Giraluna fue el primer libro de poesía que llegó a mis manos. Tenía 10 años en 1998. Mi abuelo José Rafael Camacaro era el dueño del libro, todavía hoy así lo reclama la firma verde que aparece en la primera página. A mi abuelo no lo conocí. Solo tengo su firma impertérrita e iconoclasta y las obras completas de Andrés Eloy Blanco en mi biblioteca, esa heredad de todos los días, esa condición, todo mi arraigo y todo el canto y el cuento de mi país en la sala de mi casa.

En este 2017, sin justicia, sin medicinas, al leer de nuevo Giraluna con los ojos de quien vive en Venezuela hallo versos que imagino nacieron del dolor de un Andrés Eloy en el exilio en México, recordando los años en la cárcel, en el silencio de sus pesadillas con tambor, fumando, delgado, encadenado, solo y concentrado en el país que llevaba por dentro. Así le escribe y le dedica a su amigo Rómulo Gallegos un soneto:

“Rómulo: ya la Patria está muy lejos;

la escucho ya en canciones y relatos,

la busco ya en sus carta y retratos,

la encuentro ya como al amor los viejos”.

En el “Canto a los hijos”, describe nuestro presente como calles oscuras y el pesado deber de acabar con el horror de quienes nos mandan: “Es el alba. Los niños despertarán; ¡qué pena, / si nos vieran adentro nuestros hijos! / Sumisión, miedo y hambre, / estafa de la voz y estupro del suspiro. / (…) ¿quién mirará de frente los ojos de los niños?”. La vigencia de estos versos es cruel en los espejos de mi casa y a ratos definitiva en mis ojos y en mis pesadillas. Son las preguntas. ¿Somos Zamora o Santos Michelena? ¿Los campos militares en Maracay y en Naguanagua de estos ignorantes son los mismos campos de aquellos ignorantes en Berdíchev y en Varsovia? ¿Venezuela es miedo, sumisión, hambre? Los versos de Andrés Eloy Blanco convierten estas preguntas históricas en un rumor cotidiano entre las piedras sordas de los edificios asediados por los mismos asesinos vestidos de negro y con botas.

Leo a Andrés Eloy Blanco y lo admiro como venezolano, como poeta, sus obras son la prueba indiscutible, pero no se puede separar del poeta al hombre, al ciudadano, al político que asumió una posición contra la dictadura de turno a pesar de los costos: la cárcel, la enfermedad, el exilio. En “Confesión” lo dice: “Soy el poeta, hijos, casi nada en la vida, / (…) con un ala hacia al suelo y otra hacia la Esperanza”.


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