Juan Carlos Méndez Guédez (Barquisimeto, 1967) es un pródigo escritor que cuenta con quince libros editados, entre novelas y libros de cuentos, la mayor parte de ellos escritos en España, país en el que reside desde hace veinte años.

Doctor en Literatura Hispanoamericana por la Universidad de Salamanca, Méndez Guédez ha sabido ganarse un puesto entre los más reconocidos y respetados escritores hispanos de la actualidad debido a su ajustada y eficiente prosa reconocida con el Premio Internacional Ciudad de Barbastro por Tal vez la lluvia, así como la novela Arena negra que fue elegida en 2013 como libro del año en Venezuela. También ha sido reconocido como escritor para niños por el Banco del Libro con la novela El abuelo de Zulaima en el 2016.

La ola detenida, cuyo título hace referencia a la leyenda de que El Ávila es una ola detenida, se abre como metáfora de ese peligro que se cierne sobre todo aquel que vive (o aterriza) en la ciudad de Caracas. Es el caso de su protagonista, Magdalena Yaracuy. Detective privado dotada de singulares poderes que le otorga la santería (es devota de María Lionza) y que no siempre la dirigen en el camino correcto; mejor es su domino de las armas y las artes marciales. Todas estas cualidades serán determinantes para que se le encargue dar con el paradero de Begoña de la Serna, hija de un importante político español de derechas. Begoña se ha marchado a Venezuela a buscar su propia identidad a la vez que intenta responder sus inquietudes sobre la “revolución bolivariana” que tan polémicamente ve desde su país natal.

Begoña pone los pies en Caracas y al poco tiempo desaparece. ¿Por qué? ¿Ha sido secuestrada? ¿Está muerta? ¿Se ha unido al movimiento revolucionario venezolano? ¿Ha sido víctima de los paramilitares?

La detective Magdalena Yaracuy deberá usar de todas sus armas, incluyendo sus poderes como santera, para localizar a la joven española, en una novela negra que coquetea con la aventura, el thriller, salpicada de humor y peripecias, todo ello narrado de forma concisa, directa y decidida como su protagonista.

Conversamos con Juan Carlos Méndez Guédez a propósito de esta su nueva novela.

―¿Qué significó, en su oficio de escritor, La ola detenida? ¿A qué retos se ha enfrentado como narrador? ¿Cuáles han sido sus ambiciones después de Madame Kalalú o Los maletines?

“Un personaje: Magdalena Yaracuy. Ese fue el reto. Me rondaba desde hace tiempo la presencia de una detective y bruja marialioncera. Sabía que ella estaba allí y vagamente escuchaba su voz y su necesidad de resolver casos utilizando de un modo muy original la brujería y las artes detectivescas. La idea original (que todavía se mantiene como proyecto), era una historia que sucedía en el año 96 en Salamanca, donde ella lograba resolver su primer caso. Pero a la hora de escribir, pudo más la pasión por esta historia reciente en la que ella debía averiguar el paradero de una chica desaparecida en Caracas. Allí sentí la palpitación de ciertos relatos míticos: el personaje atrapado en un castillo que debía ser rescatado por otro que poseía poderes para enfrentar las pruebas a las que sería sometido, o también el personaje que viajaba al infierno para encontrarse con alguien especial.

Creo que fue Muñoz Molina quien afirmó que de una novela se olvida el estilo, la estructura, incluso la anécdota, pero que lo que sigue palpitando dentro del lector es la presencia del personaje. Mi ambición principal en esta y en todas mis novelas es contar una historia en la que el personaje se quede a vivir dentro del lector como si fuese una presencia muy viva.

Por otro lado, deseaba enfrentarme al reto de hacer una novela detectivesca. Básicamente porque tienen una forma bastante estable, precisa, y para mí era como construir un soneto; ese reto maravilloso que asumen los poetas de volcar toda su imaginación y su verbo en una forma muy específica, con rimas y sílabas y estrofas muy medidas.

No sé si lo logré. Las formas muy elaboradas terminan por asfixiarme, así que dejé que todo fluyera, si bien no perdí de vista que en esta novela debía surgir un enigma, con su posterior investigación y una resolución posible”.

―¿Nos habla un poco del estilo narrativo de La ola detenida?

“Yo intento que el texto que escribo respire con libertad. El tono de cada libro surge de las necesidades del propio libro. Por eso tengo alguna novela con un tono muy lírico y fragmentario como Arena negra, o novelas disparatadas y que intentan el golpe humorístico a cada página como Chulapos Mambo.

Es como si la materia novelística de una novela fuese un objeto particular que tiene sus propias palabras. Pienso en esa frase hermosa de Kandinsky que decía algo así como: la palabra es un sonido interno que brota parcialmente del objeto al que nombra.

