Mientras espero los resultados de un perfil quirúrgico de una sencilla operación que he venido posponiendo, tengo en mis manos mi lápiz y mi libreta de apuntes con los que voy almacenando mis reflexiones, sobre la vida, sobre el país que nos aflige gracias al pavoroso extravío en el que se encuentra. Estoy lleno de sentimientos encontrados, ansiedad por una paz que no vislumbro y una ira contenida por tanto irrespeto que lograré expresar el próximo domingo, Dios mediante, con mi voto. No me hago ilusiones, nunca diré que esta es la última oportunidad para rescatar la democracia y que si no se gana es el fin del mundo. La pelea es peleando mucho más allá de los resultados del 6-D. No puedo pasar por alto   las deplorables, como obscenas, condiciones de desigualdad en la contienda electoral del domingo, la obsecuencia excesivamente servil del Poder Electoral a la voluntad del régimen, en la falta que ha hecho Vicente Díaz como representante de la oposición en ese organismo, en el convidado de piedra que resultó ser sus sustituto, en  la desvergüenza de un régimen inescrupuloso, en la burocracia que el oficialismo construyó amparado en los altos precios del petróleo, en las profundas deformaciones y el daño que ha hecho y seguirá haciendo el populismo, en las nuevas formas de  terrorismo de Estado y la represión como método, en el quiebre de la moral a todos los niveles, en si la conciencia nacional está en sintonía verdadera con lo que nos espera a partir de este momento en el que la pretendida revolución quedó grotescamente desnuda y todo me lleva a predecir los largos y revueltos tiempos de borrascas que nos esperan para volver a ser un país vertebrado y sólido, con voz respetada dentro y fuera de sus límites, cualquiera sea el resultado de estas elecciones. No hay que olvidar que dentro de la cúpula del régimen que maneja y dirige el extravío de la nación, existe una incivil intención de no reconocer un resultado adverso y que esos personajes, con nombres y apellidos de conocimiento público gracias a sus acciones siempre al margen de la democracia, son capaces de desatar desde una guerra civil hasta mantener un saboteo continuado para desestabilizar el diálogo indispensable para llegar a una transición fructífera.  Estas no son las alucinaciones de un poeta cronista, son realidades que están allí de cuerpo presente y moviéndose como serpientes detrás de sus presas. En paralelo me pregunto con insistencia si el chantaje y el soborno continuado que desde hace tres lustros aplica un régimen irracional que pretende controlarlo todo seguirá surtiendo efecto; si esa masa contagiada con el virus de la dependencia que afecta trágicamente nuestra autoestima como pueblo,  seguirá prefiriendo las migajas que recibe, o si ese visible descontento que hoy muestra ante tanta penuria lo llevará a castigar a sus verdugos. Aun reconociendo que en materia de ciudadanía hemos avanzado algo, no me atrevo a asegurar que estos largos años de derrumbes, arbitrariedades y penumbras malas y muy oscuras hayan convertido a un pueblo engañado y burlado tantas veces en una suerte de legión de Espartaco, con plena consciencia de sus deberes y sus derechos. Quedan en el aire o a mitad de camino muchas tareas por emprender y concluir que no han impedido que todavía respiremos un cierto aire de banalidad sobre temas que de banales nada tienen, como tampoco la falta de compromiso de mucha gente, la indiferencia ante hechos que habrían hecho temblar a muchas sociedades y esa suerte de patabolismo que se respira y que, en el mejor de los casos, se convierten en pasto de un humor apenas medio catártico y sin notables consecuencias. Cómo desearía quien esto escribe que la totalidad de ese 86% que se manifiesta en las encuestas como partidario de un cambio urgente esté dispuesto a convertir su voto en un acto de rebelión democrática, tal y como lo impone la circunstancia de un régimen que amenaza con llenar de sangre y plomo el espacio y desconocer el resultado si le es adverso. Cómo quisiera no pensar que esa verborrea amenazante salida de los labios de quienes tienen mucho o todo que perder, lejos de ser trapos rojos intimidantes de un régimen acobardado por la sospecha de sufrir una derrota electoral severa, pudieran convertirse en parte de un nuevo calvario. No hay que olvidar que se trata de de un régimen que, ante las preguntas de la razón, responden siempre con la irracionalidad del insulto.A diario mi angustia ciudadana repasa ciertas realidades como son la división del país entre malos y buenos, la retórica del engaño permanente, la impunidad sin límites, el discurso del resentimiento, la mentira como estandarte de un régimen perverso, un pueblo cada vez con menos derechos y una libertad cercenada sin que en ocasiones lo advierta y tantos otros males,  todos graves, pero ninguna me crea mayor angustia que la de no poder responder si tenemos en Venezuela un liderazgo sabio para reparar la debacle moral que este proceso le ha infligido a nuestra sociedad, un liderazgo que, sin caer en la tentación de hablarle continuamente a la galería, tenga claridad sobre el más primordial de todos los asuntos que no es otro que la reconciliación del país, terreno en el que, por ejemplo, deben privilegiarse los puntos de encuentro, la sanción con justicia, la búsqueda de un equilibrio que lleve la nave a buen término, materias todas en las que la venganza no tiene cabida.Quiero creer que en el país existen quienes puedan lograr una reconciliación que vaya más allá de lo que una vez conocimos como la política de pacificación y así emprender la gran tarea de la reconstrucción de esta Venezuela que, de seguir por el camino actual, inevitablemente se desangrará. Sobre el hecho de un fraude en marcha no tengo dudas, tampoco sobre el descomunal ventajismo del régimen al utilizar todo el peso del gobierno y los recursos del Estado y mucho menos de sus malas intenciones, sin embargo, y a pesar de todas mis dudas y estados de ánimo alimentados por las cosas que veo, tengo fe en que una buena porción de los beneficiarios de las prebendas del régimen, hoy  desengañados, utilizarán el recurso del secreto del voto para dejar constancia de su inmenso malestar.Me  disponía a tomar nota de un nuevo asalto a la razón escenificado por un talibán del régimen, cuando apareció el médico con los resultados de los exámenes en la mano, diciéndome prepárese amigo, que después de las elecciones le aplicaremos también a usted el bisturí. 


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