La fotografía es una manera de expresar lo que uno ha visto, de ser honesto. Busco que la fotografía refleje la realidad.

Thea Segall

El ser humano desde tiempos remotos se ha comunicado utilizando representaciones de la realidad. A partir de la invención de la escritura, se produjo un cambio en las maneras de informarnos y con ello se modificó la interpretación y reinterpretación de la historia. Luego, las revoluciones científicas o técnicas transformaron los paradigmas para aproximarnos al conocimiento, a los contenidos. Por otra parte, la fotografía, con sus particulares características, fue el medio que mejor sirvió para aprehender “objetivamente” la “realidad” y así expresarse por su capacidad de captar un momento sin “falsearlo”.

A la par de estos registros, cualidad principal de la fotografía documental, los artistas van construyendo su propio archivo. Estos son materia prima para encauzar otras lecturas, y en consecuencia nuevos significados, así como también para construir diversos relatos a partir de la investigación. Más allá de las posibilidades expresivas que contienen las imágenes fotosensibles, cargadas de luces y sombras, tonos cálidos y fríos (elementos propios de la escritura de los fotógrafos), son capaces de relatar tanto la vida del autor como de aquellas personas, lugares y cosas retratadas. Asimismo, pueden describirnos las inquietudes, el pensamiento o los discursos del autor, a través de los momentos capturados que, a la larga, tienen permanencia en el tiempo. Como señala Borges, ese que apunta hacia distintas direcciones, que indaga el pasado, pero que también respalda el futuro, capaz de establecer una disertación entre la narración escrita y la imagen.

Esta muestra es el resultado de una aproximación a la trayectoria de Thea Segall: fotógrafa incansable, investigadora, editora y, sobre todo, una comprometida creadora. Ella, por más de 50 años de labor sistemática e ininterrumpida, constituyó un importante archivo de imágenes, publicaciones y documentos que se convierten en testimonio patrimonial de su dedicación y del aporte creativo que realizó al país.

Sus fotografías tienen como objetivo central a Venezuela. Exaltó los aspectos de la vida rural y del mundo indígena, en un momento en que la economía petrolera y su modernidad irrumpieron en las costumbres, oficios y símbolos de un país. También, período de constantes inmigraciones de europeos, cuya presencia fue determinante para la conformación de nuestra historia contemporánea. Su trascendental legado reúne un sinnúmero de parajes, tradiciones y costumbres autóctonas de esta geografía. Logradas con una alta calidad estética, en blanco-negro y color, con formato de narración visual, estimulan el diálogo y la reflexión en una obra que articula la curiosidad, el espíritu aventurero; además de la investigación científica, social, folklórica, antropológica y etnográfica.

Profesión: fotógrafa

Thea Segall Rubin nace en 1929 en Burdujeni, Rumania. De su infancia, recuerda haber tenido una cámara pequeña con solo dos controles, uno para días de lluvia y otro para los soleados. Aunque aclara que no realizó muchas fotos en esa época, posiblemente en ese momento inicia su relación con la fotografía (1).

Al culminar el bachillerato, tenía el propósito de estudiar arquitectura. Es el momento en el que, tras concluir la Segunda Guerra Mundial, el gobierno ruso impone un régimen comunista en su país natal. Mientras espera cupo en la Escuela de Arquitectura en Bucarest, se instruye en un centro de fotografía del gobierno rumano, a cargo del austriaco Otto Grosar, fotógrafo y docente con el que aprende el arte y los fundamentos de esta disciplina (2). Luego, a partir de 1948 y en la misma ciudad, trabaja para la Agencia Internacional de Noticias AgerPress, convirtiéndose en la primera mujer en desempeñarse como foto reportera.

