I

En 1997 llegó a Santoalla Martin y Margo Verfondern, un matrimonio holandés. Hartos de las ciudades, querían una vida rural, ganadera, ecológica, agrícola. Decidieron entonces que la aldea gallega se las proporcionaría; compraron una de las casas viejas y derruidas, y pusieron manos a la obra.

II

En Santoalla vivía solo una familia. Madre, padre y dos hijos. Los padres, Jovita y Manolo, ancianos, ayudan en lo poco que pueden, y los hijos, Carlos (con retraso mental), y Julio, ambos adultos, trabajan una huerta. Vivían del dinero que les daba el Estado por la tala de pinos del monte comunal propiedad de los ciudadanos de la aldea ourensana, solo ellos cuatro (hasta que llegaron los holandeses), a partir de que esta fuese vaciándose, como ha sucedido con muchos otros pueblos de España. Su casa, desconchada y fea, se mantenía en pie por poco, y varios de sus animales agonizaban enfermos tendidos en la tierra.

III

En poco tiempo la casa de los Verfondern se veía preciosa. Una terraza de madera exhibía las flores coloridas y perfumadas que Margo aprendió a sembrar. El huerto, abonado con estiércol de cabra, no tardó en dar una cosecha de zanahorias y calabacines enormes y robustos. Sus cabras, gallinas y cerdos estaban sanos y fuertes. Pronto instalarían un molino de agua y embellecerían la aldea con senderos de piedra.

IV

Martin Verfondern desapareció en 2010, tras haber recibido comentarios poco amistosos de sus vecinos, quienes no querían compartir el dinero de la tala, y se negaban a que Martin construyese molinos o senderos en lo que consideraban “espacio público” de la aldea arruinada. Martin los filmó durante meses cada vez que salía a trabajar su propiedad, puesto que el anciano Manolo y el mentecato Carlos ya habían actuado de manera violenta en su contra y mentido en el juicio al que llegaron por la repartición del dinero del monte comunal. “Estás gordo, voy por ti”, dice Carlos en presencia de Martin y su puerco. “¿Te refieres al cerdo?” pregunta el holandés. “No, a ti”. Ese material es el que compone, además de entrevistas a los implicados y fragmentos de los reportajes para la televisión del caso, el documental estadounidense Santoalla (Andrew Becker y Daniel Mehrer, 2016). Filmada con las entrevistas en primeros planos, los paisajes están fotografiados para dejar ver la belleza rural del lugar, en contraste con la tensión permanente de la atmósfera propia de un thriller.

V

Las furias, nombre que se les da a las criaturas mitológicas que enloquecen a los hombres y castigan sus crímenes atormentándoles, guardan la ciudad de Dita, en el Infierno de Dante. El camino de los círculos infernales pasa por el castigo a los envidiosos y luego por aquellos que le hacen el mal al prójimo con alevosía, condenados a permanecer en tumbas de sangre ardiente tras las murallas de Dita. “La felicidad atrae a las furias”, dice la poeta Louise Glück. Introducido algo nuevo en esta aldea fallida y abandonada, algo hermoso, algo mejor, devino llamada a estas fuerzas telúricas. “No se puede llegar a hacer lo que se quiere. Se hace lo que hacen tus vecinos” dice Jovita, sombría, escalofriante, respecto a las obras de los Venfondern. Al preguntarle por las razones de la desaparición de Martin, añade “no se puede decir”. Tampoco diré más.


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