Una tarde de visita y merienda a veces deja trazas memorables. Más si el tiempo –unos quince años atrás– aquilata el encuentro con un amigo de agudo ingenio: Aldemaro Romero, quien nos recibe en su casa de la urbanización Miranda caraqueña.

El vaivén de la conversación va de la política al chiste y, por supuesto, deriva en remembranzas de la música y sus personajes:

―Aldemaro– le pregunto–, ¿de todas las cantantes nacionales que has acompañado en tu larga carrera, cuál es la mejor?

Pausa pide la mirada del maestro. Una bocanada de ida y vuelta al cigarrillo que acaba de prender enmarca su respuesta:

―Magdalena Sánchez.

―¿Dices la robusta señora de pinta popular, que aparecía en la televisión de los cincuenta con falda acampanada y una flor en el peinado?

―Esa misma es.

―¿Magdalena Sánchez por encima de otros nombres tan notables como Graciela Naranjo, Elisa Soteldo, y un distinguido etcétera que incluye a María Teresa Chacín y María Rivas, tus musas?

―Pon en el etcétera a Josefina Rodríguez, “La gitana de color”, magnífica cantante. Y pon a Magdalena por encima de todas ellas.

―…bueno, digo yo, Adilia Castillo en su tiempo le hacía competencia en el género folclórico. Después, por ese camino ha llegado hasta una Rummy Olivo que…

―Mira Federico, no se trata de una comparación de destrezas, porque muchas las tienen de sobra. Además, tú no puedes comparar la que canta bolero con la guarachera, la jazzista con la operática. No compiten las peras con las papas, hasta tú sabes eso. Se trata de otra cosa.

―¿De qué se trata esa otra cosa?

―De lo importante que Magdalena logró. Fue pionera y abrió el camino a todas las demás al imponer el prototipo de lo que es una cantante de música criolla. Fíjate: en el año 1930 comienza la radio comercial en el país con una programación musical diaria que pone a prueba a todo quien crea que tenga talento. Cientos de muchachas van a las emisoras, muy pocas logran establecerse. Las que nombraste, Graciela Naranjo, Elisa Soteldo, muy buenas, seguían el patrón del bolero caribeño, el jazz americano, la onda brasileña de Carmen Miranda, en fin…

―¿Y entonces?

―Entonces también aparece Magdalena, muchacha de Puerto Cabello, de pinta rural, sonrisa franca y bien dotada en su timbre, rítmica y afinación. Y así comienza a cantar con todo tipo de conjuntos…

―En el conjunto de Vicente Flores, los Hermanos Fernández…

―Con esos y muchos otros. El dúo “Espín y Guanipa”, como decían antes, “la ponen en la pomada”. Y no solo va con lo criollo, también canta pasodobles, cuplés, tangos, boleros, merengues. Hasta guarachas canta con esa Sonora Caracas en la que toqué piano. Después llega a Radio Continente y por quince años canta en El Galerón Premiado. Allí se enfoca en los joropos, golpes y pasajes, y al hacerlo consigue un perfil estilístico único.

―Juan Vicente Torrealba aparece en esos años…

―Ella lo ayuda. Graba y populariza muchos temas criollos básicos: “El Pajarillo”, “María Laya”, “Caminito verde”, cien cosas más. Da figura, modernidad y voz femenina al folclore venezolano… ¿Sabes que el joropo “Araguita”, de su repertorio, fue el primer tema con el que experimenté la Onda Nueva?

―Magdalena Sánchez es entonces tu preferida por pionera y por empadronar un estilo.

―Toda la que cante algo venezolano, si lo hace bien, algo le debe a ella.

―Otra cosa, de las notables cantantes que acompañaste, ¿te tocó la gran Nancy Wilson cuando visitó Caracas?

Aldemaro me mira de reojo y apaga el cigarrillo. Se levanta de la poltrona y dice:

―Sabes Federico, ya son como las cinco de la tarde, hora de echar una siestica. Un gusto tenerte por aquí, pero otro día seguimos con más calma. Mejor ya no te quito más tiempo.


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