En este caso, si bien para mí, lo más entrañable de este nuevo libro es el modo en que Magdalena Yaracuy, la protagonista de La ola detenida, contempla el mundo e intenta descifrarlo, sabía que era importante procurar un tono directo en el que las acciones también tuviesen protagonismo. Básicamente, tenían que pasar cosas, tenían que suceder muchas cosas y en ciertos momentos el lector debía sentir que el personaje estaba en una lucha contra el tiempo para salvar a la muchacha desaparecida en Caracas y también para salvarse a sí misma.

Nada hay más humano que el enfrentamiento contra el tiempo. Tenemos deseos, urgencias, pero siempre, lo miremos o no, hay un reloj que va avanzado y que nos dice que el tiempo se acaba.

Narrar es desafiar desde la belleza esa crueldad de los relojes”.

―¿Escribe para un lector ideal ? ¿O escribe para alguien en especial? ¿Escribe para ganar lectores?

“Busco un lector que sienta el libro que tiene entre las manos como una casa que lo abriga. Puede ser una casa terrible o vertiginosa o sensual o risueña, pero el caso es que me atrae el lector que desea quedarse a vivir entre esas palabras.

Completando la respuesta a tu pregunta, desde luego, no escribo para perder lectores. Pero Vila-Matas, por citarte un ejemplo, ha hecho la obra que él necesitaba escribir, y lo ha hecho con una constancia en la que sus libros terminaron convirtiéndose en la casa de buenos lectores que desearon vivir entre sus palabras. Él no fue hacia ellos, sino que ellos viajaron hacia él. Quizá esa es una manera hermosa de mirar ese viaje de las palabras hacia quienes las reciben.

Yo escribo los libros que me apetece hacer en cada momento, pero esos libros son desde luego una invitación a la complicidad, a la conexión”.

―¿Ha marcado la escritura de La ola detenida el saber que sería publicada por una sello tan comercial como Harper Collins? ¿Se ha visto usted en la necesidad de adaptar su escritura a las necesidades de venta de la casa editorial?

“Hasta ahora, nunca he escrito un libro sabiendo qué editorial lo va a publicar. Escribo el libro que me apetece realizar en ese momento y luego mi agente literario lo ofrece y entonces surgen las ofertas.

Si mal no recuerdo, cuando comencé a escribir La ola detenida, Harper Collins Ibérica ni siquiera estaba en pleno funcionamiento en España. Es un mítico y poderoso sello con doscientos años de existencia y es una referencia mundial, pero no sabía que el futuro de la novela se encontraba junto a ellos.

En todo caso, qué maravilla que un sello como ese apueste por un libro mío.

Pero sí me parece importante comentar algo, cuando ya firmé contrato con Harper Collins las sugerencias que me realizaron fueron absolutamente respetuosas. Apenas me pidieron que agregara una línea para aclarar un tema y que hiciese al principio una descripción física del personaje; detalles muy pequeños de carpintería, y cuando conversamos me dijeron claramente: ‘sabemos el tipo de escritor que eres, y lo que nos ofreces es una historia que escapa de los códigos más socorridos de este tipo de libros. Eso es lo que nos interesa de ti’”.

―A diferencia de Los maletines la realidad venezolana marca, pero no decide, el destino de los protagonistas. Es una novela mucho menos oscura. Una mezcla entre novela de aventura, policíaca, novela negra y hasta cierto tono romántico. ¿Qué busca como escritor al enfrentarse nuevamente a la realidad venezolana? ¿No cree que el lector se saturará de leer, en algún momento, sobre el mismo tema?

“Yo no puedo evitar que la realidad venezolana me asalte. Te juro que si la realidad islandesa o noruega me estimulasen me pondría con ello de inmediato, pero eso no sucede. Hasta ahora, Venezuela y España son el chispazo que me pone en marcha.

Lo que comentas sobre la saturación del lector es siempre una duda interesante. Cada escritor la resuelve de modos diferentes. Por ejemplo, las obras de Imre Kertész para mí tienen una continuidad muy fuerte, algo similar sucede con Philip Roth, pero en cambio un autor como Nooteboom parece sorprenderte en cada título. Hay momentos en que podría pensarse que es un autor diferente que firma sus libros bajo la apariencia equívoca de un mismo nombre.

Lo cierto es que yo tengo novelas sobre la migración venezolana, pero también sobre la política, sobre los dulces años ochenta, sobre el amor adolescente, sobre el regreso, sobre la huida. Cada una de ellas tiene una propuesta estructural, un lenguaje propio.

