La primera vez que veo una obra de Manuel Vicente Mujica (El Toro, Edo. Lara-Caracas, 2002) fue en una muestra sobre el tema de las flores, en el Ateneo de Caracas, en 1989. La exposición titulada: Un siglo de flores significaba un verdadero oasis visual. Desde ese momento empecé a indagar sobre dos artistas: J.J. Yzquierdo y Manuel Vicente Mujica. A nuestro artista lo presentaban como de la Escuela de Caracas “pero con un sello característico”. Dicho de esa manera tocaba investigarlo. A veces ese tipo de presentaciones, cortas y vagas, más que ayudar hacen el efecto contrario. Pero ciertamente la policromía y cuidada composición de la obra llamaron nuestra atención. Se trataba de una resolución muy sencilla. La obra –que reproducimos– era una pieza fresca donde dos jarrones de flores de un primer plano eran interceptados por un cuadrado al fondo –a modo de pared– y otro plano transversal –simulando un borde de una mesa. Todo sugerido, desdibujado –moteado por decirlo sencillo– pero con una maestría en su simpleza.

Ciertamente no se trata de un artista que sea totalmente impoluto. Se sienten muchas influencias. Pero hoy en día podemos tener influencia de mucha gente. Y también de nadie en particular. Uno puede relacionarlo con Bonnard, Brandt, Marcos Castillo, Cézanne, Reverón o Balthus. Pero tampoco lo podemos encasillar en cada uno de ellos porque, ciertamente, Mujica logra un sello personal que lo hace inconfundible e irresistible.

Mujica prometía ser un artista solicitado. Pero no supo manejar comercialmente su obra. Nada cuestionable. Es un tema muy difícil para un artista eso de desarrollar una obra y a la vez mercadearla. Dicen que era un hombre de un carácter muy difícil. Y como decía Aristóteles: el carácter hace al hombre.

Mujica nace en un caserío del Edo. Lara. Su madre tejía cestas y le enseña a su hijo el oficio. Se viene a Caracas a los quince años donde ingresa a la Escuela de Artes Plásticas. Ahí estudia tres años. De esa etapa de Cézanne aprende valoración, composición y volúmenes. De Brandt –el gusto por lo intimista y de componer con muebles y otros elementos. Y, finalmente, de Reverón toma la luz y el uso de las muñecas como modelos. Estas las elaboraba él mismo. Y otras que encargaba a una artesana del Edo. Lara llamada Estílita Pérez. Las muñecas de Mujica tienen rostro, pero las de Pérez no. Son muñecas de enea –una Tipha que se da en humedales, es flexible y sirve para elaborar cestas y sombreros. Son quizás las que no tienen faz, a mi juicio, las más interesantes. Mujica las usaba para hacer grupos como volúmenes. Y también para resolver la composición en una especie de juegos balthusianos. Sus colores son suaves, nada estridentes. Sabiamente utilizados. Finalmente no dudo en pensar que Bonnard nos lo recuerda en el uso de tonos cálidos para los fondos y fríos para el primer plano, pero en un tratamiento sin delinear –lo cual lo aleja de Brandt–, como para alterar la percepción de la distancia. El sabio uso del color nos indica que estaba en el trópico y no en Europa. Hay un sutil manejo en el uso de los colores que nos lo revela.

Por medio del Dr. J.J. Mayz Lyon sabemos que tuvo un taller entre San Felipe a Pueblo Nuevo, No. 25 (parte norte de la Candelaria, Caracas). De ahí se va a una pequeña casa en San Bernardino. Acondicionaba todo el ambiente para su obra: muebles, objetos de arte y música, que reunía con infinita paciencia. Las muñecas eran de un tamaño mayor que el natural. Algunos críticos no identificados lo definen como poeta-pintor o mago del color. Una reveladora entrevista que le realiza la periodista Mara Comerlati, para el diario El Nacional, nos recrea el universo del artista – y sus frustraciones por lograr una exposición en un museo local.

Obtiene una beca en 1967 por el entonces Inciba y eso le permite viajar a Europa, donde es galardonado con dos premios. El premio de los críticos de arte de Barcelona (España) en 1967 y, ese mismo año, un accésit al Real Círculo de Arte de Barcelona. Luego de un tiempo regresa pero, ciertamente, no fue reconocido por la crítica local, con las excepciones de Perán Erminy –quien le escribe una nota para sus últimas muestras en las Galerías América y Mayz Lyon, en 1991, donde sorprendió con una obra informalista que nadie le conocía, que no tuvo trascendencia y que pocos vieron. No es casual que muchos artistas y arquitectos, al final de su trayectoria, hagan algo que desconcierte. Se lo vimos a los arquitectos Frank Lloyd Wright y a Le Corbusier. También a miles de artistas como Reg Butler o Le Parc. Y localmente también recordamos a Narváez, Hung o González Bogen.

De esta obra se concluiría que todos tenemos referentes. Imposible obviarlos. Se han quedado grabados en nuestras memorias. Mucho más porque tenemos un mundo de información que nos agobia por momentos. El reto es, partiendo de ellos, poder hacer una obra con impronta propia y lenguaje personal. Mujica lo logró. Lo que no obtuvo nunca fue el reconocimiento.


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