Su curiosidad por conocer y aprender la llevaron a realizar una variedad de trabajos de campo, para cubrir reportajes –que no eran la noticia política o urgencias–, ocasión perfecta para ir de viaje lo más lejos posible y desarrollar ensayos, relacionados con la agricultura y la vida rural, entre otros temas pautados por la agencia. Esta experiencia laboral, de aproximadamente nueve años, le permitió relacionarse con un nutrido grupo de fotógrafos en Europa, contactos que le ofrecieron ejercer su profesión en otros países, pero que no llegaron a concretarse por la decisión de continuar sus estudios universitarios, debido a la petición de sus padres.

El vínculo profesional con Grosar le permitió ampliar su práctica y conocimientos, al realizar proyectos específicos en el estudio de este fotógrafo; durante los fines de semana retrataba niños, artistas y eventos sociales como bodas y bautizos. De esta manera, llega a Venezuela con una consistente y variada experiencia.

Motivada por la curiosidad de observar la luz del trópico, a los 29 años emprende su viaje desde París a Venezuela, sin hablar castellano y sin la pretensión de quedarse a hacer vida en estas tierras, solo con ganas de conocer otra luz, otro mundo. A partir de este momento, establece una profunda conexión con el gentilicio venezolano y dedica su mirada autoral y fotografía, en distintos géneros o estilos, a su gente, geografía, paisajes y los modos de vida, entre otros temas. Toda esta labor la llevaría a editar numerosas publicaciones, lo que la convertiría en una fotógrafa integral, sistemática y exhaustiva.

Al igual que los viajeros que llegaron del viejo mundo buscando las Indias, la vida y obra de Segall estuvo signada por dos viajes, dos seductores encuentros. El primero fue a Caracas en 1958; el segundo y definitivo en 1959, a San Juan de Manapiare, en el estado Amazonas, con el que se enamoró para siempre de los pueblos originarios y de Venezuela. Imbuida en este imponente paisaje natural y humano se instala en el país, para desarrollar su producción, convirtiéndose en uno de los iconos emblemáticos de la fotografía nacional.

En Caracas, realiza sus primeros trabajos en el Colegio Bambi, escuela judía ubicada en San Bernardino; asimismo, en la Nunciatura Apostólica con el Nuncio Luigi Dadaglio, para quienes retrató colegios y comedores infantiles del estado Nueva Esparta. Cubrió eventos sociales de diferentes cuerpos diplomáticos, oportunidad que le facilitó conocer a otras personas y aprender algo de castellano.

A pocos meses de haber llegado es invitada por reporteros de El Universal a San Juan de Manapiare, zona selvática a orillas del río con el mismo nombre, en el estado Amazonas. El objetivo era cubrir una rueda de prensa nacional relacionada con las misiones que trabajaban con las comunidades indígenas. Este viaje motiva una nueva faceta que marca su emblemática obra, una línea de trabajo en la que investiga, de manera exhaustiva, los elementos que conforman al mundo indígena venezolano, la arquitectura para viviendas, alimentación, ornamentación corporal, elaboración de la cestería utilitaria y construcción de embarcaciones que empleaban para trasladarse por las vías fluviales; en general, la relación de los pueblos originarios con su entorno. En este primer recorrido y con la visión de un solo ojo, producto de un accidente que tuvo al llegar a la selva (que le impidió ver con el izquierdo durante un año), realiza sus primeras fotos con los Yekuana también conocidos como Maquiritares (3).

Al finalizar los años 50, funda en el primer edificio construido en Sabana Grande el Estudio Fotográfico Thea, taller retratista que mantendría durante 35 años. Fundamentalmente, fotografiaba niños y tomaba fotos carnet y de pasaporte, que ordenaba e identificaba de manera impecable y metódica. Entre sus primeros clientes estaba el General Antonio Briceño Linares, Ministro de Defensa durante el Gobierno de Rómulo Betancourt. Paralelamente, cubre bautizos y primeras comuniones, ceremonias de la comunidad judía, actos de grado, eventos familiares y sociales; estos le facilitaban ahorrar dinero para costear sus proyectos autorales e investigaciones de campo en el interior del país. Un ejemplo de esta labor lo constituye su indagación sobre los pescadores en la costa del Mar Caribe o La Guajira, realizados para sus archivos entre 1959-1962.

