It

Más que una obra lograda, es decir concluida, cerrada en su perfección, con Agua viva nos encontramos ante un amago, ante un puro deseo desatado, que en sus últimas líneas asegura que continúa, que apenas se detiene porque así lo desea:

“Ah, este flash de instantes nunca termina. ¿Mi canto al it nunca termina? Voy a acabarlo deliberadamente con un acto voluntario. Pero él continúa improvisando constantemente, creando siempre y siempre el presente que es futuro”.

Salir de la corriente no significa que esta termine. Ni la fragmentación significa una entrega al sinsentido. Digamos que, mediante su escritura inquieta, Clarice abre camino al caos, pero no para establecerse en él; más bien encuentra un orden distinto, una vida continua, cuyos elementos no trabajan para un mismo fin ni sus contactos se limitan a un cuerpo. Una vida cuyo sentido puede ser heterogéneo.

En esta novela podemos leer esta multiplicidad en la cercanía entre una silla y una manzana, por ejemplo. “No puedo resumirme porque no se puede sumar una silla y dos manzanas. Yo soy una silla y dos manzanas. Y no me sumo”.

Tendemos a pensar que cada elemento se encuentra atado a espacios y definiciones específicas. Clarice no contradice esto, no está en ella el sinsentido de sumar dos elementos incompatibles. Ella solo vincula: la silla y la manzana y ella misma. De la conjunción brotará un sentido que no se reduzca a ninguno de los componentes, que se conciba fuera de estos límites. Así también entre el resto de incongruentes, a primera vista, elementos de Agua viva, inclusive la narradora.

En vez de intentar fijar el sentido, el arte reside en echarlo a correr.

Devenires

Perseguir el instante que se escurre. Tomar ese estado que, según Bataille, solo el animal conoce. Otro nacimiento, marcado por el consumo de la propia placenta, dispara la narración:

“Porque ya nadie me ata. Sigo con capacidad de razonar –he estudiado matemáticas, que son la locura de la razón– pero ahora quiero el plasma, quiero alimentarme directamente de la placenta. Tengo un poco de miedo: miedo de entregarme, porque el próximo instante es lo desconocido”.

El presente es un dejarse estar: un perro echado en la acera, una ostra que grita bañada por el jugo de un limón. “La transcendencia dentro de mí es el it vivo y blando y tiene el pensamiento que una ostra tiene”. El presente es it, la forma impersonal, el neutro vivo, la materia que compone las cosas.

La narradora intenta capturar el it, “pegar a coisa”, dar nombre a lo inmanente de sí que al mismo tiempo sería su única transcendencia. Anhela un estado en que no existe una lógica, una condición externa, que relacione todas las cosas. Por supuesto, esto es imposible. Por lo menos, sería inconcebible lograrlo por la escritura, que como representación implica un afuera.

La búsqueda en Agua viva es similar a la de la narradora de la novela más conocida de Clarice, G.H., artista plástico también que, después de haber desmontado lo humano en ella, prueba la materia viscosa que surge del interior de una cucaracha, y descubre que es insípida: “ese gusto a ninguna cosa, gusto de una nada que sin embargo me parecía casi dulcificado”.

Al instante la vomita, no solo por asco, sino porque comprende que no está hecha para que sea probada por el ser humano. El it no está a nuestro alcance, aunque nosotros también seamos eso. Las protagonistas clariceanas bien lo saben. Apenas captan efectos de lo inmanente. Se deviene animal, pero no se vuelve uno.

La palabra rodea el it, envuelve su latir, pero no lo captura. “Lo que te escribo no tiene principio, es una continuación. De las palabras de este canto, canto que es el mío y el tuyo, se eleva un halo que trasciende las frases… El halo es más importante que las cosas y que las palabras. El halo es vertiginoso… El halo es el it”.

A la palabra queda reconocer las distintas formas que el it toma. Por esto la narradora entra en un jardín, a mitad de la novela, para hacer una clasificación, en su peculiar manera, de las flores. En cada una va floreciendo ese secreto latente: el neutro vivo, su magia. Cada fragmento asimila el código botánico. Como antiguas amantes, se encuentran la mujer y la flor.

Miedo

Llama la atención el vínculo particular de la narrativa clariceana con la pintura. Varias de sus protagonistas se dedican al arte. Incluso se podría decir que perciben el mundo estéticamente. En una época Lispector se introdujo a la pintura de corte abstracto. En sus cuadros encontramos la fuerza y la belleza áspera de su prosa, que no llegan a ser una imagen del mundo sino que traspasan sus límites, los transforman. Como en la obra de 1975 titulada Miedo.

Este cuadro llama mi atención porque concuerda con un pasaje al principio de Agua viva:

“Quiero poner en palabras pero sin descripción la existencia de la gruta que pinté hace algún tiempo, y no sé cómo. Solo repitiendo su dulce horror, caverna del terror y de las maravillas, lugar de las almas en pena, invierno e infierno, sustratos imprevisibles del mal que está dentro de una tierra que no es fértil. Llamo a la gruta por su nombre y ella pasa a vivir con su miasma. Tengo miedo entonces de mí, que sé pintar el horror, yo, bicho de cavernas resonantes que soy, y me ahogo porque soy palabra y también su eco”.

La gruta, una imagen que la narradora confiesa solía pintar, ahora intenta representarla por medio de la palabra. Clarice ensaya la misma experiencia, el miedo, en distintos espacios. Experimenta con los órdenes. Pasa de un territorio a otro: de la pintura a la escritura, del horror a la dicha. “Antes que nada, pinto pintura. Y antes que nada te escribo dura escritura. Quiero como poder coger con la mano la palabra”.

La gruta guarda la sensación del horror, pero también la luminosidad. Se presenta como la boca del origen. De ella emergen animales amenazadores, pero también, por esto mismo, está llena de vida. Narradora y pintora se sumergen en lo recóndito de sí para encontrar el punto amarillo que enciende lo oscuro.

Alegría

La alegría es la materia que constituye Agua viva. La alegría es la conciencia de estar presente, una afirmación de la vida que palpita en el mundo. Ante la crueldad de la muerte, del corte abrupto de latir y la corriente vital, la narradora responde con alegría:

“Denuncio nuestra debilidad, denuncio el horror alucinante de morir y respondo a toda esa infamia con –exactamente esto que ahora quedará escrito– y respondo a toda esa infamia con la alegría. Purísima y levísima alegría. Mi única salvación es la alegría”.

Desde la primera línea advierte que con esta emoción se tira al ruedo de la escritura. El lector la sigue; como un intérprete las notas, entra también en la corriente. “Es con una alegría tan profunda. Es un aleluya tal”, nos asegura.

Alegría es el instante que tanto ansía atrapar la narradora. Los fragmentos parecen bailar ante la estabilidad perdida. El lenguaje asume desde un principio su función creadora. Simplemente vibra, como en un poema, en su no-propósito, en su disolución.


El periodismo independiente necesita del apoyo de sus lectores para continuar y garantizar que las noticias incómodas que no quieren que leas, sigan estando a tu alcance. ¡Hoy, con tu apoyo, seguiremos trabajando arduamente por un periodismo libre de censuras!