Gato viejo que jugaba a gato viejo. Pero no lo hacía de modo improvisado, sino bajo el estricto cumplimiento de sus reglas: las preguntas debían enviarse previamente por escrito. Cuando el entrevistador llegaba a la cita días después, Nabokov leía sus respuestas y le entregaba el texto. No podía alterar ni una coma. Alguna vez concedía la posibilidad de que le formularan repreguntas. Cuando el material estaba listo para ser publicado, debía volver donde Nabokov para su revisión final. El viejo gato se aseguraba: quería que su arrogante exhibición siempre fuese perfecta e implacable.

The New York Times en tres oportunidades, BBC Television, The Paris Review, The New York Times Book Review dos veces, The Time, Playboy, Vogue, Life, The Sunday Times y otros: todos aceptaban sus condiciones. Y se preparaban. El rigor de los cuestionarios hace evidente que asumían la dificultad de entrevistarle. Designaban a expertos en su obra o a personalidades como Alvin Toffler, la novelista Elizabeth Jane Howard, el crítico Robert Hughes, Alfred Appel –que había sido alumno suyo en Cornell–, Nicholas Garnham –gran historiador del cine inglés– y otros de esa categoría.

La pregunta salta inevitable: ¿y por qué tantos y tan poderosos medios de comunicación se rindieron a Nabokov? En primer lugar, porque era el autor de una novela descomunal, Lolita (1955), que Stanley Kubrick había llevado al cine en 1962. Porque muchos se preguntaban cuánto de autobiográfico había en Lolita. Porque había en el escritor demasiadas aristas que despertaban curiosidad: el desenfado de sus clases de literatura, su actividad como cazador y experto en lepidópteros, sus múltiples fobias, el aura de persona imposible que, en vez de generar desánimo, estimuló a muchos a prepararse y emprender la tarea.

Opiniones contundentes no solo interesa por Nabokov: también podría ser el punto de partida para reflexionar sobre una cuestión que pasa inadvertida: cuáles son las preguntas que se le formulan a un escritor.

Un listado, somero y seguramente incompleto, surgido de Opiniones contundentes, sugiere que son de interés recurrente: asuntos que gustan y disgustan; disciplinas y modalidades a la hora de escribir; opiniones sobre otros escritores y sobre la crítica; pares como realidad y ficción, juego y parodia, memoria e imaginación, moralidad e inmoralidad; presencia de lo autobiográfico en la ficción; relación con su propia infancia; vínculos con la lengua materna y la lengua adquirida –ruso e inglés–; análisis de las conductas de sus personajes; correlaciones sicológicas entre unos personajes y otros; influencias de otros autores; libros preferidos; obras en elaboración; comparación de las dificultades para escribir unas y otras obras; origen de las narraciones o los personajes; cómo se prepara la escritura de una novela; lecturas durante la infancia y primera juventud; comprensión de las grandes categorías: Dios, el amor, la muerte, el poder, la ideología; intencionalidad en los personajes, los episodios o las historias; las coincidencias; cómo se administra la fama; relación del autor con sus personajes; escritores que ha conocido; usos técnicos: reiteración, acecho, irrupción, alto contraste, distancia, etcétera; autodefiniciones de distinto carácter; filias y fobias; preguntas que, formuladas a Nabokov, son ejercicios de provocación: ¿Cuál es su posición en el mundo de las letras? ¿Le parece bien que un escritor conceda entrevistas? ¿Qué opina de la llamada ‘revolución estudiantil’?

Lo primero: confrontar las preguntas

Con frecuencia imposible de eludir, Nabokov practica un método ante ciertas preguntas: las desmonta con procedimientos varios: pone en cuestión el uso de palabras o conceptos; señala la excesiva amplitud de las mismas; desconoce, hasta el enfado, aquellas que contienen elementos de análisis provenientes del freudismo, de las categorías sociológicas, de las ideologías políticas. La paleta de temas que tocan su irascibilidad es numerosa.

Si las preguntas son muy elaboradas o parecen breves enunciados de crítica literaria, sus respuestas son todavía más filosas. Cuando Robert Hugues, en medio de un extenso enunciado vuelve a la cuestión clásica e inevitable de la finalidad de la crítica, Nabokov contesta: “Mi consejo al crítico literario que se inicia sería el siguiente. Aprenda a distinguir lo trivial. Recuerde que la mediocridad medra con las ‘ideas’. Cuidado con el mensaje de moda. Pregúntese si el símbolo que ha descubierto no es su propia pisada. No haga caso de alegorías. Coloque el ‘cómo’ por encima del ‘qué’, pero no permita que se confunda con el ‘¿y qué’? Confíe en la erección repentina de su vello dorsal. No meta a Freud en este punto. Todo lo demás del talento personal”.

Nabokov habla desde un desafío, pero también desde una posición: desde arriba. La primera línea de su prólogo pone las cosas en claro: “Pienso como un genio, escribo como un autor distinguido y hablo como un niño”. Es posible que haya lectores a quienes ofenda esta actitud desdeñosa. O encuentren frases excesivamente hirientes –a Freud le llama “el curandero vienés”–, o encuentren injustificado su desprecio por la ciencia literaria: “Recuerdo, sí, que mi enfoque y mis principios irritaban o dejaban perplejos a aquellos estudiantes de literatura (y sus profesores) acostumbrados a cursos ‘serios’, repletos de ‘tendencias’, y ‘escuelas’, y ‘mitos’, y ‘símbolos’ y ‘comentario social’, y a veces algo indeciblemente espantoso llamado clima intelectual”.