Ahora bien, no solo pienso en el lector, pienso también en mí. Después de una novela tan dura como Los maletines, escribí una novela risueña como El baile de madame Kalalú. Después de eso he escrito La ola detenida donde el tono es por momentos terrible y por momentos se atreve a cierta visión lúdica, propia de un personaje como Magdalena Yaracuy, que tiene un modo de vivir donde se mezclan la ternura, la violencia, la pasión, el cinismo ocasional, la adrenalina. Ahora he acabado un libro de cuentos donde si bien vuelvo al tema de María Lionza lo hago desde una perspectiva mítica, poética, en la que entremezclo mi imaginación sobre la diosa venezolana con historias bíblicas, el Cantar de Gilgamesh, el Pentamerón, o unas cuantas leyendas prehispánicas, ubicándolas en Guárico, Quíbor, El Tocuyo, Siquisique y Sorte.

Es decir, yo mismo necesito respiros y los propicio.

La Venezuela actual es un amor muy duro, muy áspero. No es sencillo tenerla siempre en la punta de los dedos al narrar.

Igual no dejo de pensar algo: a nadie parece sorprenderle que las magníficas obras de Vargas Llosa vuelvan una y otra vez sobre el Perú; tampoco sucedía lo mismo con Fuentes y México, ni tampoco con Soriano, cuyos libros rondaban la Argentina, ni pasa con Leonardo Padura y Cuba. El asunto es que no le tengo miedo al espacio venezolano. Ni siquiera a las particularidades del espacio venezolano que irrumpe en mis libros: esas zonas caraqueñas de superbloques rodeadas de ranchitos, o ese Barquisimeto humilde de familias que todavía conservan en su ropa el aroma de las pequeñas fincas de café donde vivían sus abuelos y padres. Una vez leí algo precioso de ese inmenso narrador que es Eloy Tizón, allí hablaba sobre los tendederos de ropa de las zonas obreras en España, con sus camisas desgastadas y sus olores de lejía barata, y él decía: ‘yo soy eso’. Lo suscribo. Yo soy esos lugares que aparecen en mis libros”.

―¿Cuáles son los referentes literarios de Juan Carlos Méndez Guédez al crear una novela como La ola detenida?

“Teresa de la Parra. Pienso en ella en primer lugar, porque me gusta creer que personajes femeninos como Magdalena Yaracuy son una continuación de María Eugenia Alonso, la protagonista de Ifigenia, pero desde una perspectiva actual en la que la mujer no se sacrifica inmolándose en un matrimonio obligado sino que vive con libertad lo sensual y lo amoroso.

También te diría que en La ola detenida estuvieron como referentes Graham Greene, Patricia Highsmith, Francisco Massiani, Bryce Echenique, Marcos Tarre y el maravilloso Osvaldo Soriano.

Pero me parece que fue Juan Gabriel Vásquez quien dijo en una ocasión que uno tiene unas referencias al escribir ciertos libros, y que en realidad estas son parte de tu deseo; esos son los vestidos con los que quieres que te contemplen, pero a lo mejor el lector detecta tonos y colores que ni siquiera imaginaste”.

―He leído que admira usted mucho a Simenon, a Carol Oates. Hay algo compulsivo en la escritura de ambos. ¿Es usted un escritor compulsivo?

“Lo soy. Desde siempre.

No he parado desde que Margot García, una amiga de mi madre, me regaló una maquinita de escribir. Si no escribo, si no me desdoblo en otros y en sus palabras, pienso que enloquecería o me secaría de tristeza.

Por otro lado, hay un rasgo de la venezolanidad que me asusta. Eso que llaman el: ‘un día de estos voy a hacerlo’. Allí se gasta mucha energía. Decir que vas a hacer algo consume las mismas fuerzas que hacerlo de verdad. Me aterra la idea de convertirme en un Helicoide. Una obra que nunca se acaba, que es siempre proyecto y que termina convertida en una triste cárcel para presos políticos.

Ahora bien, como lector me encanta que cites a esos dos autores. Admirables ambos, y sí, compulsivos, de una escritura profusa, indetenible. Me encantaría pertenecer a esa familia pero lo cierto es que no me dan los números. Solo de su personaje Maigret, Georges Simenon llegó a escribir más de setenta novelas, y creo que en total escribió más de ciento setenta títulos; y entre esos títulos hay novelas prodigiosas como La mirada inocenteEl hombre que miraba pasar los trenesCarta a mi juez. Y Joyce Carol Oates tienes títulos maravillosos como Hermana mía, mi amor, o Mágico, sombrío, impenetrable o Rey de picas.

¿Y qué sucede con estos autores tan profusos? Que encuentras en ellos libros geniales y siempre sabes que en el futuro te esperan muchos otros, porque son escritores tan amplios, tan inabarcables, que un sueño posible es tener alguna vez el tiempo de recorrerlos enteros sabiendo que allí todavía aguarda algún tesoro.

