Transformarse en un cruel asesino que desangra a sus víctimas no es sencillo, pero Eduardo Gulino cumplió su cometido en El vampiro del lago, la ópera prima cinematográfica de Carl Zitelmann.

El actor, de 49 años de edad, dedicó muchas noches a aprenderse los textos de su personaje Zacarías Ortega. “Me preparé muy minuciosamente, porque yo venía de hacer comedia y el vampiro era alguien de carácter, un ser muy, muy oscuro, así que sentía que la noche me daba la atmósfera que necesitaba para abordar un rol de ese tipo. Y me encantó hacerlo porque nunca había encarnado a un personaje tan particular, con tanta maldad”.

El reto más grande al que tuvo que hacer frente Gulino fue el del cambio físico, porque Zacarías Ortega estaba lleno de una energía que debía parecer sobrenatural. “El vampiro aparece en tres etapas muy diferentes, desde 1908 hasta el presente. Pasa por varias facetas y hay una en la que tiene un aspecto muy descuidado, pero en un momento dado debe luchar con tres policías y esa fue una escena muy física; por suerte, pudimos prepararla coreográficamente para que saliera bien y se viera real”, afirma el intérprete. Para conseguir un hilo que uniera todas las transiciones que hace el personaje durante el filme, el actor se centró en tres aspectos: la maldad, los objetivos y el modus operandi.

El vampiro del lago recibió cuatro galardones en el Festival de Cine de Mérida: los premios del Público, Mejor Dirección de Arte, Mejor Vestuario y una mención honorífica del jurado. El intérprete expresa que la noticia le dio mucha felicidad. “Hice esta película con muchísimo cariño”, asegura.

“Me sentí muy cuidado y valorado por Carl. Desde el comienzo me dijo: ‘Tú no eres físicamente lo que yo estaba buscando para el vampiro, pero me encantó tu casting. Yo necesitaba a una persona más alta que tú’. Sócrates Serrano mide 1,92 cm y yo mido 1,80 cm. Entonces, para que no se notara esa diferencia de altura, me mandaron a fabricar unos zapatos con unas plataformas de 12 cm con los cuales me tuve que acostumbrar a caminar. Yo sentía que estaba en el Miss Venezuela, porque era demasiado alto”, comenta el actor. Y añade: “Carl fue meticuloso en la definición del vampiro que quería. A mí me encantó hacerlo, y aunque parezca mentira para el público, me divertí muchísimo. No siempre se tiene la oportunidad de ser un vampiro en las películas; es un personaje raro, sobre todo en el cine venezolano en el que no se había tocado”.

Gulino, que también es director de teatro, nació en Avellaneda, una ciudad de la provincia de Buenos Aires. Comenta entre risas que llegó al país en 2001 porque conoció a una venezolana. “En lugar de traer alfajores de Argentina me trajo a mí”, bromea.

“Venezuela me abrió las puertas de una manera muy generosa. Estoy muy contento y agradecido. Aquí he tenido la oportunidad de hacer cine, en Argentina había hecho algo de televisión y bastante teatro. Pero el cine venezolano fue el que me dio oportunidades de mostrar mi cara en la gran pantalla y eso lo valoro mucho”, afirma Gulino, quien se plantea continuar en Caracas sin descartar cualquier posibilidad.

El argentino considera que la mayor fortaleza del cine nacional es trabajar con bajo presupuesto, “eso detona la creatividad de los realizadores que deben adaptarse a las limitaciones que enfrentan”. “Aunque parezca mentira, es así. Si trabajas con mucho presupuesto es más fácil repetirte, tener muchas explosiones, locaciones fastuosas, pero tal vez el guion no sea tan fuerte. Las películas funcionan muy bien porque tienen buenos guiones”.

Considera que el punto débil del cine venezolano es la poca convocatoria de público que tiene. “Todavía está el estigma de que es una cinematografía llena de malandros y prostitutas, y que muestra únicamente el barrio. Y no es así, las historias apuntan hacia otro lado. El público tiene que acompañar y apoyar ese descubrimiento, ese resurgimiento. Creo que eso es lo que está faltando. Sé que se hace difícil ahora por la crisis, pero tenemos que darle fuerza al cine para que siga creciendo”.

El actor confiesa que antes de descubrir la particular magia de la gran pantalla era “súper teatrero”, pero ahora dice que ama al teatro y al cine por igual. Actualmente se encuentra en preparativos para participar en una obra que se presentará en la Caja de Fósforos como parte del III Festival de Teatro Contemporáneo Estadounidense.

Entre las tablas y el lente

Eduardo Gulino se formó en Argentina. Allí tuvo dos mentoras. La primera fue la prolífica actriz Aurora del Mar, quien trabajó en más 25 películas y que, a juicio del actor, fue la primera intérprete de 16 años de edad en aparecer en la televisión de sus país, cuando todavía era en blanco y negro.

Luego estuvo bajo la tutela de Malena Marechal, la directora de teatro que es hija del escritor argentino Leopoldo Marechal, conocido por su novela Adán Buenosayres.

Desde su llegada a Venezuela en 2001, Gulino se ha movido entre las locaciones de filmación y los escenarios de teatro de manera fluida. Participó en las cintas Bloques, Paquete #3, Puras joyitas y en Papita, maní, tostón, aunque asegura que en estos roles normalmente interpretó a personajes que se inclinaban más por lo jocoso: “En esos filmes no podía explorar otras facetas de mí. El vampiro del lago me dio la oportunidad y estoy muy contento con eso”.

Recientemente terminó el montaje de Muere, Numancia, muere en Rajatabla, en el que interpretó a John Vincent. Además, el argentino fue director y profesor del grupo de teatro del Centro Catalán entre 2009 y 2017.


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