandes del planeta, pero administradas por el equipo más torpe de la Tierra, deja ver la inmanente presentación de los fracasos que nos echaron por el precipicio de la economía depauperada. No solo nuestra riqueza no crece, es que el camino equivocado en lugar de llevarnos al bienestar nos castiga con la inflación más descontrolada del globo. La deuda internacional aumenta a la velocidad de las mentiras de nuestros gerifaltes. Esconden cifras y estadísticas que revelarían, sin duda, cuán equivocado ha sido el derrotero de la empobrecida nación. Alcanzamos el límite, llegamos a la raya que nos indica que ya no estamos en condiciones, ni tenemos capacidad para importar alimentos, medicinas, repuestos o bienes de capital; comprendemos que los proveedores se cansaron de las mentiras, lo ha demostrado el presidente del Uruguay, quien le reclama a Maduro 50 millones de dólares. Dinero que debemos a los productores del campo uruguayo, dólares que debieron haberse invertido en nuestro campo y agroindustria para crear empleos y enfrentar la inflación. Muchos esperan por sus pagos y el de sus acreedores, pero como dicen los chinos… si no hay leal no hay lopa. Llegó el momento de ver la tragedia que nos aguarda. Debemos realizar un profundo debate y desnudar la fórmula que usó el régimen para convertir oro en deuda, conocer convenios que han entregado el país, sepultado el futuro de la nación y comprometido las reservas. Imperativo que se lleve al adversario político al campo de las ideas, aun cuando pretenda ignorarlo. El elector lo agradecería pero más que todo lo necesita. No explicar la oferta sería continuar en la farsa del populismo que aprovecha la ignorancia para intentar cambiar la historia. 


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