5. Dunkerque (Reino Unido; dir. Christopher Nolan)

Nolan lleva a cabo una crónica de la evacuación de los soldados británicos atrapados en la costa de Dunkerque, en Francia, en 1940, asediados por los alemanes. Contada ágilmente siguiendo su estilo autoral, el director divide la historia en aire, mar y tierra, y a su vez el tiempo, en una semana, un día y una hora, una proeza que a pocos les suele funcionar tan bien, porque sabe cómo jugar con la elasticidad del tiempo cinematográfico. Visualmente grandiosa, conmovedora, cronometrada a la perfección para un clímax que deja ver lo que parece ser la sentencia del autor, una que apropiadamente puede aplicarse a toda la Segunda Guerra Mundial como conflicto, y sobre todo al Holocausto: la victoria es sobrevivir. Musicalizada por Hanz Zimmer, con mínimo diálogo, saltos espaciotemporales, cuenta con un Kenneth Brannagh shakesperiano como el comandante inglés Bolton, con Tom Hardy como uno de los pilotos, y Harry Styles como uno de los soldados en tierra en un formato IMAX que refuerza la épica que se despliega en pantalla. Tiene razón Matt Zoller, crítico de la página de Roger Ebert: sus dimensiones agigantadas reforzadas por máquinas, cuerpos, mar y fuego merecen ser vistas porque ya no se hace cine como este.

https://www.youtube.com/watch?v=Udsw4NG2jhE

4. Jackie (Chile; dir. Pablo Larraín)

Larraín no dirige una película sobre la vida de Jacqueline Kennedy. Jackie es una historia de fantasmas. Un reportero llega a una casa en Massachusetts a entrevistarla. Ha trascurrido una semana desde el magnicidio. Sentados para la entrevista empiezan los saltos al pasado. Al programa para la televisión del tour por la Casa Blanca, cuya anfitriona fue la propia Jackie, y al que comprende el antes, durante y después del asesinato de Kennedy. El después es una tragedia contenida en los gestos mínimos de Portman, lavarse la sangre, planear el funeral, informar a sus hijos. Las escenas finales van acompañadas de la música de Camelot, metáfora que utiliza Jackie para que nazca el mito Kennedy. Fotografiada con una luz nívea, helada, como la de su anterior película El club (2015), Jackie mantiene la personalidad de Larraín y aparta la conciencia de los límites del género biográfico. La Casa Blanca y la casa en Massachusetts son escenarios de la presencia fantasmal. No es casual que los planos que muestran a Jackie recorrer los pasillos elegantes y simétricos –la simetría es clave en Jackie: los personajes se fotografían en el centro del cuadro– se parezcan a los de El resplandor (1980, Stanley Kubrick) y que la música de Mica Levi, afilada, sombría y chirriante, creen la atmósfera de un thriller psicológico.

https://www.youtube.com/watch?v=SN9BagMRKcg

3. El estudiante (Rusia; dir. Kirill Serebrennikov)

En este drama, Veniamin (Pyotr Skvortsov), un adolescente ruso, se entrega a la fe cristiana ortodoxa y sigue las escrituras de manera literal, declarándole como corresponde la guerra al Occidente de moral relajada en una suerte de cruzada. Como a un flautista de Hamelín energúmeno e hipócrita –besa a la chica que le seduce, miente y más y peor– los alumnos, docentes y otros adultos a su alrededor, incluyendo un Padre, lo siguen puerilmente hechizados por su histrionismo y firmeza en un encantamiento y capacidad para dejarse llevar, salvo por Elena, la profesora de Biología, quien lo enfrenta con su propia arma: la Biblia, a lo que Veniamin reacciona con una pataleta de negación y violencia. Los planos largos, en movimiento –una cámara libre que incluso se tira al agua junto al personaje–, revelan la intención de Serebrennikov (preso desde mayo acusado de cualquier cosa, por serle incómodo al Kremlin) de dar cuenta de la supeditación de las instituciones a la irracionalidad suicida y homicida propia del yihadismo, esa hipocresía nihilista, que representa el personaje de Veniamin. Ver al joven poseso predicando entre sus compañeros es ver a Lenin entre el pueblo, más de cien años atrás, llevando a todos la palabra de (papá) Marx (el padre, sí: del genocidio moderno), diciéndoles qué hacer.

https://www.youtube.com/watch?v=ANhgd8v-3vc

2. La cordillera (Argentina; dir. Santiago Mitre)

Durante una cumbre de países latinoamericanos en las montañas nevadas de Chile, Hernán Blanco (Ricardo Darín), el presidente argentino, debe lidiar con nuevas propuestas de rupturas y alianzas geopolíticas, además de problemas con su hija (Érica Rivas). Digamos, pues, que de manera anecdótica, estamos ante un drama político. Sin embargo, la cinta de Mitre es muchísimo más: un thriller al estilo del cine clásico de Hollywood de los años cuarenta y cincuenta, aquel cine de espías y conflictos políticos, ese suspense hitchcockiano elegante y limpio de estructura y montaje transparente, de ritmo calmo pero lleno de tensión. Y sobre todo, es una cinta sobre el Mal. Al igual que en grandes clásicos como El tercer hombre (1949), las situaciones van revelando hechos pasados, pistas para llegar a la explicación final de los misterios que rodean al personaje principal. Y como suele suceder, hay un personaje que encierra toda la maldad en sí. Actuada, dirigida, fotografiada espléndidamente. Clara, atractiva, estremecedora. Argentina, Chile y España en conjunto haciendo cine como el mejor clásico de Hollywood, mientras este se desmorona en medio de denuncias de acoso sexual y buenismo tolerante. Atención: no debe permitirse que el personaje del norteamericano Christian Slater en esa aparición mefistofélica desvíe la atención del verdadero demonio.

https://www.youtube.com/watch?v=KaKL0wNjFJg

1. El tercer asesinato (Japón; dir. Hirokazu Koreeda)

Un plano revela el que pareciese ser el referente principal de este drama, o thriller, judicial: la cámara mira al cielo, a los árboles, como en Rashomon (1950, Kurosawa). Misumi (Kôji Yakusho) dice haber vuelto a asesinar después de treinta años, y su nuevo abogado, Shigemori (Masaharu Fukuyama), hijo de quien le defendió la vez anterior, tratará de reducirle la pena (que podría ser la de muerte, vigente hoy en Japón). Como en Rashomonpareciese que se estuviese hablando de la verdad esquiva, de que no exista alguna verdad absoluta, puesto que el acusado cambia la declaración cada vez que su abogado le visita, logrando que este dude de la culpabilidad de su cliente. Kurosawa lo ha aclarado: el egoísmo y la vanidad del hombre que miente para dejarse ver como mejor le parezca a los otros, el asumir la responsabilidad de las cosas que hacemos sin dejar que el egoísmo las arrastre, es el asunto tratado en Rashomon, y tal vez también lo sea en lo más reciente de Koreeda. Pues hay una pulsión en los personajes que les lleva a dejar de lado las verdades que resulten incómodas para seguir adelante, con el egoísmo empañando sus discursos y consecuencias. Esta cinta brillante y sofisticada no se aparta enteramente del thriller judicial para ser un drama ético sobre la justicia y, en última instancia, sobre la libertad.


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