El poeta y periodista Ezequiel Borges en Treinta poemas (Caracas: Comala.com, 2002), conformado por treinta y un poemas y diez haikús, emprendería una aventura poética que podría emparentarse con la teoría de la aventura de Georg Simmel, y que tendría en el poema “El oro del río” el centro de la poética de Borges, al mismo tiempo que el de la vinculación con la poética sociológica de la cultura de Simmel.

Si en “El oro del río” el sujeto poético enumera unas series de nombres, personajes, filósofos, poetas, músicos, ciudades y países, animales, paisajes, objetos, géneros, órganos, sentidos, sentimientos, accidentes, acontecimientos, construcciones, cosas de tiempos presentes y pasados, mediante el uso de la frase verbal: “No me importa” como una negación reiterada del origen latino del verbo: importare y su sentido etimológico de “traer de fuera, introducir”, “ocasionar, causar”, para intervenir mediante la potencia y a la posibilidad de la dicción, tanto el espacio de la naturaleza como el de la cultura, para reconocer, en contraposición, que: “Solo me importa, lo reconozco, / el grito de la respiración circular, / cuando descubro que el universo es parte de mí / y que yo soy parte de su viaje / Que el hombre transcurre en el universo / con una voz que no es la suya sino la del mar / El mar, donde empezó a morir el día / De donde viene toda la esperanza”; en “La aventura”, el ensayo inicial de Sobre la aventura. Ensayos filosóficos (Barcelona: Ediciones Península, 1988), Simmel considera que la forma de la aventura se “desprende del contexto de la vida”, en la que “una parte de nuestra existencia, sin duda, que se vincula directamente hacia adelante y hacia atrás a otras, y que al mismo tiempo, en su sentido más profundo, discurre al margen de la continuidad que es, por lo demás, propia de esta vida”; desprendimiento que separa a la aventura del curso, del destino del mundo, y que la vincula profundamente con la obra de arte: “Pues constituye, ciertamente, la esencia de la obra de arte el hecho de que extraiga un fragmento de las series interminables y continuas de la evidencia o de la vivencia, que lo separe de toda interrelación con lo que viene, antes y lo que viene después, y le dé una forma, como autosuficiente, como determinada por un centro interior”. Deslizamientos ajenos a la lógica del río de la historia e imantados por el delta extrañado de la lengua poética.

En la potencia y en la posibilidad del poeta tomadas por la pasión y en simultáneo con el arrojo de la conquista, en ese lugar donde el sujeto se encuentra con su propio esfuerzo, abandonado a las fuerzas arbitrarias del mundo, Ezequiel Borges parece encontrar, sin ninguna previsión posible la necesidad y el sentido de aventurarse en el cielo y el territorio de la cultura occidental con el aparente propósito de construir un canto, allí donde Simmel construía un pensamiento, en el que los seres y cosas del mundo conformen un conjunto de formas que una vez creadas por el movimiento de la vida, se vuelvan autónomas, resistentes al curso que las creó, y como en los treinta y un poemas y los diez haikús de Treinta poemas den cuenta del nexo y la plenitud del sujeto con el mundo, del poeta con el poema.


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