El Atlético de Madrid ganó (3-2) cuando se lo propuso al Valencia, con ambición, solvencia y respuesta en cada una de las dos igualadas de su adversario y con el gol definitivo de Ángel Correa; un giro y un tiro imparables ya para su rival y para aplazar al menos tres días el alirón del Barcelona en  La Liga Santander.

Un triunfo que pareció del conjunto rojiblanco dos veces, primero con el veloz 1-0 de Álvaro Morata, nivelado por Kevin Gameiro, y después con el rotundo 2-1 de Antoine Griezmann, empatado de penalti por Dani Parejo, pero que no lo fue hasta la irrupción del atacante argentino, capaz de rebelarse en el momento más inesperado, esta vez en el minuto 81, para agarrar los tres puntos con total convicción.

Tan cierto es que hoy el fútbol es esencialmente un juego de errores que necesita determinación y destreza para aprovechar cada uno, como lo hizo el Atlético en cada uno de los tres goles con los que doblegó a un Valencia imprevisible, capaz de nivelar dos marcadores adversos, pero también de ser un ‘juguete’ en las dos primeras dianas locales y permitir una tercera nada más empatar.

También de recibir el 1-0 a toda velocidad, al minuto 8. Cierto que Guedes, lejos de sus versiones recientes, que se presentaba como goleador ocho veces en los últimos diez encuentros antes de su visita al Metropolitano y que sustituido al minuto 57, perdió un balón que nunca debe perderse en su territorio, pero también que el Atlético lo transformó en muchísimo más. Porque pasó mucho desde el robo de balón al portugués hasta el 1-0 de Morata, todo con un mérito indudable del Atlético, como la pared entre Griezmann y el reactivado Lemar, que se cruzó el campo de lado a lado para sumar al ataque a Juanfran, cuyo centro fue tan fenomenal como el desmarque y el remate del delantero madrileño.

Tan solo se habían jugado 8 minutos. Realmente, no había comparecido aún el Valencia, cuya puesta en escena exigirá unas cuantas reflexiones. En defensa, en ataque, en ambición, en concentración, en convicción, en temor… Más con un rival como el Atlético. Aún más cuando persigues la zona de Liga de Campeones. Y más aún con la capacidad que demostró algún rato.

El Valencia solo fue él en algún tramo del partido. En el primer tiempo sanó la herida que le provocó el primer bocado, del que ni se enteró ni el cómo ni el porqué, hasta que Neto recogió la pelota de su portería, con el 1-1 de Gameiro cuando el partido cruzó la media hora, cuando pudo acelerar hacia adelante y cuando el Atlético rebajó la tensión.

Había crecido el Valencia, en la misma medida en que reaparecían ciertos hombres clave, como Parejo, desaparecido hasta entonces; ya no llegaba con tanta facilidad el conjunto rojiblanco, que rondó antes el 2-0 en un contragolpe culminado flojo por Morata o en un tiro lejano de Filipe Luis… Y de pronto todo estaba reequilibrado. El gol correspondió al delantero francés, pero nada habría sido posible sin la delicia de Santi Mina en forma de sombrero en el área… a Godín. Tampoco sin la cantidad de efectivos con la que se presentó en el campo rival ni sin la igualdad numérica, tres para tres, con la que aguardó el Atlético en torno al portero Jan Oblak.

¿Un descuido o un acierto? De las dos cosas hubo en el 1-1 del Valencia, que tampoco aprendió entonces del error que supone salir a la expectativa en el Metropolitano. Lo repitió en el inicio del segundo tiempo. Y para entonces, el Atlético ya había asumido la lección del 1-1. Ni descuidos atrás ni términos medios arriba.

Porque resurgió desde el vestuario. No dio margen al Valencia. En cuatro minutos, el Atlético golpeó de nuevo, con un 2-1 desbordante, que circuló desde el contragolpe que lanzaron Rodrigo y Koke hasta las combinaciones entre Lemar, Morata y Griezmann, que culminó la acción de cabeza. El gol número 21 del curso del ‘7’ rojiblanco.

Aún no fue el de la victoria del Atlético, que gobernó ya el duelo, pero concedió un penalti, una mano de Saúl Ñíguez que revisó y confirmó el VAR. La transformó Dani Parejo en el 2-2 en el minuto 77. Insuficiente para repeler la ambición del Atlético. Cuatro después, Correa devolvió el partido al final más previsible (3-2).


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