Me parece una gran idea tenerlos como referencia, aun sabiendo que por muchas razones no voy a llegar donde están ellos, porque esa cima montañosa donde se mueven no la soportarán mis pulmones”.

―¿Cómo llega usted a la novela negra? ¿Y cómo se siente dentro del género?

“Desemboqué en ella por Osvaldo Soriano y por el horror en que se sumió Venezuela desde el 98. Comprendí que éramos una novela negra, una novela de espías, una novela criminal en plena ebullición y sentí la necesidad expresiva de hablar de ello.

Ignoro si Soriano es un autor de novela negra o de novela de espías, pero en uno de los libros más fascinantes que he leído nunca: A sus plantas rendido un león, estaban esos elementos trabajados con virtuosismo, con humor, con una tensión narrativa envidiable.

¿Cómo me siento dentro del género? Bien, claro. Un lugar donde están Jim Thompson y Asa Larsson es un buen lugar.

Pero como te he advertido, suelo mudarme en cada libro. Algún día también me gustaría estar en la novela pastoril y hasta en la bizantina”.

―¿Qué es para usted la literatura?

“Una forma de respirar”.

―¿Cómo ve el panorama narrativo actual en Venezuela?

“Mis lecturas y relecturas más recientes me producen alegría. Creo que es un momento sólido, plural. Acabo de leer los diarios de Rojas Guardia: El deseo y el infinito; y es una lectura que cala hondo, con una prosa y un pensamiento incisivo, amable, adolorido y a un mismo tiempo celebratorio. El lejano oeste de Alejandro Castro es un poemario magnífico. Es un volumen que leí con emoción, como si del libro surgiese una mano amiga y estrechase mi mano y me dijese: mira cómo se puede contar y cantar ese mundo que es tu mundo caraqueño. Por supuesto, Patria o muerte o The night, las novelas de Alberto Barrera Tyszka y Rodrigo Blanco Calderón me parecen brillantes y están siendo traducidas a unos cuantos idiomas, algo que años atrás era impensable. Y hace poco releí con infinito placer: Los jardines de Salomón de Liliana Lara o Gemelas de Juan Carlos Chirinos, y esa novela maravillosa de Miguel Gomes: Retrato de un caballero. También me gustó mucho: Play B, un libro de misceláneas de José Balza, y quedé encantado. Y ahora avanzo con mucha alegría por las páginas de Contracanto, la poesía reunida de Leonardo Padrón, y en un excelente volumen de cuentos de Slavko Zupcic: Cementerio de médicos.

Pero si miro hacia atrás me encuentro con la poesía de Miyó Vestrini, de Hanni Ossott, de Hésnor Rivera, de Eugenio Montejo. ¿Cómo no amar una literatura con esos poetas?

Por otro lado, la literatura venezolana de este momento tiene un doloroso y espléndido reto. Recuperar el lenguaje. Edificar, amasar, mimar el lenguaje que el chavismo ha prostituido con su neo lengua impregnada de hedores a muerte, cuarteles y sabañones. Debemos ser en la escritura lo que no se escucha jamás cuando Maduro o Padrino o Diosdado eructan sus proclamas y sus cloacas mentales”.

―¿Cuáles son los nuevos proyectos narrativos de Juan Carlos Méndez Guédez? ¿Sus nuevos retos literarios?

“Te hablo de alegrías concretas, que son realidades inmediatas y por lo tanto son retos. A principios de 2018 aparecerá la traducción al francés de Los maletines, publicada en París por Métailié. Y también Alianza publicará la edición de bolsillo de Una tarde con campanas. Será la cuarta edición de esta novela que apareció en 2004 y que ha sido editada tres veces en España y una en Venezuela. Me hace mucha ilusión pensar que ese libro va aguantando el paso del tiempo.

Pero volviendo a tu pregunta, es complicado hablar de libros en marcha. Tengo una novela de espías que se me ha atascado tres veces, allí está la pobre, con casi quinientas páginas que debo reescribir. Pero con lentitud preparo una especie de diccionario sobre la obra de José Balza. Un ensayo atípico, realizado a la manera de un diccionario, donde recojo mis impresiones de lectura sobre esa obra que cada vez me parece más sólida, más perturbadora y fascinante.

Y en cuanto a la narrativo ahora estoy oscilando entre la escritura de un segundo caso de Magdalena Yaracuy y una novela artúrica ubicada en Catia.

Pero ¿sabes que me gustaría escribir? Un texto corto mezcla de ensayo con crónica y diario celebrando que la poesía de Rafael Cadenas ha sido reconocida por el Premio Cervantes. Ese es uno de los sueños que le pido a la vida”.


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