Por JOSÉ ANTONIO PARRA

El domingo 24 de septiembre se inauguró en la Hacienda La Trinidad de la ciudad de Caracas la exposición CARACAS INTERVENIDA, que estará abierta al público hasta el 21 de enero de 2018. La misma contó con la curaduría de Lorena González y en ella participan 14 artistas de gran importancia en el devenir del arte venezolano de la actualidad.

Esta muestra es un importante registro de la situación política, social y económica de la Caracas que ha sido gestada por la apuesta totalitaria del denominado Socialismo del Siglo XXI. Múltiples aspectos de esta realidad son denunciados en ella desde los discursos de la plástica. En este contexto expositivo, y desde distintas miradas, se ponen en relieve las diversas aristas trágicas de la ciudad en el presente, justo en la celebración de los 450 años de su fundación cuando paradójicamente atraviesa uno de sus períodos más oscuros. Las muertes violentas –que ya sobrepasan las 250 mil en toda la nación desde 1999–, la censura, el totalitarismo, el exilio, las transformaciones, las nuevas representaciones de lo urbano y las migraciones son algunos de los tópicos abordados en CARACAS INTERVENIDA. La agudeza y sensibilidad de los artistas implicados en el proyecto redundó en la potencia de la muestra. Así, es importantísimo hacer mención de ellos, a quienes les ha tocado esta difícil circunstancia histórica para hacer arte: Ángela Bonadies, Miguel Braceli, Corina Briceño, Isabel Cisneros, Gabriela Gamboa, Lorena González Inneco, Manuel Eduardo González, Diana López, Sara Maneiro, Teresa Mulet, Emilio Narciso, Juan José Olavarría, Armando Ruiz y Juan Toro.

Uno de los puntos clave de esta muestra se basa en el enfoque curatorial al que apeló Lorena González de forma de darle, si se quiere, un mayor “realismo” y potencia al objeto de la (re)presentación. En tal sentido, González generó un texto curatorial que rompía con los aspectos formales de los discursos críticos y curatoriales del arte y a partir de la prosa y de la convocatoria al grupo de artistas se fueron generando una multiplicidad de experiencias. Las mismas se dieron desde diversos formatos de la plástica; tales como el video, la fotografía y la instalación, entre otros. Así, fue articulada una experiencia casi teatral. Aquí es importante recordar el background de esta curadora en el teatro. Asimismo, las formas de interacción que fueron gestándose entre los diversos artistas participantes se dieron, de algún modo, a la manera de una banda de jazz, en el sentido de que se fueron generando espontáneamente propuestas entre los diversos participantes.

En tal sentido, González escribe en el texto curatorial: “En lugar de catalogaciones o segmentos, decidimos lanzarnos hacia las emanaciones de su propio caos, para desde allí desarrollar procesos de creación donde pudiéramos integrar distintos ejercicios de aproximación: bocetos, visiones, reescrituras, testimonios, utopías, sonidos, contrastes, denuncias y relatos perdidos que confluyen por entre la enmarañada historia de un territorio inatrapable (…). El proceso curatorial se despojó de sus categorías tradicionales para abordar las circunstancias que esta espinosa topografía estaba demandando. La palabra de la investigación se transformó en prosa y extendió sus contenidos hacia un modelo de exhibición donde los diálogos entre el texto y los proyectos artísticos, entre la imagen y la palabra –ahora levantada en el espacio museográfico como una parte más del hecho visual– se extendieron hacia la concreción de una muestra que funciona como una puesta en escena”.

Un aspecto que fue particularmente llamativo para mí fue la forma cómo distintos artistas abordaban desde sus propios discursos una misma problemática. Así, el caso de las cifras de muertes que se han dado durante los años en los que ha imperado el régimen chavista fue visto desde dos ángulos distintos por Corina Briceño y Teresa Mulet. En el caso de Briceño, el significante alfanumérico sirvió de elemento que apunta a lo trágico del hecho. Por su parte, Mulet, desde la exquisitez y refinamiento de su mirada gráfica, llevó a cabo la denuncia a través de lo volumétrico en una instalación hecha a base de papel que yace justo a la entrada de la muestra y que permanecerá en elaboración permanente mientras esté la exposición abierta al público, aspecto último que da un carácter de mayor énfasis al planteamiento.

Por su parte, una de las miradas que da Ángela Bonadies es sumamente relevante en el sentido que desde la agudeza de lo conceptual ella da una aproximación panorámica a la ciudad. Al respecto, ella comenta en torno a su pieza Panorámica de Caracas (2015) de la serie Red Room Archive: “Red Room Archive es una derivación de un trabajo anterior que se tituló Las personas y las cosas, y en particular de una de las clasificaciones que allí surgió: ‘Cosas que hablan’. Siempre me he preguntado si una imagen es suficiente para hablar de un estado de cosas (…). En Red Room Archive busco que la imagen y el texto surjan de la propia fotografía (como en ‘Cosas que hablan’). Que dentro de la imagen exista algún llamado o descripción que active y genere otros lugares, un montaje interno, algo que invite a pensar en las paradojas de la memoria y en una especie de mundo perdido de paisajes imposibles”.

La propuesta de Emilio Narciso –quien también tuvo bajo su responsabilidad la museografía de la muestra– tuvo una fuerte carga atmosférica. En tal sentido su trabajo revistió un poderoso tono experimental. Ultimadamente y como él mismo sostiene: “Las consideraciones desprendidas de entrar en este recorrido visual y sonoro, quedan a juicio de la percepción particular que sobre las narrativas del conjunto cada espectador pueda experimentar”.

Finalmente, es vital hacer mención del trabajo de Diana López en esta muestra, en el sentido de que ella apela a lo esencial de la crisis, al hecho político como causa sustancial de la misma. Con dos obras en la exposición, Muchacha (1994) y De la serie Silabario invertido (2017), López deja una profunda reflexión en el espectador. En torno a esta última obra la artista escribe: “El lenguaje nos define, nos contiene y manifiesta nuestra vinculación con el entorno. El lenguaje construye nuestra identidad, es el mecanismo que engrana las variables de nuestra experiencia personal y colectiva. Los sistemas totalitarios imponen prácticas que descolocan al ser cívico. Se traducen como las manifestaciones de un lenguaje opresor mediante nuevas organizaciones de la palabra, que al igual que las complejas situaciones que surgen por la persecución a los detractores del régimen, a veces nos cuesta descifrar y catalogar”.

De modo pues que con esta breve mirada a alguna de las propuestas presentes en CARACAS INTERVENIDA queda abierta la invitación al público para vivir esta experiencia. Que la misma redunde en un despertar de la conciencia en cuanto al espacio y las circunstancias que habitamos.


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