A partir de la década de los 60 crea lo que ella definió como fotosecuencias, su manera de inventar un discurso con imágenes y pocas palabras. Es un ensayo en formato de relato visual que habla por sí mismo. Son descripciones con la intención didáctica de dejar un manual, unas instrucciones para otras generaciones, no solo para recordar, sino también para llevar a la práctica. En ellas, las fotografías se encadenan para dejar asentados procesos artesanales de oficios y tradiciones, así como roles de trabajo en las comunidades indígenas y rurales. A esta etapa pertenecen sus imágenes en Los Andes, Isla de Margarita, Zulia (Wayúu), Amazonas (Yekuana), Delta del Orinoco (Waraos). Muchas de estas series quedaron sin publicarse: panela, arepa, quesos, lana, viviendas, alfarería y cestería, en ellas siempre retrató la actividad humana en su cotidianidad.

Entre 1964 y 1970, forma parte del Departamento de Antropología del Instituto Venezolano de Investigaciones Científicas (IVIC), dirigido por José María Cruxent. Durante estos años, su participación en el Círculo de Periodismo Científico le da la oportunidad de mostrar sus imágenes en otros ámbitos y países.

“(…) una vez más, el laboratorio le está agradecido por enriquecer sus colecciones fotográficas gracias a un nuevo y estupendo envío. Le manifiesto nuestro vivo agradecimiento y le agradezco ser mi intérprete ante la señora Thea Segall Rubin para agradecerle y felicitarla por haber sabido unir el interés etnográfico y la belleza estética”. Lévi-Strauss, Claude. Carta dirigida a José María Cruxent, el 30 de abril de 1965. Archivo de Thea Segall.

Luego, entre 1970 y 1977, por solicitud de la Oficina de Asuntos Indígenas del Ministerio de Justicia, inicia una investigación fotográfica entre indígenas y grupos rurales en Delta Amacuro, Barlovento, Nueva Esparta, Amazonas y Bolívar, entre otros lugares del interior del país, donde logró extraordinarios retratos sobre los trabajos manuales de Venezuela.

En 1977, viaja a las minas de sal de Araya para cumplir un encargo de Ensal. Al año siguiente, expone Thea Segall: Fotografías, en el Museo de Bellas Artes, MBA, importante muestra que contó con la asistencia del presidente de la República, Carlos Andrés Pérez, quien quedó encantado con la muestra. Razón por la que le solicita publicar el libro Con la luz de Venezuela, con textos de Carlos Gottberg, diseño de Santiago Pol y editado por la Presidencia de la República; ejemplar lujoso de tapa dura y cuero en una funda de caoba, que recoge un sinnúmero de rostros y paisajes.

A partir de la década de 1980 se dedica a trabajar con la Corporación Venezolana de Guayana (CVG), Edelca, Venalum, Ferrominera del Orinoco y Sivensa, empresas con las que produce ensayos gráficos editoriales, corporativos, industriales y artísticos. Al mismo tiempo, con su sello Fotoediciones se encarga de las publicaciones de Intevep. De la relación con las empresas básicas del país, destacan cómo Segall en diversos recorridos aéreos y fluviales registra los momentos previos y posteriores de la construcción de las represas. Sus imágenes dan cuenta de la fuerza del río como generador de energía. Realza, de esta manera, la majestuosidad del Caroní, su fauna y flora.

Seguidamente, en los años 90 se dedica a una extensa producción editorial de las que sobresalen: La magia del café (1992), Edelca 30 años (1994), Edelca. Inauguración de Macagua II (1997), Sinagogas en Venezuela y el Caribe. Antaño y presente (1999), Las tres islas (2006) y Bolívar. Tierra de prodigios (2007).

Con Segall es posible conocer, ver un país en transformación. Ella recorrió con su cámara gran parte de la geografía nacional. Pero, sin duda, un segmento importante de su trabajo está centrado en el tema etnográfico y antropológico de los distintos pueblos originarios, por ello le dedica especial atención a las comunidades que ocupan la zona sur de Venezuela. También, capturó la dinámica económica que en algún momento sustentó a esta nación, que en la actualidad se ha ido diluyendo.