Porque se trata de un libro que se recorre como una carrera de pruebas, donde hay desafíos a la lógica, sentencias próximas a lo arbitrario, reconversión de las preguntas, intolerancia hacia lo mediocre y lo obvio, modos diversos de eludir la frontalidad con que se plantean ciertas cuestiones, Opiniones contundentes captura. En todo su recorrido hay una afectación de fondo, un exceso de brillo, centenares y centenares de frases lúcidas y provocadoras: argumentos, piezas, artefactos de la mente que nos interrogan, que miden la flexibilidad, el potencial imaginativo, la audacia, la capacidad de deslindar y nombrar la especificidad de las cosas, dejando atrás las generalidades, los presupuestos y criterios macro bajo los que ocultamos nuestra pereza corriente.

Versión de sí mismo

Pero es urgente aclarar: Nabokov no se propone aleccionar. No pretende erigirse en un maestro ni tampoco en modelo que sirva para crear una escuela. Las dos figuras: la del hombre ejemplar y la de unos seguidores que comparten modos de hacer afines, le resultan detestables. ¿Por qué entonces el viejo felino se exhibe arañando a sus entrevistadores amarrados de las manos? ¿Por qué en tantas oportunidades aceptó las propuestas que le hicieron editores y directores de medios de comunicación, años después de que Lolita le había consagrado y le había provisto de rentas que le liberaron de la obligación de la docencia?

Esto creo: porque la categórica peculiaridad de Lolita, y de Pnin, y de Pálido fuego, y de Ada o el ardor, no le resultaban suficientes. Nabokov sabía que su genio era el de la singularidad. Y aprovechó la curiosidad que provocaba el docente excéntrico, el cazador y clasificador de mariposas, el escritor que había dejado atrás su lengua materna para escribir una obra exquisita en la lengua adquirida, aprovechó el interés que concitaba su personalidad, para escribir un capítulo más, un cuerpo de notas sobre sí mismo y sobre su obra: porque eso es, a fin de cuentas, Opiniones contundentes: aclaratorias, notas al pie, ajustes y codazos, raptos de lucidez abrumadora, contraargumentos, material para estudiosos, biógrafos y especies afines.

La ansiedad de Nabokov no se oculta, sino que se exhibe sin tapujos, en su persistente y hasta repetitivo empeño de ratificar su condición de ejemplar único, irrepetible, irreproducible e infranqueable. Lo que el viejo gato defiende es su originalidad plena, sin antecedentes ni influencias directas. Lo que Nabokov parece repetir de forma obsesiva es: soy mi propia creación, soy mi propio autor. Mi Dios.

Ese es el punto de partida de sus categóricas fórmulas: “No me interesan los grupos, los movimientos, las escuelas literarias ni nada de eso. Me interesa solo el artista individual”. “Como artista y hombre de letras prefiero el detalle a la generalización, las imágenes a las ideas, los hechos oscuros a los símbolos claros, y el fruto silvestre descubierto a la confitura sintética”. “Yo no pertenezco a club ni a grupo alguno. No pesco, ni cocino, ni bailo, ni recomiendo libros, ni firmo libros, ni firmo declaraciones conjuntas, ni como ostras, ni me emborracho, ni voy a la iglesia, ni voy al psicoanalista, ni participo en manifestaciones públicas”. “En materia de política interior, soy acérrimamente antiseparatista. En materia de política exterior, estoy decididamente de parte del gobierno. Y cuando tengo dudas, sigo siempre el método de elegir la línea de conducta que pueda desagradar a los rojos y a los Russell”.

Listo a continuación una parte, solo una parte del menú de asuntos a los que Nabokov afronta con palabras mordaces: que se atribuyan intenciones moralistas o mensajes solapados a sus obras; que se asocien sus historias o personajes a influencias o modelos creados por otros; que se dude de su rotunda declaración de filia norteamericana; que se establezcan coincidencias entre sus propios personajes –por ejemplo, el repetido entre Lolita y Ada– o con los personajes de otros autores; que le formulen citas fuera de contexto; que se insista en la influencia que Joyce habría tenido en él: “Mi primer contacto verdadero con Ulises, después de una mirada de reojo a los veintipocos años, fue cuando ya había pasado los treinta, y cuando ya estaba definitivamente formado como escritor e inmune a toda influencia literaria”.

Pero todo lo dicho hasta aquí, estaría despojado de sustancia, si no comentara la gracia, la refinación e, incluso, la belleza con que, la más de las veces, Nabokov emite sus Opiniones contundentes. Cuando le preguntan si se mantuvo despierto para ver la llegada del hombre a la luna, dice: “Pisar el suelo lunar le produce a uno el estremecimiento romántico más extraordinario jamás experimentado en la historia de los descubrimientos. Por supuesto que alquilé un televisor para observar cada momento de su aventura maravillosa. Ese pequeño minué dulce que a pesar de sus trajes embarazosos bailaron con tanta gracia los dos hombres al son de la gravedad lunar fue una escena hermosa. También fue un momento en el cual una bandera significa para uno más de lo que habitualmente significa”.

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Opiniones contundentes

Vladimir Nabokov

Traducido por María Raquel Bengolea y Damià Alou

Editorial Anagrama

España, 2017


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