La elección presidencial argentina del pasado domingo 25 arroja conclusiones que en alguna forma guardan semejanza  con el proceso venezolano y que por tanto pudieran ser de interés.Se demostró que las encuestas ?una vez más? son una herramienta apenas aproximativa sobre el juicio definitivo del elector. Cuando el candidato oficialista ?Scioli? basado en los números de las elecciones primarias de agosto (38,5%), apuntaba a obtener un porcentaje que le permitiera evitar la necesidad de una segunda vuelta, lo que resultó fue que disminuyó su caudal para aventajar al liberal Macri por tan solo 2,5% obligándolo a medirse nuevamente el 22 de noviembre.Quedó claro que después de doce años de kirchnerismo y una deteriorada situación económica existe todavía considerable proporción de gente que compra el discurso populista, el asistencialismo, la confrontación y el discurso antinorteamericano sin dejar de tener en cuenta que el candidato de la extrema izquierda que obtuvo casi 5% de los votos totales ofrecía proporciones aún más acentuadas de la receta kirchnerista. Aunque suene increíble, parece que haber caído en default, quedar fuera del circuito financiero internacional, desacatar sentencias favorables a acreedores internacionales no satisfechos, sumir a la economía en recesión, pretender invadir el Poder Judicial, desatar la corrupción, el déficit fiscal y la inflación son valores o logros positivos para un sector no despreciable de los votantes, parecido a cuando aquí nos cuentan que pese a todo ello ?tenemos patria?. ¡Mosca con eso!Se demostró que la falta de unidad de la oposición (que incluye al peronismo disidente) impidió el triunfo decisivo y contundente de la misma en la primera vuelta. En Venezuela por lo menos podemos afirmar que, aun cuando la MUD no sea lo más perfecto, por lo menos ofrece una alternativa concreta de triunfo que ?sin desconocer las negociaciones difíciles y a veces turbias? presenta un cuadro más positivo que la lucha a cuchillo entre quienes aspiraban a un cambio. En Argentina el que salió tercero ?Sergio Massa? (un peronista ?disidente? que otrora fue jefe de gabinete de la señora Kirchner) obtuvo algo más de 20% y supuestamente se convirtió en árbitro de la segunda vuelta pese a que  allá hace años nadie es ?dueño? de los votos como lo fue Chávez en Venezuela. De ese caudal seguramente se desprenderán los sufragios que consagren al vencedor definitivo.Si ese vencedor definitivo fuera el oficialista Scioli no sería raro un escenario donde Cristina & Co. pretendan dictarle las pautas a seguir. La mayor parte de las veces, cuando eso ocurre, el que se sienta en la silla presidencial elige hacer lo que él cree mejor y no lo que le dice su antiguo referente político. Eso mismito hizo Kirchner con Duhalde a quien debió su nominación. Lo del ?legado? es solo para el discurso, salvo en nuestra triste experiencia en la que desde el más allá, por vía de un pajarito, se definen los caminos a seguir.Otra constatación es la de la condición dinástica de los regímenes populistas (los Castro, los Kim, los Assad, etc.). Personajes sin otro mérito que el apellido Kirchner, como lo son el hijo Máximo, elegido diputado, y Alicia (hermana de Néstor), elegida gobernadora (ambos del feudo originario de Santa Cruz), irrumpen en el escenario con una dosis de poder que habrá que evaluar. Esa condición debe ser evaluada tanto más cuando en nuestro país han surgido rumores de posibles aspiraciones similares.No por último es menos relevante comprobar que ser millonario de cuna no fue en Argentina obstáculo para tener posibilidades en política. Tanto Scioli como Macri lo son, y mucho. En Venezuela, en cambio, los oligarcas y los burgueses se han convertido en ciudadanos de segunda categoría, basta oír el discurso oficial para confirmarlo.Habrá que seguir pendientes de las negociaciones que ya deben estar en plena marcha para ver si en definitiva Argentina seguirá siendo un fiel aliado del chavismo, practicante de sus recetas, o si podrá volver a alinearse en el tren del progreso y de la redistribución de la riqueza que se crea y no de la pobreza que a todos iguala para abajo, pese a cifras de entes oficiales de dudosa consistencia que postulan lo contrario.


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