Hollywood, como lo conocemos, probablemente se haya acabado. Todos los que han chillado en nombre de su minoría racial, de género, de cerebro, con sus excepciones, claro está, han ido girando el reflector que, hasta hace muy poco, estaba alineado con los intereses de Washington, hasta colocarlo completamente en su contra. Pareciese ser un grave error, puesto que el cine norteamericano mainstream suele seguir, en tiempos de crisis, los parámetros necesarios para consolidarse con la Casa Blanca como un gran bloque anti-caos, un contenedor de locuras colectivas desatadas, una sesión de terapia para el desahogo de tristezas y mezquindades por unos pocos billetes. Ahora, según parece, muchos de sus miembros insisten no solo en que deje de ser esto que ha sido, sino que debe, en cambio, propiciar las locuras, tristezas y mezquindades.

Tal vez hoy se quejen de cómo funcionaba Hollywood antes, pero no deja de haber similitudes entre las consecuencias de esa ideología de lo políticamente correcto ante el cual las actrices francesas plantaron cara hace unas semanas y las producidas por el Código Hays a principios de siglo pasado. Un ejemplo de esta conducta: la reciente lluvia de críticas a la actriz Jennifer Lawrence por aparecer hermosa en un vestido negro con escote de pierna y pecho rodeada de hombres con abrigos. Increíble.

Y así es como asistimos al comienzo del fin: con unos nominados a los premios de la Academia que ya por costumbre dejan por fuera a cualquiera que se considere haya obrado fuera de la ley, o haya tenido una conducta moralmente reprobable, o afines. El cineasta Elia Kazan, delator durante el macarthysmo, fue conmemorado por la Academia por su trayectoria como director –Meryl Streep, el refugio de las feministas, se puso de pie para aplaudirle–. Mientras que hoy, Woody Allen, el hombre que dirige como los dioses, es ignorado por el comité que nomina y premia aunque haya sido absuelto de los cargos hace años. Las mujeres declaran lamentar haber trabajado con él, pero solo desde hace unos meses para acá, y nunca sin haber completado la película, como si la vanidad pudiese más que “la causa”, cualquiera que esta sea.

En calidad de “metiche”, como bien apuntó Juan Antonio González (El Ojo Mecánico), comentaré los nominados. Reflejan un año de protesta en contra del gobierno del presidente Trump, una diversidad forzada, no me cabe duda, y una que otra cinta con potencial de permanencia. Este será un repaso por los nominados de las categorías más esperadas y sus probables ganadores, en un ejercicio de especulaciones y gustos.

Actor principal

La Academia la tendrá complicada, posiblemente otorguen el premio a Gary Oldman (La hora más oscura), pues a lo largo de los años han mostrado preferencia por aquellas actuaciones con transformaciones de maquillaje. Si estuviese en mis manos, no lo dudaría: Daniel Day-Lewis (El hilo invisible), sonriéndole a su compañera con la cabeza apoyada en la palma de la mano, no tiene par.

Actriz principal

No les creo capaces de dárselo a Saoirse Ronan (Lady Bird) cuando comparte la nominación con la gran madre coraje Frances McDormand (Tres anuncios a las afueras) y con Margot Robbie (Yo, Tonya). De lo que sí son muy capaces es de premiar a Sally Hawkins (La forma del agua), y puede bien ganarlo. McDormand me ha parecido la mejor.

Actor de reparto

Dos actores de Tres anuncios a las afueras están nominados en esta categoría, sin embargo, no creo que premien a ninguno de los dos. Pensaría que la Academia irá por el elegantísimo Christopher Plummer al rescate, como lo fue él ante el despido de Spacey en Todo el dinero del mundo. Y aunque Plummer es glorioso, me quedaría con Willem Dafoe (The Florida Project), la interpretación más cotidiana precisamente por la casi ausencia de conflictos del personaje.

Actriz de reparto

Y como la Academia tiene que premiar a alguien negro, y mejor actor no creo que lo gane Denzel Washington, consideraría que esta es la categoría donde podrían otorgarle una estatuilla a alguno. Podría ser la cantante y actriz Mary J. Blige (Mudbound). Aunque, la verdad, la competencia que imponen Laurie Metcalf (Lady Bird) y sobre todo, Allison Janney (Yo, Tonya) como una madre despreciable e indoblegable, no se superaría. Es Janney quien lo merece más.

Director

Podría suceder de dos maneras: o se le otorga a Greta Gerwig (Lady Bird) para que el gremio no chille, o se premia al mexicano Guillermo del Toro (La forma del agua). En mis manos, la estatuilla iría al británico Chris Nolan, por Dunkerque, o en su defecto, a P.T. Anderson (El hilo invisible).

Película extranjera

Va a ganar la borrosa The Square, pero la rusa Sin amor no tiene comparación.

Mejor película

Antes mencionaré las grandes ausentes en esta categoría: la maravillosa The Florida Project, superior a Lady Bird y Get Out; y la que quizás sea de lo mejor del año y de muchos años: lo más reciente de Lee Unkrich, Coco.

Lo de Lady Bird, aunque esté bien actuado, escrito y dirigido, no pasa a más. Podría haber sido un gran episodio extraordinario dentro de la serie The MiddleGet Out, está sobrando. Muy entretenida, eso sí. Nada más.

La hora más oscura tiene a su favor a Oldman, y no mucho más, salvo una fotografía de tono alto muy atractiva y atmosférica. The Post es un buen Spielberg, mas no uno gigante.

Llámame por tu nombre y El hilo invisible son las dos historias de amor más convencionales, la primera en su manera de ser contada, la segunda en su aspecto. Ambas están, a mi juicio, por encima de las cuatro cintas ya mencionadas. En estos tiempos lo convencional es importante.

Creería que el ganador está entre DunkerqueTres anuncios a las afueras y La forma del agua. La primera sería mi elección, aunque muchos critiquen que no “tiene alma”, esta cinta es un despliegue muy importante de épica cinematográfica como ya no se suele hacer. Tres anuncios tiene un gran guión, quizás el mejor de todos los nominados. Es una gran contendiente. El que ganase La forma del agua, resolución absolutamente posible, e incluso probable, serviría para coronar el año de ñoñería que ha tenido la industria hollywoodense con sus panfletos huecos y pueriles.

Tal vez a esta altura el año que viene se haya disuelto el aparato productor, puesto que ya se alcanzan límites en los que ser blanco y heterosexual significa, automáticamente, ser homófobo, racista y machista. Tal vez el año que viene la estatuilla tenga figura de chica, curvy, la Oscara, y se le entregará a todos como un cotillón. Mientras, los hombres y mujeres sensatos estarán haciendo cine.


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