(…) la poesía es la práctica de un ritual, es la letanía que puede salvar al poeta. La poesía es riesgo puesto que es alma. Todo en la poesía es aparentemente inconcluso, provisional, equívoco y sombrío.

Hanni Ossott. “Defensa de mi poesía”

Espacios para decir lo mismo abre/se abre (al espacio), con los primeros trazos de una cosmogonía, con la sugerencia seminal de una mitología, que en la medida en que es dibujada –cada elemento, objeto, mirada, cada ser ubicado en el lugar que le corresponde– se instaura también en un acto subversivo, liberador: muestra una procedencia y una forma de existencia, y lo hace entre tinieblas, desde el espacio provisional, equívoco y sombrío al que Ossott está habituada y que advierte a quien la lee como inevitable. En este libro, la palabra se mantiene como halo, como trazo luminoso que encamina hacia un sentido que permanecerá oculto. Señuelo. Sin promesas. Solo desde el desdibujamiento, ¿desde la bruma? Emerge la palabra, emerge lo que termina siendo. Mucho de lo dicho es inconfesable.

La autora explora en aquellas/estas tinieblas, lo que nos dijeron ser y no seremos jamás, o lo que aún siendo, puede y debe enfrentarse si la intención es traspasar la bruma, llegar al otro lado. Así como antes de toda creación la conciencia de unidad aparece quebrada, así mismo, en esta obra la autora mira de cerca y señala las partes del cosmos en construcción antes de reanimarlas. Da nacimiento a la idea desde la rotura, desde la conformación de las fronteras. Nace el paisaje. Negando la unidad preconcebida, advirtiendo que no hay un uno indivisible sino una tensión constante entre sus partes, el libro y sus opacidades se van abriendo a quien las lee. Somos, dice Ossott, una entidad que son dos. Un ser disoluto, vuelto en imagen, expansivo y gestual; un ser creador emparentado con toda fuerza natural ancestral. Y un otro ser regulado, estructurado, arraigado en la creencia y las formas establecidas; ordenador. Nos han enseñado que el desequilibrio entre ambas partes es inevitable. Sin embargo es posible intuir la continuidad más allá –o a pesar de– la fisura; entrar al desequilibrio para nombrarlo, o mejor, para jugar a pulso con él, intentar aprehenderlo, soñar que se lo nombra. Más allá del horizonte. Más allá de la historia.

Ossott presiente los objetos, las partes de esta cosmogonía recién descubierta; logra escucharlos, mirar a través de ellos, de sus transparencias, pero advierte: no será posible designarlos, no será posible medir topográficamente el espacio que ocupan. Eso que los contiene, ese todo de pronto se vuelve indisoluto, masa informe “desplegada sobre sí misma, replegada a su exterioridad vacía, se moverá en lo eterno”. Quien lee se sabe sin dudas perdida: solo queda entrar al crepúsculo, dejarse guiar a la noche, confiar en aquel horizonte. Esperar. A sabiendas que es desde la noche que la creación es posible, que es de la oscuridad que la luz nace, que es gracias al sacrificio de la noche que el día llega.

En esta cosmografía recién inaugurada, la lectora aprende que el razonamiento abstracto creador del espacio inmensurable, de la realidad innombrable, que se escabulle al intentar designar, nace de la “maldad” (o: de la confusión, de la trampa). Para nombrar, solo han sido dadas palabras preexistentes, formas ya conocidas, un reciclaje de viejas categorías y formas, círculo vicioso que recrea y recicla una misma mirada incompleta. Los físicos, dice Ossott, repiten infinitamente nuestras organizaciones; los poemas son computables; todo acto, todos los actos, no son más que un acto único, y no hay posibilidad de establecer un meta lenguaje que se aproxime a la realidad. La condena a la palabra incapaz de delimitar lo que hay, es inescapable.

Buscamos dioses en zonas distintas a las nuestras porque sabemos que lo nuestro solo se define a sí mismo y con ello restringe toda posibilidad de formulación, de manifestación: “Una verticalidad atraviesa todas las cosas, hechos actos pensamientos formas. Reproduce en todas las formas esa forma sin lugares y espacios”. Buscamos dioses en lo que no somos, insiste Ossott, a la vez condenados a reproducir las categorías que ya nos han sido dadas. “He atravesado un lugar donde / nunca había estado y del cual / regreso sin darle la espalda”. No hay nada nuevo, lo preexistente es lo que hay.

