Alfred Hitchcock, el maestro del suspense, ha conversado muchas veces acerca de la diferencia entre este y la sorpresa, uno de los elementos clave del género de terror. Pone un ejemplo en el que él y su interlocutor están conversando y hay una bomba debajo de su mesa. La conversación que tienen es ordinaria, común, y de repente, la explosión. La escena produce sorpresa pero el previo a la explosión resulta indiferente. En cambio en el suspense, se le informa al público de que la bomba está bajo la mesa, mientras los personajes no lo saben: la conversación ahora se torna desesperante para el espectador, pues se ve frustrado por las tonterías que hablan estos hombres sin saber que están a punto de morir. “Se debe informar al público siempre que se puede”, le dice Hitchcock a su entrevistador, el cineasta Francois Truffaut (en El cine según Hitchcock, Alianza). En el primer caso el público se sorprende por unos segundos, mientras que en el segundo ha permanecido en tensión por minutos.

El suspense como género (o subgénero, según el autor que se consulte) aborda sucesos criminales o amenazantes de muerte, a veces subordinados a la construcción narrativa que permite la participación del espectador en tanto generador de hipótesis con respecto al misterio. Los personajes suelen tener personalidades muy singulares y en buena parte de los casos en el cine de Hitchcock son encantadores. El término hitchcockiano probablemente sea la única instancia en la que el nombre de un director va tan adherido a un género. “Hitchcock no solo ha intensificado la vida, ha intensificado el cine”, escribió Truffaut.

Vértigo (1958) es hoy la mejor película de la historia del cine según críticos y escritores de cine de todas partes del mundo, habiendo desplazado a Ciudadano Kane (Orson Welles, 1960). No solo tiene todas las características de estilo del autor, sino que el amor obsesivo es uno de los grandes temas, pues Hitchcock era un caballero que también las prefería rubias. La complejidad psicológica de Vértigo ha sido analizada hasta el hartazgo, a través de teorías freudianas fundamentalmente, en las que se habla del vértigo de Scottie como el miedo a la caída en la expulsión del útero, y de cómo aquello constituye un trauma para el personaje por la pérdida materna y la consiguiente imposibilidad de plenitud, pues la ley, representada en la primera secuencia por el agente y claro símbolo de lo paternal, muere para dejar a Scottie con una vida de culpa. También ha sido analizada a través de teorías lacanianas e incluso jungianas. Es susceptible de serlo, ya que amor y muerte están entrelazadas en ella y se trata de asuntos universales.

Uno de los elementos determinantes en Vértigo es la tragedia irremediable que aqueja al protagonista, representado con maestría en la escena en la que Scottie se encuentra con Judy en la habitación de hotel. Se trata de una escena desgarradora donde un Scottie herido en el alma exclama si acaso Gavin le ha dicho qué hacer y decir a la chica. Ambos están enamorados y han caído en desgracia, ella porque lo ama y tras haberlo engañado le hizo un daño tremendo; él porque la mujer que ama no existe y grita frustrado a quien trató de moldear sin éxito para que fuese esa mujer. No poder tener el objeto de su amor y su obsesión, porque lo que desea es mentira, una ilusión, hacen de inmediato a Scottie un personaje quebrado e inconsolable desde el inicio (se señala físicamente, tiene problemas de espalda y sufre de vértigo).

Judy ha entrado al baño a transformarse, y al salir un halo verde, onírico, proveniente del neón de la calle, la rodea para el deleite del sueño de Scottie. El plano que sigue, la cámara rodeándolos en círculos que parecen realzar el hechizo de pasión en el que se encuentra Scottie, y el amor tristísimo de Judy por el hombre que la sujeta y desconoce, es representación de la insignificancia de sus deseos frente a la realidad y de la incapacidad humana para forzarla. Este movimiento envolvente, complejo en su psicología, parece dejar ver el anhelo doliente de ambos personajes, y se trata de uno de los mejores momentos en toda la obra de Hitchcock. La marca del espiral, presente desde los créditos, deja ver la tendencia romántica, en que la muerte atemoriza y atrae al mismo tiempo.


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