Cuando ha pasado año y medio del intento de secesión de 2017, muchos son los catalanes que exigen un diálogo sincero para calmar la tensión y superar una de las peores crisis políticas vividas en España.

Cae la noche en Mataró. En un salón de un centro cívico de esta ciudad costera, cerca de Barcelona, los vecinos debaten sobre posibles salidas a la crisis. Las opiniones divergen, pero todos coinciden en pedir entendimiento entre los líderes regionales catalanes y los de Madrid.

«Hay mucha, mucha gente en Cataluña que está cada vez más convencida de que las posiciones radicales y el radicalismo de un lado y del otro no aportan nada positivo», señala Carles Estapé, quien como defensor de la independencia se encuentra en minoría entre las 25 personas presentes.

En medio, el pueblo

Desde el referéndum de autodeterminación ilegal del 1 de octubre de 2017, seguido semanas después de una infructuosa declaración de independencia, la tensión se ha mantenido en esta región de 7,5 millones de habitantes en el noreste de España. Raro es el día en que la actualidad no está marcada por alguna declaración altisonante o algún encontronazo, en persona o en redes sociales, entre independentistas y partidarios de la unidad de España.

Cuando activistas separatistas radicales bloquean carreteras en Cataluña o grupos antiindependentistas destruyen simbología secesionista colocada en edificios, el eco en los medios es amplio. Y en medio del ruido, los moderados sufren para hacerse escuchar.

El presidente del gobierno, el socialista Pedro Sánchez, buscó desde su llegada al poder en junio pasado un diálogo formal con los líderes separatistas. Pero el esfuerzo descarriló, con los separatistas denunciando que el gobierno no hizo lo suficiente y con la derecha acusándolo de ceder al «chantaje» de los que buscan romper España. Al final, Sánchez se vio forzado a convocar elecciones anticipadas el 28 de abril, luego de que los mismos diputados independentistas que lo ayudaron a llegar al poder condenaron al fracaso su presupuesto.

«Llegamos a este punto en que nadie sabe realmente cómo salir del encontronazo», señala un antiguo sindicalista, Jaume Espinalt, en Sant Joan de Vilatorrada, un pueblo enclavado en las colinas del centro de Cataluña, mayoritariamente independentista.

«Somos República» y «La República es el futuro», se puede leer en pintadas en una carretera cercana. Es como tener «dos arietes, y en medio el pueblo», dice Espinalt, fumando un cigarrillo fuera de un bar. Como muchos otros, está «hartísimo» de la persistente crisis y cree que debería haber «menos gritos, más oídos» en la región, donde 47,5% de los electores votó por partidos independentistas en las elecciones regionales de diciembre de 2017.

Tema recurrente

En el pueblo cercano de Santpedor, lugar de nacimiento del entrenador del Manchester City, el independentista Pep Guardiola, el alcalde Xavier Codina admite que es un tema recurrente. «Cada día, cada día», constata Codina, también defensor a ultranza de la secesión, sentado en su oficina donde se puede ver una foto enmarcada de los castells, las famosas pirámides humanas catalanas.

En la plaza del pueblo, lazos amarillos cuelgan de edificios de piedra, incluido el de la alcaldía. Estos lazos amarillos se han convertido en el símbolo de protesta del encarcelamiento y el juicio a líderes separatistas en el Tribunal Supremo en Madrid, por su papel en la tentativa de independencia, y una causa de irritación para activistas antiindependentistas.

«¿Hoy sabes qué tengo? Me ha llegado la notificación de la junta electoral de que hay que quitar el lazo amarillo», dice el alcalde, quien tiene una pequeña bandera independentista colocada en su despacho.

Esa fue la polémica de los últimos días: la junta electoral pidió que los lazos amarillos fueran retirados de edificios públicos catalanes antes de las elecciones, para garantizar la neutralidad. ¿Qué hará Codina? «Voy a poner una pancarta que pone ‘libertad'». Esa palabra «puede decir muchas cosas», dice riéndose. Puede significar libertad para los líderes separatistas procesados, cuya situación ve como una injusticia que solo ha afianzado a los independentistas en su postura.

El impacto del juicio 

De los 12 separatistas en el banquillo de los acusados, 9 enfrentan el cargo de rebelión que puede acarrearles hasta 25 años de prisión. Varios de ellos estuvieron en prisión provisional por más de un año mientras esperaban el juicio. Esta situación irrita a Codina y otros independentistas. Pero también inquieta a otros catalanes que no quieren la secesión.

A 70 km al sureste en Barcelona, sentado en su oficina en una vía muy concurrida, Jordi Menéndez afirma que el juicio es tan polémico que impide cualquier diálogo real. «Porque priman mucho más los elementos emotivos, psicológicos, que la racionalidad que necesita la política», señala. Le preocupa que la gente se está autocensurando al hablar de la crisis, en medio de un clima en el que los separatistas acusan a los que van contra su causa de traidores.

Simpatizante socialista, Menéndez es parte de una plataforma que busca promover una versión moderna de «catalanismo», un movimiento histórico que fomenta las tradiciones, la lengua y la autonomía de la región como alternativa a la independencia. Es coeditor de un libro que reúne diferentes voces catalanas, Catalanismo: 80 miradas, que presentó a la reunión en Mataró.

Mariano Rajoy y Carles Puigdemont

«Hemos aprendido a convivir»

En un café en Gracia, un distrito de moda y con mucho voto independentista en Barcelona, la autora catalana de origen marroquí Najat el Hachmi asegura que «hay sectores de la población catalana para quienes la independencia es la última de las preocupaciones». Le inquieta que el foco político y mediático esté en la independencia, dejando de lado temas como la pobreza, el desempleo o la exclusión social, particularmente en familias inmigrantes como la suya. Destaca que el día a día sigue adelante más allá de la agitación política, un sentimiento compartido por otros.

«Hemos aprendido a convivir», dice el psiquiatra Jordi Obiols. «Lo que hay es otro tipo de aspecto psicológico a nivel poblacional, que es cansancio, agotamiento, hastío, rabia de decir que con lo bien que estábamos, y con lo bien que podríamos estar, qué estupidez de estar como estamos», resume.


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