Las redes están ardiendo con el final de Game of Thrones. A muchos no les gustó, es cierto, pero, más allá de eso, hay que reconocer que tuvo en cuenta los que muchos esperaban de su final. 

“Sí pero no así”, podría ser la frase de los más encolerizados, pero seamos sinceros: tras el odio de un penúltimo episodio que dejó ver sus costuras y lanzó abruptamente a una nueva dirección la avalancha de rabia, el cierre de la serie jugó sus cartas y consiguió un final muy acomodado, pero no del todo malo.

Va a ser difícil poner a todo el mundo de acuerdo y más con un Twitter y un Instagram en los que miles van a revelar sus sentimientos y sus propios y mejores finales. La tusa va a ser larga para quienes encontraron en la serie no solo una historia épica, sino un espacio de interacción y de encuentro cada semana, en un esquema de espera que ya se siente anacrónico y cuya emoción no va a ser fácilmente replicada por ahora por otra producción televisiva; pero lo cierto, es que los guionistas asumieron el riesgo de hacer un entramado de servicio a sus fanáticos.

Jon Snow mató a Daenerys, Tyrion logró salvarse de la muerte, Sansa se convirtió en la reina de su república independiente y hasta Ghost sintió un poco de esa justicia poética cuando el más honorable del cuento lo acarició, en una escena que alegró la vida de los miles que sufrieron más por un desplante a la mascota que por la muerte del Rey de la Noche que pasó de ser el peor enemigo de muchos reinos a convertirse casi como en un virus que acabó gracias a la droga valiria convertida en puñal. Nadie puede negar tampoco que fue emocionante ese giro.

La charla de Tyrion y Jon Snow antes de la mayor traición a la reina recordó esos grandes diálogos y, sobre todo, la actuación de un Peter Dinklage inmenso en talento, tanto que sacó lo mejor de sí mismo como intérprete para tratar de equilibrar las cosas, no solo para su papel, sino para toda la narrativa. Bran fue el ejemplo de ganar todo sin hacer mucho, pero todo estaba tan calculado para Tyrion que tuvo un nuevo respiro de redención.

Una de las ideas más importantes de todo este entramado está ligado al hecho de lo que representa un gran poder que es en realidad una maldición. Hasta Drogon lo pudo entender y por eso cocinó a fuego intenso esa silla de miles de espadas que muchos tocaron y en la que no se sentaron.

Sigue en la mesa la reflexión acerca de quién quedó en realidad en el trono: Bran el roto o un Tyrion, que sería en realidad el que mueve los hilos del poder. Otro punto a favor para quienes imaginaban al Lannister menos querido como salvador de todo el caos.

Sin embargo, en el tema de las batallas quedaron debiendo, el cálculo numérico de los guerreros de Daenerys crecieron mágicamente y eso le quitó verosimilitud, pero las historias ya antes mencionadas de Arya, de la propia Sansa, la de Tyrion y hasta la de un Jon Snow más cercano al concepto casi mesiánico de un guerrero bueno que resucitó y se sacrificó para buscar el equilibrio de los reinos, hicieron que el viaje, aunque traumático, valiera la pena, con todo y sus defectos telenovelescos que emergieron al final. Hubo rabia, lágrimas y una tusa para muchos, pero nadie puede negar que fueron intensos estos ocho años de relación.


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