Cuando abrió el periódico y se enteró de que 38 bebés estaban pasando hambre en el hospital de niños J. M. de los Ríos por falta de fórmulas, Ana Isabel Otero no lo podía creer. Miró a un lado, vio a su hijo comiendo, pensó en la angustia de aquellas madres y entendió que había que hacer algo urgente. Isayen Herrera, la autora de aquella nota, la llevó al hospital para mostrarle que el panorama era verídicamente desolador. Otero, fundadora de la agencia de mercadeo digital Analiticom, pensó en qué otra cosa podía hacer, aparte de donar algunas latas. “Si tú me preguntas para qué sirvo, lo único que yo sé hacer en la vida es crear contenidos y campañas: más nada”. En una noche, con un post desde su celular, concibió Comparte por una vida, una iniciativa de recolección de fórmulas y alimentos infantiles. “Supuse que a mis amigas mamás se les iba a arrugar el corazón, me iban a donar un pote extra y ya. No me imaginé que al día siguiente iba a aparecer tanta gente ofreciéndome sus latas de reserva, y así por muchos días más”.

Con esos primeros donativos lograron empezar a llenar aquellos teteros de manera constante, pero no pasó mucho tiempo antes de que Otero descubriera que problema del J. M. de los Ríos era solo una hebra en un enorme tapiz de desnutrición infantil que se deshilacha por todos lados. Cuando el personal y las madres de otros centros de salud le contaron de las mismas carencias, no dudó en aceptar. “El primer mes me acostaba todas las noches llorando. Sentía muchísima empatía con las mamás y me quería llevar a todos los niñitos para mi casa. Con el tiempo fui entendiendo que no somos Dios para resolverlo todo y que con eso que damos, aunque a veces nos parezca poco ante el tamaño de la necesidad, sí logramos algo”. Año y medio después, con su esfuerzo y el de su equipo tienen 66 puntos de recolección en todo el mundo. Comparte por una vida vela por las necesidades nutricionales de niños de 38 hospitales y ahora también de los de ocho escuelas y cinco casas hogares –por ahora–, gracias a los aportes nacionales e internacionales que reciben.

Está clara en que el compromiso asumido es un tren del que no se puede bajar. Otero visita los centros, habla con el personal, conoce a las mamás y los niños y desarrolla métodos militares para que los donativos no lleguen al mercado negro. ¿Le pesa? “Nunca he pensado en tirar la toalla: hago esto porque me gusta, voy porque necesito entender cómo funcionan las cosas y continúo porque la gente sigue apoyando. Si me preguntan si puedo asumir más y sigo teniendo los recursos y un voluntariado increíble, no se me ocurre decir que es demasiado trabajo o que yo no puedo, porque quisiera que el alivio fuese total. No sé qué tan lejos podemos llegar, ni me lo pregunto”, afirma. “Ahorita estamos muy emocionados con un nuevo programa para apoyar la alimentación en varias escuelas con una comida completa al día, y es que otro problema enorme es que los niños están dejando de ir a clases porque en sus casas no tienen cómo alimentarlos. Desde que empezamos en la escuela María May en El Hatillo, la matrícula no solo subió de 50 a 100%, sino que ya constatamos en un seguimiento antropométrico cómo los niños comenzaron a subir de peso y talla”.

¿Cómo es la Venezuela que sueña? “No me imagino un país de fantasía, sino el mismo en el que yo crecí: uno muy progresista de donde la gente no quería irse, en vías de desarrollo, donde había oportunidades para todos. El venezolano es trabajador y emprendedor. Le duele su tierra y desde donde quiera que esté esa tierra lo llama. Lo que nos falta es pensar un poco más en el país y menos en lo individual. Si somos millones de personas con metas distintas, no vamos a conseguir mucho. Pero si todos trabajamos juntos por lo mismo, honestamente es imposible que no lo logremos”.


“No puedes perder energía frustrándote en todo lo que no puedes resolver. Al contrario, debes hacer mucho más”

En Instagram: @comparteporunavida


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