Claudio Uberti salió rapidamente del poder en los días que siguieron al estallido del «caso Antonini», en agosto de 2007, una precuela, si se quiere, del escándalo por los «cuadernos de la corrupción». Porque hoy, como ayer, Uberti siempre se movió en las sombras, con bolsos rebosantes de dinero.

Oriundo de Santa Fe, un oscurísimo incidente con su novia de entonces lo forzó a huir de Rosario y exiliarse en el extremo patagónico: Santa Cruz. Allí conoció a los Kirchner, mientras hacía todo tipo de changas como «marido a domicilio». Entre ellas, pegar «venecitas» en baños.

Pronto se convirtió en uno de los lugartenientes de «Lupín» a la hora de recaudar para las campañas electorales y, junto con «el Jefe» o «el Ruso», como le decían, voló a Buenos Aires en mayo de 2003. Asumió al frente del Órgano de Contralor de las Concesiones Viales (Occovi), donde los empresarios del sector pronto lo apodaron «el señor de los peajes». Acaso porque una vez por semana pasaba a retirar bolsos, algo que ayer, al fin, confesó ante el fiscal Carlos Stornelli.

Sin embargo, Uberti no acotó su labor recaudatoria a las empresas de los corredores viales. Porque Kirchner lo ungió embajador «paralelo» para las relaciones con Venezuela, donde pronto chocó con el embajador formal de la cancillería argentina en Caracas, Eduardo Sadous.

Sin saber que metía sus dedos en un enchufe del poder, Sadous llegó a enviar un cable diplomático secreto al Palacio San Martín donde informó sobre los movimientos de Uberti en Venezuela y el ruido que lo rodeaba. Peor aún, incluyó en su texto la palabra «corrupción». ¿Conclusión? Uberti continuó con las suyas, mientras que la Cancillería convocó a Sadous a Buenos Aires, de donde nunca más salió durante el kirchnerismo. Peor aún, el entonces ministro Julio De Vido lo acusó de falso testimonio, cargo por el que debe afrontar un juicio oral.

Uberti siguió a cargo de la «diplomacia paralela» hasta agosto de 2007, cuando la entonces agente de la Policía de Seguridad Aeroportuaria (PSA) Lorena Telpuk detectó una valija con 790.550 dólares en la zona de vuelos privados del aeroparque porteño y poco más de 48 horas después estalló el escándalo.

Los gobiernos de los Kirchner y de Hugo Chávez lo negaron todo y hasta acusaron a Guido Alejandro Antonini Wilson de ser un agente de Estados Unidos, aun cuando el voluminoso empresario departió con ellos en un acto oficial, después del decomiso y antes de que todo saltara por los aires.

Eyectado del Occovi y defenestrado como «embajador paralelo», Uberti se portó como un soldado fiel. Ni siquiera habló cuando la fiscal del «caso Antonini», María Luz Rivas Diez, detectó llamadas desde su teléfono a un aparato a nombre del jefe operativo de la ex-SIDE Antonio Horacio «Jaime» Stiuso minutos antes de ingresar a la quinta de Olivos esa misma madrugada para reunirse de urgencia con Néstor Kirchner.

De «protegido» a «paria»

Uberti tampoco se quebró cuando la Justicia de Estados Unidos también se involucró en el «caso Antonini» y condenó a tres venezolanos y un uruguayo por trabajar para el régimen chavista en un intento desesperado de comprar el silencio de Antonini. Ni siquiera cuando el propio Antonini confirmó que durante ese vuelo, como había revelado La Nación, otros 4,2 millones de dólares habían sorteado los controles del Aeroparque, algo que ayer comenzó a confirmar la Justicia argentina.

Como Sadous, la fiscal María Luz Rivas Diez tampoco la pasó bien mientras investigó a Uberti por su rol en el «caso Antonini», según relató tras su retiro. «Luchamos contra todo el poder político que protegió a Uberti porque temían que abriera la boca. Fue luchar contra molinos de viento», resumió. Lo relevante es que logramos probar que la valija era para el gobierno. Era una remesa del gobierno venezolano, y probablemente hubo otras valijas con dinero en ese avión, que llegó a un aeropuerto donde no hubo controles ni cámaras de seguridad. Pudimos demostrar también cómo ardidosamente se armó todo para ocultar ese dinero con cobertura política. Y pese a todo impulsamos una investigación penal. Porque nadie de ningún organismo público quería radicar la denuncia».

Como premio por su silencio, Uberti continuó cerca del poder como un satélite. O, mejor dicho, como uno de sus valijeros. Y para eso usó como centro de operaciones el café Volta, sobre la avenida del Libertador. Los empresarios debían pasar por allí, dejarle el bolso debajo de su mesa, escuchar sus peroratas y seguir su camino, con una duda: ¿el dinero que le dejaban llegaba a destino?

La duda de los empresarios -o al menos de algunos de ellos- se resolvió la madrugada en la que el exsecretario de Obras Públicas José López terminó esposado mientras intentaba depositar bolsos con $ 9 millones en un convento que no era convento, con monjas que tampoco eran monjas. Entre ellos, un altísimo ejecutivo que luego se confesó con La Nación. «Uberti era desagradable. Un compadrito, soberbio, insoportable. Un matón y, encima, un cobrador empedernido», lo pintó el ejecutivo, satisfecho al menos tras comprobar que Uberti no se había comido su bolso.

El currículum laboral de una hija, incluso, aportó una pequeña ventana a sus vínculos subyacentes con el entorno del ministro Julio De Vido. Trabajó en Radio El Mundo, una emisora por la que pasaron durante los últimos años desde la familia Vignati -de empresarios santafesinos- hasta el exsecretario privado de De Vido José María Olazagasti, y del también empresario Juan José Levy al operador judicial Alfredo «Freddy» Lijo, hermano de Ariel, el juez federal.

Con la muerte de Kirchner, sin embargo, Uberti comenzó a percibir que lo dejaban de lado. Que lo convertían en un «paria», calificativo que ayer repitió en tribunales, varias veces. Como si tuviera la peste. Y ayer, sentado frente al fiscal Stornelli, se vengó. Habló de Néstor y de Cristina Kirchner. De Techint y de otras empresas. Y de, si cabe, más dinero volador. A la provincia de Santa Cruz.


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