Parece irrisorio salir a la intemperie en traje de baño después de haber dejado en el vestuario el abrigo, el gorro, los guantes y todas las prendas de las varias capas con las que uno deambula por la ciudad de Budapest en estos días de invierno. Pero con un poco de coraje y algunos pasos rápidos, el cuerpo encuentra alivio al sumergirse en una de las 11 piscinas de aguas termales del complejo Széchenyi, uno de los que otorgó a la capital de Hungría su fama internacional de «ciudad spa».

Pero no sólo eso: las piscinas con aguas de hasta 40º repletas de minerales también sirven de marco para una celebración del fin de año poco común. La noche previa al brindis, el centro del complejo Széchenyi cambia momentáneamente su clima «zen» para alojar a la llamada «Sparty», una mega fiesta que convierte el spa en una disco con capacidad para 2.000 personas.

Como en otros sábados del año, pero con una propuesta especial por tratarse de la última noche de 2017, el centro de aguas medicinales más grande de Europa se transforma en una pista de baile. La fiesta tiene lugar en las piscinas ubicadas en el corazón del complejo donde a diario se ofrecen tratamientos terapéuticos y masajes, entre otros servicios que incluyen pedicure y solarium.

El precio de la entrada de la Sparty parte de 50 euros y asciende hasta 85, para aquellos que opten por la opción más completa, sin filas, y con toalla y tragos (mojitos o cervezas, que en nada se relacionan con el tratamiento de agua termal bebible que se ofrece en Széchenyi).

Pese a que estos valores superan ampliamente el precio de la entrada más básica al spa, en torno de 15 euros, las entradas para la víspera de este Año Nuevo ya fueron agotadas.

A 20 años de su primera edición el evento creado por el empresario local Lazlo Laki, de la firma Cinetrip, ya cuenta con una buena reputación entre locales y visitantes. Un total de 55.000 personas asisten a las «Sparties» a lo largo del año.

La propuesta para esta noche incluye shows de láser a través del vapor, proyección 3D en los edificios de estilo neo barroco que circundan las piletas, acróbatas y otros entretenimientos, acompañados con la música de DJs en vivo.

Ciudad termal

Atravesada por el Danubio, que separa los territorios que antiguamente formaban dos ciudades distintas -Buda y Pest-, la capital húngara tiene más de un centenar de fuentes que proveen a diario 70 millones de litros de aguas termales. El recurso es utilizado para tratamientos de reuma, problemas circulatorios y para atenuar los síntomas de enfermedades respiratorias.

Actualmente funcionan alrededor de 14 baños en la ciudad, cuyas bases en algunos casos fueron construidas hace siglos.

El surgimiento y evolución de los baños termales se relaciona con las variadas influencias que convergieron en Budapest, según la dominación de su territorio a través de la historia.

Aunque fueron los romanos quienes los crearon hace más de 2000 años, el imperio turco Otomano convirtió a los baños termales en una marca distintiva de la ciudad hacia el siglo XVI. La influencia es evidente en la cúpula sobre la piscina octogonal en los baños de Király, reconstruidos tras la segunda Guerra Mundial.

No obstante, los baños más importantes de Budapest -el mencionado Széchenyi, y otros como Rudas, Lukács y Gellért- datan de tiempos posteriores, en los que Hungría formó parte del imperio Austro-Húngaro.

Hoy, la atracción constituye una fuente de riqueza para el país. De acuerdo con la Asociación de Baños Termales de Hungría, el negocio tuvo ingresos por 1.440 millones de florines -unos 5.5 millones de dólares- en 2016, según la agencia de noticias local MTI.


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