Austríaco, estudió en Viena Filosofía, Psicología y Drama. Ha sido crítico de cine, editor, dramaturgo, ha trabajado en la televisión alemana, y es profesor de Dirección en la Academia de Cine de Viena. El cineasta Michael Haneke es además Premio Príncipe de Asturias de las Artes 2013.

“Revelador de nuestros miedos, secretos y tabúes”, como lo describen los periodistas en una entrevista para el canal Euronews, Haneke tiene un estilo particular porque acerca el lente sobre asuntos que nadie quiere abordar ni tocar, temas de los que la gente rehuye por incómodos, violentos, reaccionarios. “Quiero mostrarle al público que también es cómplice”, ha dicho Haneke.

La tortuosa Funny Games es un thriller que enfrenta a la audiencia con la “verdadera” violencia en el cine, en una historia sobre jóvenes psicóticos que toman de rehenes, para torturarlos por diversión, a miembros de una familia en su casa de veraneo. En Código desconocido, rivaliza la cultura occidental con la medioriental, curiosamente alargando el negro entre corte y corte, como simulando que se trata de mundos que nunca llegarán a tocarse. En Caché, explora el terror que puede causar el ser vigilado constantemente y, en La pianista, aborda el masoquismo.

Ante la pregunta de si el público se siente torturado al ver una de sus películas, Haneke ha declarado que “nadie está obligado a ir al cine”. Su intención ha sido la de tratar de despertar a la sociedad de cierto letargo con imágenes y situaciones visuales y morales que complejizan el mundo.

“Es posible decir que cuando la prevención del Mal se convierte en algo más importante que la preservación de la libertad, el autoritarismo crece”, sentencia Roger Ebert al respecto de La cinta blanca (Michael Haneke, 2009). Es como si Haneke quisiera decir que una sociedad que le teme a todo está dispuesta, como pudo haberle sucedido a los Estados Unidos tras el 11-S, a entregar su libertad a cambio de que haya orden y seguridad. Haneke tiene mucho del relato como parábola que estructura a su vez el nobel J.M. Coetzee en sus ficciones. Ambos quieren que las sociedades vean, distingan, adviertan que el Mal es, y siempre ronda muy cerca.

La cantidad de incidentes desafortunados y desgraciados que acontecen en este pueblo alemán antes de la Primera Guerra Mundial va armándose como si fuese una historia de detectives, como si se tratase de descubrir quién está detrás de todas estas calamidades. Sin embargo, para Haneke la pregunta ni siquiera tiene sentido: ¿acaso importa quién está haciendo posibles estas desgracias?, ¿acaso se puede hablar de víctimas y victimarios? Mientras la sospecha crece entre los aldeanos y el espectador, Haneke pareciese querer únicamente contar los hechos, como lo hace el anciano maestro, sin tratar de explicarse nada.

Pues, al parecer, las raíces del Mal no tienen por qué surgir de ningún lugar. En la novela Esperando a los bárbaros, de Coetzee, estos siempre han estado allí: igual que el Mal en los hombres.


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