El Mundial se va, y todo indica que a Rusia le quedará algo más que buenos recuerdos de su selección.

“¡Qué lindos chicos que va a haber en Rusia dentro de unos años!”, lanzaron, encantadas, tres señoras ya entradas en los 60, al cruzarse días atrás con cuatro argentinos treintañeros que caminaban por el centro de Moscú lanzando miradas a las jóvenes rusas que pasaban a su lado.

Martín Repetto, el chef argentino del mejor hotel de la capital rusa, fue testigo de la espontánea reacción de las damas rusas, reflejo de un Mundial que fue mucho más amable y menos tenso de lo que se preveía.

Meses antes del comienzo, el gobierno ruso y las embajadas de países occidentales insistieron sin tregua en lo rigurosas que serían las autoridades y las fuerzas de seguridad locales. “No los mires a la cara”, llegó a decirse. Los rusos fueron rigurosos, sí, pero lo acompañaron de un nivel de sonrisas y empatía que no se esperaba.

“Los rusos son muy parecidos a nosotros, tremendamente amigables. Son duros al principio, pero una vez que ceden, se abren. Y las rusas son muy lindas, qué duda cabe», dijo Repetto a La Nación.

Recibir tres millones de turistas durante las cinco semanas de la Copa del Mundo fue una revolución, sobre todo para las ciudades rusas más chicas, pero también marcó a Moscú y San Petersburgo. Según las compañías telefónicas locales, la aplicación de citas Tinder multiplicó por once su utilización en estas semanas. La embajada de Túnez, señaló The Washington Post, vivió un boom de trámites de boda durante el Mundial.

Y eso que, antes del inicio del torneo, una veterana diputada, Tamara Pletnyova, había lanzado una advertencia clara: las rusas deberían evitar mantener relaciones sexuales con extranjeros. La diputada tenía presente la historia de “los niños de los Juegos Olímpicos” de Moscú 80, una época en la que pocos apelaban a los métodos anticonceptivos.

“Los niños mestizos concebidos durante eventos deportivos internacionales por mujeres rusas y hombres de África, América Latina o Asia fueron objeto en muchos casos de discriminación”, recordó Pletnyova. “Esos niños sufrieron y sufren desde los tiempos soviéticos”.

El consejo no tuvo mucho eco, porque en el Mundial floreció el amor sin importar la procedencia y el color de piel. Mareas de hinchas tomaron las calles de las ciudades y se relacionaron con los locales a base de espontaneidad, música y baile. Los rusos y las rusas se sumaron con ganas a la propuesta.

“En Kazán nos veían con la camiseta de la selección y nos pedían fotos”, contó un hincha argentino que pidió reservar su identidad. “Habíamos perdido, nos habían eliminado, pero en tres horas me habré sacado fotos con 50 chicas distintas”.

Por esos mismos días, Irina se cruzó en la plaza Roja de Moscú con Patricio, un argentino que vive en California.

“Me regaló una camiseta de la selección y me invitó a Los Ángeles”, explicó la joven rusa de 29 años de edad. “Estoy feliz de que el Mundial haya venido a Rusia, porque eso me permitió conocer a mi novio. Ahora voy a ir a Los Ángeles”.

El atractivo que los extranjeros despiertan en las rusas tiene explicación. “Los hombres rusos no nos tratan bien. Cuando se acercan quiero salir corriendo”, explicó al Washington Post Katia, una moscovita de 20 años que se enamoró de un mexicano cinco años mayor. “Los extranjeros son amables, no como nuestros hombres”.

No todo, sin embargo, fue tan dulce en el Mundial. El diario local Moskovsky Komsomolets reflejó el enojo de muchos hombres por la atracción que los extranjeros despiertan entre las rusas, y resumió su postura en una columna de titular indescriptible: “El tiempo de las putas: las mujeres rusas se deshonran a sí mismas y a su país”.


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