Tan desesperado está por atornillarse en el poder el presidente Nicolás Maduro que acaba de poner en juego el gran legado del difunto Hugo Chávez, al convocar una Asamblea Constituyente para cambiar la Carta Magna de 1999.

Es la misma que Chávez dijo que debía permanecer vigente durante al menos 100 años y que era exhibida por los chavistas en un pequeño libro azul para justificar sus abusos de poder, y por los opositores para defenderse de ellos.

Dice Maduro que su objetivo “es ganar la paz, vencer el golpe de Estado y perfeccionar el sistema económico y político” en medio de la generalizada sensación de que el país está al borde del colapso y de una multitudinaria oleada de manifestaciones en contra del gobierno, que ya cumple 4 semanas y ha cobrado la vida de 29 personas.

Pero en realidad lo que denuncia la oposición y temen algunos países es que Maduro tiene un objetivo político claro: evitar a toda costa la realización de elecciones, tanto las locales y de gobernadores, que debían realizarse el año pasado, como las presidenciales, programadas para diciembre de 2018, por una razón que a estas alturas parece de perogrullo: porque todo indica que las perdería.

Pero hay otros objetivos, como neutralizar y remplazar completamente la Asamblea Nacional, de mayoría opositora, que se ha convertido en una piedra en el zapato en su camino hacia el totalitarismo, y crear las condiciones para gobernar sin las instancias de control naturales de una democracia, al hacer inviable la independencia de los poderes públicos. De hecho, su anuncio de abandono de la OEA parece ir por la misma dirección: librarse del escrutinio nacional e internacional.

Pero, a decir verdad, todo podría ser no más que una especulación, pues Maduro anunció el decreto, pero no hizo público su contenido. Lo que se discute se ha deducido de lo poco que dijo el presidente en su mensaje del 1° de mayo. Pero es claro que si los 500 constituyentes no se elegirán por voto universal, Maduro le apostará a manipular el Consejo Nacional para que la mayoría sea chavista. Como se ha vuelto costumbre, el chavismo se saltará las reglas que ellos mismos se inventaron para sacar ventaja y forzar las realidades. Y para eso está un Tribunal Supremo de Justicia de bolsillo.

Más allá de esta discusión nacional en la que Maduro pretende enfrascar al país a través de una enorme cortina de humo, para desviar la atención de los verdaderos problemas del país, cabe preguntarse si cambiar la Constitución pondrá fin a la crisis de desabastecimiento de alimentos y medicinas; si bajará la inflación y le devolverá al bolívar su poder adquisitivo; si restaurará la matriz productiva destruida por las expropiaciones y el desastroso manejo de la economía, o si Venezuela dejará de ser esa especie de Estado fallido en el que lamentablemente se ha convertido, de donde salen por miles sus ciudadanos desesperados por la miseria y la violencia. Tal vez no. Por eso, los países vecinos han desenmascarado la celada que prepara el régimen, y ya varios advierten sobre las verdaderas motivaciones.

Uno tras otro se repiten los intentos por quebrar el hilo constitucional. Lástima que los exabruptos estén por encima de las vías pacíficas de entendimiento.


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