A finales de los años ochenta, antes de que cayese el Muro de Berlín, el cineasta eslovaco Juraj Herz se hospedó con colegas en un hotel madrileño durante el festival de cine. Era el único invitado que venía de un país comunista: la República Socialista de Checoslovaquia. También el único, como es norma, que no tenía dinero, y debía rehusarse a tomar una copa con sus colegas puesto que para dieciocho días de estadía el Partido le había otorgado dieciocho dólares. Juraj Herz, se lee Yurai Gerz, decidió entonces, como si el mísero viático fuese el verdadero problema, que abandonaría Checoslovaquia, aunque haya declarado que el incidente en Madrid fue en realidad la gota que colmó su vaso (de vodka) y no la razón única de su exilio. Vivió en Alemania por doce años, hasta que volvió a Praga donde murió, el pasado nueve de abril de 2018.

Herz, uno de los representantes de la Nueva Ola Checoslovaca, hizo cine de terror. Un franco heredero del expresionismo alemán y el surrealismo, amigo cercano del animador Jan Svankmajer, Herz dedicó muchas de sus cintas a tratar de recrear una atmósfera de miedo que fuese limpia, sin sobresaltos, solo tensión sostenida, quizás como lo había logrado un cineasta del género como Clouzot, o el propio Alfred Hitchcock. Su manera de hacer transiciones entre secuencias era sutil y de fluidez elegante, lo cual provoca más y mejores escalofríos y ansiedad al verlas. Su combinación de terror, humor y algo de surrealismo lo hizo un director muy adecuado para filmar kafkianamente, en la desesperante Passage (1996). Y es que Herz, aunque llegó a declarar que pocas veces en su vida ha sentido miedo, pues sí que lo ha visto en el rostro de los hombres.

Juraj Herz fue enviado a Ravensbrück, un campo de concentración nazi en 1944. Tenía diez años. Cuenta el cineasta que al llegar los hicieron desvestir, a él y otros niños y adultos, y entrar a las duchas. Para entonces, dice, ya se sabía lo que esto significaba. Así, los hombres empezaron a entrar en pánico. “Yo sabía que no había gas en las tuberías porque había ventanas de vidrio. Habría sido fácil romperlas para dejar salir el gas”, cuenta Herz a Ivana Košuličová, de Central Europe Review. El agua empezó a correr y los hombres gritaron aliviados. Esta experiencia terrible fue recreada por el cineasta en una de sus cintas, The Night Overtake Me (1986), y luego por Steven Spielberg en La lista de Schindler, de quien se quejó Herz por haberlo copiado, filmándola plano a plano como la suya. Esta cinta fue muy bien recibida incluso en Occidente, cuenta el cineasta, “porque los intelectuales occidentales eran de izquierdas”. Lo que quería en realidad era filmar una historia ambientada en un campo de concentración desde el punto de vista de un niño de diez años: una suerte de mezcla tragicómica de la experiencia en el campo. Nunca se le dio financiamiento para producirla.

Su película más conocida sigue siendo El incinerador de cadáveres (1969), la historia ambientada a principios de los años treinta sobre el encargado de una funeraria que cree que la purificación última se alcanza cremando, y cuya excitación por el proceso lo lleva a buscar cada vez más clientes, emocionado ante los rumores de la llegada del nuevo orden en Alemania. Esta cinta de horror con justo el humor necesario para darle tregua al espectador, se fundamenta en su atmósfera estremecedora, pavorosa, y sobre todo en la interpretación siniestra de su actor principal, Rudolf Hrusínský.

La espeluznante Morgiana (1972) no tuvo tanta suerte dentro de Checoslovaquia como The Night Overtake Me. Editada a la mitad del metraje, fue completada según los parámetros del Partido. En 1979 se enteraría de que Morgiana ganó el Hugo de Oro hacía ya siete años: los comunistas se lo habían ocultado. Al poco tiempo, alguien entró a su casa a robar la estatuilla porque pensaba que estaba hecha de oro verdadero.


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