Salí la tarde del martes 3 de noviembre de mi oficina de ingeniería de proyectos, infraestructuras y servicios públicos. Convertida en el momento actual en comando de campaña electoral independiente, para llevar a cabo nuestro Plan B?, Plan Bicha, o Plan Berenice Gómez-Luis González (que es el Plan para rescatar la democracia perdida en nuestra Venezuela). Eran un poco antes de la dos de la tarde y nos enrumbamos así a tomar el metro.               Durante los años 1994 a 1998 había conocido, creo que bastante bien, el Parque Central; ese lugar que destacaba en la parroquia San Agustín de Caracas. Había servido como directivo, durante aquel lustro, en el Ministerio de Desarrollo Urbano y en el Ministerio de Transporte y Comunicaciones y Cordiplan. Todos organismos con sede en ambas torres. Por aquellos años ya eran preocupantes los índices delictivos  que arrojaban las estadísticas del país en materia de atracos y asesinatos. Nuestra población, según censos oficiales entre 1990 – 2001 y extrapolando cifras, era a mediados de los noventa cercana a los 20 millones y medio de habitantes, con una tasa de homicidio que rondaba los 30 por cada cien mil habitantes.              Llegando en pocos minutos, luego del trayecto en metro Sabana Grande a Estación Bellas Artes, por cierto acompañado por mi amigo José Antonio Chacón, subimos a la salida y recorrimos el pasillo detrás del Hotel Alba Caracas que conduce hacia la avenida Bolívar-Parque Central, precisamente. Este trayecto a pie es distraído: comerciantes de artesanías diversas: en cuero, en metales, adornos y demás fantasías, evocan una Caracas de trabajo y lucha por la subsistencia de la gran mayoría de comerciantes informales honestos. Sin embargo después que las cosas pasan uno revisa el disco duro mental y se percata del error cometido. No debía haber llevado el celular tecnológico conmigo. Más bien solo debí llevar el celular baratito, es decir, el pico y pala. Tampoco debí intentar atravesar por debajo de la Av. Bolívar, mediante el pasillo subterráneo que conduce al Parque Central. Recordé también después las grotescas escenas de la película ?Irreversible? del director argentino Gaspar Noé donde la preciosa actriz Mónica Bellucci interpreta la escena donde una mujer es violada en uno de estos pasajes, esta vez parisino. Dicha película contada en orden cronológico inverso nos invita a reflexionar sobre la violencia y de la reacción de la que es capaz el género humano.           Apenas comenzaba a descender por las escaleras del mencionado paso subterráneo me enfrenté a una realidad hoy cotidiana en cualquier calle, en cualquier ciudad venezolana. Un tipo con un revolver impidiéndome el paso me apuntaba a distancia quemarropa. ?Dame el celular o te doy un tiro?. Reaccioné instintivamente sujetando y bajándole el brazo para no sentirme en la línea de fuego de su arma, y forcejeando con él de pronto dos tipos mas, uno a cada extremo a mis espaldas, me advirtieron: ?quédate quieto o te damos?. De la impotencia de verte sometido pasas en fracciones de segundo a la frustración de entender que tienes que entregar tus pertenencias. Ya atracado te despachan con la invitación de: ?corre pues o sales tiroteado?; invitación que aceptas también de mono instintivo. Al salir a la avenida miro a dos soldaditos de verde oliva, a muy pocos pasos de donde fui atacado, con sendos fusiles y pienso ¡para que sirven estos muchachos con tal armamento de guerra en estas circunstancias? ¿Para que aviones Sukhoi y tanques rusos? Tantos recursos invertidos en tales armamentos para al final morir en la patria, tiroteado por un malandro.                Al reflexionar lo sucedido decidí aprender, más allá de lo indebido de llevar en los bolsillos objetos de valor y andar libremente por ahí, en las actuales circunstancias de alta peligrosidad en nuestras ciudades venezolanas, y entender qué es realmente lo que pasa: ¡sencillamente es que ya no somos libres! Que no se puede, ¡por ahora! vivir libremente en Venezuela. Que somos prisioneros de atracadores de más alta peligrosidad aún y con más poder que los simples malandros que me atracaron. Que a ellos, como Jesús en la cruz les podemos perdonar, de acaso arrepentirse, y estarán con nosotros en un nueva Venezuela, la cual haremos que vuelva a ser un paraíso y capital de cielo, como solíamos decir de nuestra ciudad. A los otros ?atracadores mayores? que han robado a manos llenas el tesoro público les tendré muy en cuenta, para que se haga justicia por todos los muertos que no tuvieron, lo que nos ha dado en llamar ?suerte? de no morir en medio de un atraco. El no contar con un gobierno responsable que nos proteja, mientras ciertos funcionarios y funcionarias nos hablan de las colas felices y nos dicen que todo es bello. Así como ellos han convertido nuestro país en estas cifras  desgarradoras de asesinatos por cada cien mil habitantes, junto a un aumento considerable de nuestra población que supera ya los 28 millones de habitantes, con índices de asesinatos que han casi triplicado en tres lustros los de otrora. Por ello la solución es el cambio de este gobierno continuista que ha traicionado la esperanza, junto a sus patriotas cooperantes, ¡para rescatar la libertad, la justicia y la paz que nuestro noble pueblo venezolano merece!


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