Una Caracas violenta y arbolada. El Ávila, un cerro que marca el norte y arropa a la ciudad, pero que al mismo tiempo es recordatorio de una posible catástrofe como la que ya ha habido hacia el lado del cerro que da hacia La Guaira. Una detective capaz de dispararle a cualquiera que le impida cumplir con su tarea: traer a una joven de vuelta a casa. La ola detenida, de Juan Carlos Méndez Guédez, es un thriller de espionaje que oscila entre dos polos: la protección y la amenaza.

Méndez Guédez vuelve a sorprendernos con el giro que ha dado en sus últimas novelas en una apuesta por el género policial. Es un cambio de registro que surge como consecuencia de lo que se vive actualmente en Venezuela. En este caso, la trama se desarrolla en una Caracas tan actual que muchas situaciones pueden sonarle conocidas al lector, tanto si es o no venezolano. En esa ciudad donde confluyen la escasez, las ausencias, los paramilitares, los narcos, la magia, el papelón con limón y las guacamayas. En este contexto, Magdalena Yaracuy, su protagonista, calza a la perfección, pues en esa venezolana que emigró a Madrid se ponen de manifiesto el humor que conserva Méndez Guédez en su narración, ciertos rasgos hiperbólicos, la sensibilidad y la violencia que el autor busca expresar a lo largo de la novela. Magdalena es quizá la metáfora viva de una Caracas que atraviesa una crisis de la que nadie sale ileso.

La ola detenida comienza en Madrid, donde un hombre vinculado con la política le encarga una misión a Magdalena Yaracuy: viajar a Caracas en busca de Begoña, su hija desaparecida, para traerla de vuelta a Madrid. A partir de ese momento, Magdalena, una mujer que añora el pasado, emprende un viaje a su ciudad natal marcado por la tensión debido a la responsabilidad que tiene en sus manos, pero también por un sismo interno producto de haber crecido en un lugar que ya no es lo que era. Al volver, busca los rastros de Begoña y también a su ciudad en medio de los escombros. “Mi pobre Caracas se ha llenado de sombras y de malos espíritus”, piensa Magdalena, que busca a Begoña, sí, pero también intenta rescatar esa Caracas en la que creció y que no puede olvidar a pesar de haber emigrado. La protagonista se debate hasta en su manera de expresarse, a veces tan castiza y otras tan criolla. Es devota de María Lionza, una diosa en la que busca protección. La Magdalena de Mendez Guédez es espiritual, sin embargo, se mueve con naturalidad en el plano más oscuro de Caracas.

En medio de los contrastes que se entretejen marcando la pulsión de la novela, hay algo que permanece constante, sólido: el homenaje a lo femenino. Méndez Guédez elige a mujeres complejas. Magdalena, inspirada por María Lionza, una deidad femenina, es el pilar en el que se sustenta la narración. Es arriesgada, no le tiembla el pulso a la hora de resolver un caso, pero es también sensible y enamoradiza. Y Begoña, una joven que atraviesa el océano atraída por la concepción ideal del buen salvaje, sigue su convicción ideológica hasta sus últimas consecuencias. Busca romper, sin éxito, la relación con su familia, pero a pesar de ello no agacha la cabeza. Ambas son mujeres seguras, estratégicas, orgullosas y con una vida interior agitada.

En esta novela, Méndez Guédez reivindica su papel de escritor que denuncia el desgarro que le ha tocado vivir a una sociedad entera, la caraqueña; desde la señora mayor que vive en una zona popular, que teje y desteje un suéter a falta de estambre, hasta el emigrante que logra surgir y que, sin embargo, no encuentra sosiego. Es un llamado de atención que no deja al lector indiferente, sino que lo permea de una profunda melancolía propia del que intenta rescatar un pasado familiar entre caras deterioradas que ya no logra reconocer. “Era imposible volver a la ciudad que uno quiso. Las ciudades se iban con uno. Regresar era encontrar una fotocopia arrugada del lugar que una vez se amó”. Así medita Magdalena, y a continuación la sigue el narrador: “Abrió los ojos. Se estaba adormeciendo, como si el olor dulce de los árboles de mango la embriagasen”. Mezclar esta nostalgia con una acción insaciable es una apuesta arriesgada. Méndez Guédez lanza como dados una avalancha de variantes: anécdotas ficticias, historias reales y puntos de vista que hila en cada página, dejando al lector con la sensación de que su cabeza está, efectivamente, cubierta por la sombra de una ola detenida.


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