Vio al Real Madrid desde la barrera, la forma como fue enterrando sus opciones en cada título grande de una mala temporada, pero jamás imaginó Zinedine Zidane que nueve meses después encontraría un grupo de jugadores con una cara tan distinta a la del equipo que dejó.

En Vallecas perdió la paciencia. Pudo ser antes, pero Zidane puso paños calientes. El Real Madrid no se revitalizó con su llegada, como hizo en la primera ocasión, cuando era un equipo a la deriva que no comulgaba con las ideas de Rafa Benítez.

La «feliZidane», como se bautizó el efecto que contagió a la plantilla la llegada del técnico francés, no ha existido en esta ocasión. Porque su regreso se produce en un fin de ciclo evidente y que ya nadie trata de disimular sobre el terreno de juego.

Con el papel de ser el encargado de hacer lo que en su día no se atrevió, bien por falta de poderes o por no entender que iba en su cargo, una renovación profunda de plantilla prescindiendo de jugadores, llevándose algunas estrellas que lo ganaron todo por delante y la elección de nuevos futbolistas que cambien radicalmente la cara del Real Madrid.

El madridismo necesita ilusión. La imagen del técnico francés también sale «tocada» de un fin de temporada repleto de desgana del conjunto madridista. Sin tensión competitiva es imposible jugar bien al fútbol.

Los rivales que se juegan algo le pasan por encima. Solo ante el Athletic Club acabó Zidane orgulloso de sus jugadores. Bien pudo saltar antes con los triunfos sin brillo ante Celta e incluso con sufrimiento en el Santiago Bernabéu ante el colista Huesca.

O con la derrota en Mestalla frente al Valencia. Su equipo no ha ganado fuera de casa, ha dejado una imagen pobre en Butarque, Coliseum Alfonso Pérez y Vallecas, y el francés no entiende cómo el escudo, la camiseta que defienden, está por encima de todo ni cómo sus jugadores no plasman en el terreno de juego todo el trabajo de preparación de cada partido en la semana.

Pero volvió con once partidos por disputarse porque se sentía responsable. Su forma de decir adiós, cuando el club ya había planificado el nuevo curso con él, dejó en Zidane una parte de responsabilidad de lo que ha ido sucediendo esta temporada con un Real Madrid que nunca rindió al nivel esperado.

Fue lo que le llevó a aceptar el reto de volver. No podía decir que no a la llamada de Florentino Pérez aunque sabía que tenía más que perder que ganar. Igualar las tres ligas de Campeones consecutivas es misión imposible y desde ahí encaró el final de una temporada con la esperanza de recuperar a un grupo de jugadores que ya no tienen solución.

La imagen de Vallecas provocó que el francés retirase el proteccionismo que ha mostrado para toda su plantilla. Habló claro, y no responder a la pregunta de si la cabeza de Gareth Bale está en el Real Madrid fue su forma de señalar a uno de los que debían ser referentes.

Será el primero de una lista para salidas que Zidane tiene clara y analiza con el club. Su mensaje duro también tenía destinatarios en las altas esferas. El técnico ha dado una lista con perfiles definidos de los jugadores que necesita y espera noticias mientras da la cara por un proyecto agotado que le ha hecho perder la paciencia.


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