Al contrario de lo que ha sucedido en cuanto a recaudación de impuestos en eventos culturales en países como España, Suecia ha establecido una reforma cinematográfica desde 1963 que abole el impuesto del veinticinco por ciento que pesaba sobre el boleto de cine. Los propietarios de las salas, mediante un acuerdo que incluía también al Estado y la industria, abonan un diez por ciento de la taquilla al Instituto de Cinematografía de Suecia, que utiliza estos fondos para fomentar la producción nacional. De esta manera, la taquilla internacional también subvenciona las producciones suecas. Asimismo la cooperación con otros países nórdicos es fundamental para la cinematografía de la región. A partir de la llegada de la televisión a los hogares suecos (y con ella, la publicidad), muchas instituciones estatales y privadas han procurado incorporar cine en la programación y producción de la pantalla chica.

El cineasta sueco Roy Andersson viene de hacer cerca de cuatrocientos comerciales, para en 1970 estrenar su primer largometraje, Una historia de amor sueca. Luego de haber pasado unos veinticinco años sin volver al cine, en el año 2000 estrena Canciones del segundo piso, aclamada y ganadora en el Festival de Cannes y primera de su “trilogía viviente” (la siguen La comedia de la vida y Una paloma se posó…). Su estilo es inconfundible: planos generales fijos y prolongados, lo caricaturesco y grotesco, el absurdo y el humor. Sus comerciales son versiones brevísimas de su cine. El semanario neoyorquino Village Voice lo llamó “Bergman slapstick” (en referencia a la comedia física de tortazos y resbalones que tan popular se hizo durante el cine mudo con Sennett y Chaplin).

Simon Abrams en la página del crítico Roger Ebert señala algo fundamental de Una paloma se posó en una rama a reflexionar sobre la existencia (Roy Andersson, 2014): se trata de una serie de piezas cortas cómicas sobre personas que están demasiado ocupadas consigo mismas como para sentir empatía por el otro. Es más, esa manera en la que está construida la película, como episodios breves de personajes aleatorios, lleva consigo el discurso de Andersson. El aislamiento que procuramos unos de los otros trae como consecuencia la fragmentación pequeña y absurda de cada día, todos los días. La falta de empatía como hilo conductor de la trama.

Andersson ha declarado para The Guardian: “quiero darle voz al pequeño ser humano que nos simboliza a todos nosotros. Trato de enseñar lo que se siente ser humano y estar vivo (…) trato de mostrar que tenemos que preocuparnos por lo poco que nos queda. Quiero enseñar la vulnerabilidad, la debilidad que arrastramos”. Andersson hace un cine personal y universal, familiar e irreconocible al mismo tiempo.

Con solo cuarenta planos, Una paloma se posó… está repleta de gente común con problemas comunes visto desde el humor absurdo de estar vivos. Sus planos generales con poca profundidad de campo guían la mirada hacia la periferia, donde se complementan las acciones de cada escena. Esta tragicomedia cierra la trilogía de Andersson tratando aún de encontrarle sentido a la existencia, apartando los mensajes moralinos y sin llegar a ser del todo apocalíptico ni pesimista. Y en su discurso está presente el amor como una suerte de salvación: la escena con la pareja y su perro en la playa es el guiño al sinsentido de este pagliaccio sueco.


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