Guilherme Taucci Monteiro, de 17 años de edad, es uno de los dos tiradores que ingresaron a una escuela en Sao Paulo y dispararon contra alumnos y funcionarios, dejando ocho personas muertas. Él y su cómplice, Henrique de Castro, de 25, se suicidaron.

La madre de Guilherme, Tatiana Taucci, contó al diario barasileño Folha de São Paulo detalles de la vida de su hijo que podrían dar algunas pistas sobre lo que lo motivó a cometer el crimen. 

«Llegué a la escuela gritando por mi hijo, diciendo que le habían lastimado. Cuando me contaron lo que había sucedido, mi mundo se cayó» , se lamenta Tatiana ante el diario brasileño.

«Perdí a mi hermano y a mi hijo… Mi vida se cayó».

De camino a la escuela Prefesor Raul Brasil, los tiradores pasaron por la tienda de Jorge Antonio Moraes, tío de Guilherme, y le dispararon. Jorge murió en el hospital. 

La familia de Guilherme afirma que nunca sospechó que el adolescente podía tener un comportamiento violento, salvo por aquellas ocasiones cuando le gritaba a la pantalla mientras jugaba videojuegos en la computadora. 

«Parecía paranoico y gritaba ante la pantalla: ‘Te voy  a matar, te voy a matar», recuerda su madre.

Tatiana Taucci está desempleada desde hace dos años. Tiene cuatro hijos, de los cuales dos viven en la misma casa del tirador. Ella lucha desde hace un tiempo contra una dependencia química que la lleva a pasar buena parte de su tiempo en la calle. 

«La madre y el padre no estaban ahí para él», le dijo el abuelo de Guilherme a Folha de São Paulo. 

Su tía cuenta que desde hace cuatro meses, a raíz de la muerte de su abuela, Guilherme comenzó a mostrar signos de una tristeza permanente.  

«Creo que se deprimió», le dijo al diario brasileño. 

Al salir de su casa en la mañana del atentado, Guilherme dejó en el suelo al lado de su cama una foto quemada de sus padres.

La madre de Guilherme cuenta que el joven dejó la escuela el año pasado porque era víctima de bullying. No soportaba ser el punto de burlas a causa de las espinillas de su cara.

Sin embargo, su abuelo le pagó un tratamiento.

«Su piel mejoró mucho. Ayer mismo le calenté la cena. Estaba todo bien», recordó el abuelo con la voz quebrada a Folha de São Paulo.

A pocos metros de la casa de Guilherme vive Luiz Henrique de Castro, el otro atacante en la escuela de Sao Paulo. 

Luiz Henrique había empezado a trabajar con su padre. Su abuelo, de 85 años, tuvo que ser sedado cuando se enteró de la noticia. 

Guilherme y Luiz Henrique se conocían desde niños. Andaban siempre juntos. 

«Eran chicos normales. No usaban drogas. Nunca noté un rasgo que indiqué este tipo de comportamiento» le dijo a Folha de São Paulo Cássio Nogueira, un vecino que los vio crecer. 

La pareja de tiradores asistía de forma regular a un cyber café donde practicaban juegos de disparos. 

«Por aquí pasan 10 personas todos los días. Todos juegan videojuegos de disparos. Si eso significara algo, todos serían asesinos», le dijo al diario brasileño Tattiane Mota, una trabajadora del lugar.  

No obstante, contó que vio a uno de los dos llevar una esvástica nazi en el cuello, por lo que a partir de ese momento fueron mirados con cautela. 

Con información de Folha de São Paulo


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