¿Qué espacio inmensurable es el que se despliega ante la poeta? ¿Qué visión? Se encuentran en él los humanos en su tránsito ineficaz, antepuestos a aquellos otros personajes centrales, que a su vez son “fundamento y acción”, origen. No abandonar, sugiere Ossott, más bien amar, a los seres transparentes e ineficaces, eso es lo preciso.

Así sigue quien lee, aprendiendo sobre la organización del cosmos y sus categorías, sobre sus formas y sus precipicios. La libertad, dice la autora, es el terror. Y lo es porque requiere desapego con respecto al tiempo, el tiempo que a su vez es creado por la realidad: “Lo que se desplaza en su libertad, detiene las formas reales”. Ser libre, entonces, es “salir de” la realidad, vivir desmemoriada, perder la historia. Solo olvidando es posible participar del tiempo inocuo, desplazarse sin más que entrega al movimiento creador, hacia un horizonte tras el que el tiempo no cuenta. En él no hay ocio y por tanto aún cuando tal vez más cerca que nunca de la fuente, no es posible nombrar, no es posible establecer divisiones, fronteras, marcos a ningún rostro (se nombra, siempre, durante el ocio, se delimita, siempre, desde el sistema habitado y ya preconcebido). La poesía ocurre en el presente. Cada vez, ahora. Y ahora. Y ahora.

En diálogo con Heidegger Ossott se desplaza hacia el horizonte. Se pregunta cómo, en tanto ser finito, dar cuenta de la totalidad de lo que Es. Juega con el de(s)equilibrio. Entrar a un mar preguntando quiénes somos, buscando siempre el fondo, espacio amplio y siempre uno solo, de nuevo innombrable, inacabado.

Poema tras poema, la sensación de estar siendo educada frente a un nuevo mundo, de estar recién naciendo (¿emergiendo de aquel fondo oscuro? ¿atravesando aquella bruma inicial?) se apodera de la lectora, que ahora aprende cómo es que los objetos fueron delimitados; cuál es la consecuencia de su bautizo, cómo cae el peso de la herencia y sobre todo a nombrar sin temblor el momento de la fractura y de la dolorosa división como el momento de la creación. Porque así como hay una existencia suspendida y un paisaje ilimitado e innombrable, hay también rastros, ese tiempo humano, esa dimensión pequeña. ¿Y qué es un rastro sino el registro de lo que ya fue, el registro del pasado, la memoria? En el rastro nada nuevo puede existir, lo que hay es contención acumulada hacia el hoy. “Este suelo que hoy me sostiene, esta tierra, absuelve en mi paso los pasados. Recupera una nueva existencia, recrea tal vez pasos semejantes al trazado hoy. Señala diferencias. Es la memoria de todos los actos”.

Espacios para decir lo mismo es un viaje hacia/sobre la mirada de Ossott más allá de las páginas mismas del libro (Todo en el todo. Ojo en el ojo mirado. Sensación de infinito que nunca nombra). Contiene en sí mismo al universo, la cosmografía sensible del acto creador.

Es propicio celebrar la nueva edición que de esta obra fundamental ha editado la casa Letra Muerta, que no solo incluye documentos y retratos de la autora así como una aproximación cronológica de su vida, sino que incluye la muy notable traducción “extra-vagante” de Luis Miguel Isava, Spaces to Say the Same [Thing], una traducción que transita en los bordes del lenguaje para alcanzar el real sentido original, y que abrazada a la edición en español simbólicamente traduce lo intraducible no solo como acto de amor sino como acto de valentía cumplido a cabalidad, con precisión y belleza.

Va cerrando Ossott este renacer llamándolo por su nombre, evocando la herencia antigua, sabiéndose heredera de un linaje, saludando también desde su búsqueda en lo oscuro, la certeza de lo pasajero.

“Y que estas revelaciones depositadas cuidadosamente por nosotros en todos estos pasos

habían sido dejadas

tiempo atrás

por otros

Recoger en el sueño de otros lo que creemos como único: esa sola y única vez tan nuestra y que finalmente ha sido olvidada por otro que supo alcanzar las mismas puertas”.

Todo será de nuevo olvidado. Todo será de nuevo disuelto. En tanto, quedan unas pocas visiones, unas mínimas certezas: permanecen los mundos creados por quien antes circuló hacia lo oscuro sin temor, o mejor dicho, abrazada a él.

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Espacios para decir lo mismo / Spaces to Say the Same [Thing]

Hanni Ossott

Traducción de Luis Miguel Isava

Edición bilingüe

Ediciones «Letra Muerta»

Caracas, 2017


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