Cuando Hugo Chávez asumió el poder de Venezuela el 2 de febrero de 1999, tras un fallido golpe de Estado y un par de años en la cárcel, gran parte del pueblo se vio esperanzado por el fin de un bipartidismo que se repartió el poder por décadas y hundió al país en una fuerte recesión económica.

Su plan político ganó más adeptos en poco tiempo. Con una bonanza respaldada por el petróleo y una retórica combativa y nacionalista, el presidente que le cambió el nombre al país dictó una nueva constitución, construyó viviendas sociales, llevó medicina a los barrios olvidados, alfabetizó a niños que antes ni pensaban en ir a la escuela y propulsó que una gran cantidad de adultos terminara la secundaria.

Todo eso lo hizo al tiempo que lideraba batallas contra la propiedad privada y las empresas de capitales extranjeros, que expropiaba varias de ellas sin ofrecer alternativas para reemplazarlas. También se enemistó con buena parte de Occidente, generó alianzas con naciones como Irán, Rusia y Corea del Norte y censuró a toda la prensa que no aprobaba sus medidas.

Así, con su llegada, comenzó la diáspora: miles de venezolanos empezaron a abandonar el país. Durante los mandatos de Chávez, cerca de 1.700.000 personas se fueron de Venezuela descontentos con las medidas y previendo un futuro colapso. A partir de 2015, el número se duplicó: «Hasta 1998 no conocíamos el proceso de emigración, pero entonces arrancó y a finales de 2015 tuvo su punto de inflexión, cuando creció con fuerza a la par que se agravaron la condición política y la económica: la falta de medicinas, de productos, de alimentos llevó a que la diáspora creciera más del ciento por ciento. En dos años abandonaron el país 1.800.000 personas. Como no hay plata para vuelos, la gente se va a pie, en autobús, en pequeñas lanchas», explica en diálogo con LA NACION Tomás Páez, sociólogo y coordinador del libro La voz de la diáspora venezolana.

Chávez murió en marzo de 2013 pero dejó el camino marcado para el siguiente. Nicolás Maduro llegó al gobierno como el elegido, pero a meses de asumir debió aceptar el golpe más duro a la revolución: la crisis del precio del petróleo fue la crisis del país. De un año al otro, de 2014 a 2015, Venezuela perdió 28 mil millones de dólares en ingresos.

«En 2003 empezaron a acumularse distorsiones de precios que impedían el desarrollo de la actividad privada de manera autónoma a los flujos de renta petrolera. Estas distorsiones generaron escasez de bienes desde el 2007, situación que se agudizó en 2014. Durante los últimos años, en un entorno de reducción severa de importaciones y con un control cada vez mayor del Estado, la escasez se trasladó a la importación de insumos y materias primas, lo que afectó el aparato productivo nacional», asegura Jean Paul Leidenz Font, economista y coordinador de investigaciones de la consultora Ecoanalítica.

Maduro no tiene el carisma. La seguidilla de decisiones tomadas para frenar la debacle (que se sumó al endeudamiento excesivo) hizo además que se ganara la desconfianza de aliados históricos. Tras negar la crisis, ordenó medidas alejadas del programa electoral: aumentó la gasolina, lanzó una nueva ley laboral, provocó una huelga general y también la suba del desempleo. La inflación se disparó, las empresas dejaron de tener con qué negociar, las industrias se quedaron sin producir. La gente salió en masa a las calles con furia y por meses. Comenzó la peor etapa del desabastecimiento (eternas colas en los supermercados, saqueos, precios desorbitados en productos como el papel higiénico), que recrudeció aún más la política. La primera gran derrota se dio bajo su mandato, en diciembre de 2015, cuando tras 16 años de triunfos chavistas la oposición ganó la mayoría en las elecciones parlamentarias.

Pero el bolivariano siguió: profundizó la regulación del dólar, que sólo se consigue a valores insólitos, recrudeció el control de precios que afectó al sector privado, eliminó las estadísticas, ordenó a militares inspeccionar firmas y comercios para combatir lo que él mismo llamó el «acaparamiento y la especulación», y esbozó una frase que aún es clave en su gobierno: «guerra económica».

El «hijo» de Chávez sacó los problemas para afuera. Culpó a Estados Unidos y a todas las naciones que no compartían sus decisiones por los golpes en su economía y se aseguró la permanencia en el poder con una serie de detenciones e inhabilitaciones que dejó a la oposición sin opciones.

Este domingo, el pueblo debe ir a las urnas para elegir presidente y los tres candidatos que se enfrentan al chavista no tienen la fuerza que requieren. Incluso si alguno de ellos ganara, las posibilidades de cambios son dudosas. «El año pasado tuvimos una serie de eventos que modificaron el panorama. La creación de la Asamblea Nacional Constituyente como órgano superior al presidente provoca que la gente no quiera ir a votar. Este cuerpo podría convocar a unas nuevas presidenciales si los resultados no son los que quieren. Y a eso se suman las fuertes denuncias de fraude y las constantes amenazas a la parte del pueblo que tiene el carnet de la patria (7 de cada 10 venezolanos) y que depende de esos beneficios estatales para subsistir. El escenario es complicado», advierte Leidenz Font.


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