Su obra es un álbum, una síntesis maravillosa de temas e intereses, que dan cuenta de cómo está conformada nuestra geografía e identidad. Las que retrata con mucho respeto y recurre a una mirada lírica, objetiva, con un carácter de celebración y de reconocimiento.

Recursos de la memoria

Profundizar en el caudal de imágenes y publicaciones contenidas en el archivo de esta trotamundos del siglo XX es abrir una ventana al pasado, un descubrimiento y una sorpresa –semejante a la que describe Roland Barthes (4) al momento en que el fotógrafo captura una imagen– a la vez que nos permite imaginar o elucubrar sobre el futuro de un país que ya no es el mismo, el que Segall miró a través de su lente. Pero, antes de tratar de predecir ese por hacer próximo, hay que leer los logros del pasado para poder vislumbrar el porvenir.

Adentrarse en el apartamento donde se resguarda este patrimonio es como presenciar el escenario descrito en el óleo El desván del anticuario (1893) de Arturo Michelena, perteneciente a la Colección Fundación John Boulton. En esta obra aparece retratado el escritor, naturalista, historiador y periodista, Arístides Rojas, que observa detenidamente un objeto con la ayuda de una lupa, en un acto sensible y reflexivo. Esa misma mirada la tuvo Michelena, con la que plasmó magistralmente las antigüedades dentro de la habitación y al personaje en contraluz. En ese caso, todos estos elementos dan contexto a un compendio de objetos que son referencia del pasado. Aquel que en su presente Segall se empeñó en contener e inmovilizar con sus fotografías, para dejar un recurso a la memoria.

Todo este material cobra vigencia en el momento que se ordena e identifica en pro de contribuir a fortalecer la construcción de un documento visual, para establecer una relación con nuestro pasado reciente –que muchas veces no conocemos– y en consecuencia lo malinterpretamos. Una manera de acercarlo y traerlo al presente es indagando, de manera transparente, la vida y obra de los intérpretes, esos que honran nuestra identidad. De esta forma, a través de la aguda percepción de Segall es posible entender nuestra historia, de ahí el meritorio valor de sus imágenes.

Un primer paso para cuantificar y clasificar este vasto y heterogéneo archivo lo dieron Sagrario Berti, Larissa Hernández y Aixa Sánchez entre 2012-2014, quienes trabajaron con álbumes de contactos y carpetas de negativos; copias en blanco y negro y color, maquetas de sus libros, catálogos y desplegables de las exposiciones, transparencias, notas de prensa, documentos y premios. También se sumó a esta labor la biblioteca personal, en la que se encuentran libros de variados temas relacionados con el mundo científico, antropológico y etnológico; textos vinculados con la cultura hebrea, la historia, literatura y fotografía tanto nacional como universal. Además, conforman este fondo documental libros de viajes, todos estos referentes pudieron servirle a Segall de posible desarrollo bibliográfico y documental en su práctica fotográfica. Actualmente, estos permiten establecer lecturas y correlatos entre su obra, gustos e inquietudes.

Otra dimensión importante de la obra de Segall se concentra en su banco de imágenes, profusa fuente para la publicación de libros. Para ella, tenían una importancia vital por su capacidad de permanecer en el tiempo, mientras que las exposiciones implicaban un esfuerzo muy grande de producción para mostrarlas por un breve período.

Las fotografías hechas a motu propio o por encargo, le permitieron producir una importante cantidad de publicaciones, que se pueden dividir en tres grandes ejes: los de corte documental y autoral –realizados en blanco y negro–, en el que se enaltece nuestro gentilicio y cultura: Casabe (1977), Con la luz de Venezuela (1978), Los niños de aquí (1979) y Thea Segall. Fotosecuencias. El casabe, la curiara, el tambor (1988). Los que muestran un paisaje natural e industrial: Aluminio. Un río hacia el futuro (1981), Minerven (1985), 25° Aniversario de Electricidad del Caroní, Edelca (1986) o Puertas abiertas. Sivensa a 40 años de la primera colada. 1950-1990 (1991). Por último, los que contienen una mezcla de paisaje y arquitectura, natural y urbana, y aquellos que narran un recorrido por la época colonial: La ruta de Losada (1971), Y Gallegos creó Canaima… (1984), Parques de Caracas (1989), Camino de los Arrieros (1992) y Lo que miró el Almirante (1992).

Cada texto se caracterizaba por una cuidadosa concepción, excelente diseño gráfico y eruditos textos de investigadores, científicos, antropólogos e intelectuales como José María Cruxent, Elizabeth Schön y Carlos Gottberg.

Su trabajo autoral estuvo más cerca de investigadores relacionados con estudios antropológicos y científicos que al universo de las artes visuales, aunque mantuvo una estrecha relación con algunos diseñadores y colegas. En su archivo hay una clara intención de recaudar, dejar un orden y una clasificación como si supiera que va a ser estudiado. Pero carece en muchas ocasiones de fechas, ¿será que para ella las imágenes eran consideradas atemporales y que adquieren valor con el paso del tiempo?, o como señala Susan Sontag (5), el valor también se produce con la desaparición del referente y la muerte del sujeto fotografiado. Posiblemente era así, pero para la investigación es un dato de suma importancia, ya que lo que vemos capturado en centésimas de segundo es un país cuya cultura ya no existe, cambió.

Esta exposición en la Sala TAC presenta una particular visión de la obra de Thea Segall, quien transitó por diferentes etapas, series, ensayos y géneros; abordados magistralmente durante su labor como profesional de la cámara y editora. Aquí, se reúnen momentos imprescindibles de su carrera, cuyo legado está ineludiblemente unido con el universo indígena que contempló, para capturar la fugacidad de un instante de armonía, de un equilibrio formal que pone de manifiesto su dimensión particular. A partir de copias fotográficas, libros y documentos presentes en su inestimable archivo, la intención es develar al público su sensibilidad por el ser humano y la preocupación por dejar un testimonio de aquello que puede ser olvidado. Segall, para muchos una mujer de temple, soberbia, de palabra tajante, correcta y franca; para otros, de gran calidad humana, apasionada y amante de su trabajo, que ejercía con responsabilidad, es una referencia ineludible de la fotografía venezolana de las últimas décadas y deja abierto un sinnúmero de investigaciones por indagar.

En definitiva, sus imágenes tomadas en momentos muy precisos, de una forma auténtica, revelan su deseo de nombrar más allá de la pura representación de la realidad, documentan su propia experiencia de vida, a la par que desarrollan series temáticas con una clara intención editorial. Encandilada, fascinada y emocionada, sus fotos conmemoran la luz y las sombras del trópico, flujos vitales con las que recorrió gran parte del país, prácticamente hasta el día de su muerte en el año 2009.

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Fuentes

1 Entrevista a Thea Segall, realizada por José Gregorio Bello Porras. En: Premios Nacionales de Cultura. Fotografía. Thea Segall 2003. Una mirada a la luz de Venezuela. Caracas: Fundación Editorial El Perro y La Rana, 2011.

2 Entrevista a Thea Segall, realizada por Abraham Levy Benshimol. En: Dejando huella. Aproximación a la judeidad venezolana. 19 esbozos biográficos. Caracas: La Galaxia, 2009.

3 Entrevista a Thea Segall, realizada por Margarita D’Amico para el programa Pioneros, 1985. Disponible en: https://www.youtube.com/watch?v=AbkEtV2fUk8 y https://www.youtube.com/watch?v=iA7Khe6nh4c

4 Barthes, Roland. La cámara lúcida. Nota sobre la fotografía. Barcelona, España: Paidós Comunicación, 1989, p. 74.

5 Sontag, Susan. Sobre la fotografía. Argentina: Alfaguara, 2006, pp. 84-85.


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